Solo los muertos son libres


Por Concha Moreno (Foto de portada: Alberto Cabello from Vitoria Gasteiz para Creative Commons)

22 de noviembre, 1963. Plaza Dealey, Dallas, Texas. «No puede decir que Dallas no lo ama, señor presidente», le dijo la primera dama de Taxas. Y luego su cabeza estalló. Asesinaron a John Fitzgerald Kennedy.

Hace una semana, como una sorpresa en el fin del mundo, Bob Dylan lanzó una canción nueva que, dijo en su cuenta de Twitter, podría parecerle «interesante» a sus seguidores. La canción se llama «Murder most foul» y es una elegía por la muerte de Jack Kennedy. Y parece que es la canción que Dylan llevaba en el pecho por más de 50 años.

La frase «murder most foul» es una cita de Hamlet, así describe el espectro del padre su asesinato: la muerte más infame. Dylan siempre llena sus canciones de referencias literarias y musicales. Los 16 minutos que dura la canción son una letanía dolorosa por la muerte de un rey, la muerte de una época y por una herida de la que Estados Unidos tal vez nunca se recuperará.

Cuando me senté a escucharla por primera vez, lloré. No solo porque es triste, sino porque es hermosa. La sensación de luto me dura aún. «Lo mataron como a un perro en plena luz del día» canta Dylan al principio. Fue una muerte sacrificial. Fue la muerte de un sueño.

Kennedy fue el presidente de la esperanza progresista. Si hubiera ganado su reelección, probablemente la Guerra Fría habría durado menos, no por la vía bélica, sino por la política. Su época estuvo marcada por eventos duros para Occidente —y para Estados Unidos en particular—-: la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles de los afrodescendientes, la crisis de los misiles y una generación de jóvenes que estaban cambiando al mundo con libertad, música y sexo.

Kennedy no era perfecto, pero en la canción de Dylan es un mártir. Y es que es cierto: algo del sueño americano murió con ese disparo que le voló los sesos al presidente. Ese sueño que promete que no importa quién seas, en Estados Unidos puedes comenzar de nuevo desde cero. Puedes hacerte a ti mismo. Puedes cambiarte el nombre, dedicarte a lo que quieras y dejar que tu vida sea regida por cuantos dólares puedas juntar cada mes.

Ese 22 de noviembre del 63 los ciudadanos estadounidenses vieron morir a su presidente de la manera más cruel, desangrándose en el regazo de su esposa. «Miles vieron, pero nadie vio nada», canta Dylan. ¿Quién mató a Kennedy? La versión oficial dice que fue una conspiración comunista. Después de todo, a Harvey Lee Oswald, el asesino material, se le había visto en la embajada soviética en México. ¿Pero fue así?

Ese día los estadounidenses dejaron de confiar en sus instituciones. Las conspiraciones abundan: fue la CIA, hubo un segundo tirador, Kennedy le debía algo a la mafia. El hecho es que su tendencia cada vez más izquierdista le juntó al presidente sangrante cada vez más enemigos.

«Murder most foul» es un llanto. Dylan crea una oración fúnebre que, si se escucha con calma, es como un miserere del siglo XVII por la muerte de un gran hombre. La herida sigue abierta, es cierto, y esa es la revelación de la letanía dylaniana. A partir de la muerte de Kennedy un abismo se abrió en el alma de las Américas. El asesinato más infame para el que no hubo un Hamlet que se vengara. Toda una nación alza sus ojos melancólicos. Toda una nación busca escapar. Y Bob Dylan la obliga a mirarse de nuevo a sí misma y aceptar su hipocresía y su luto nunca resuelto.

Aquí puedes escuchar y descargar Murder Most Foul:

https://bobdylan.lnk.to/MurderMostFoulAY

Solo los muertos son libres, dice el Bardo de Minnesota. John Fitzgerald Kennedy yace como un símbolo. Un sacrificio humano. ¿Quién lleva su sangre en las manos?

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