Por Concha Moreno (Fotos del autor: Eduardo Penagos)
La semana pasada tuve la suerte y el gozo de estar en una charla virtual– vía esa nueva arma del aislamiento llamada Zoom– con el periodista argentino Martín Caparrós.
Caparrós, por si no lo conocen, es un guerrero de la letra, un aventurero del periodismo. Ha dedicado su vida, que parece ya larga después de tantas odiseas, a contar historias de todo tipo: desde el hambre en el mundo hasta el placer de comer hasta el reviente.
Bueno, les decía de la charla. El tema fue el estado del periodismo en esta especie de pausa envenenada que llamamos coronavirus, en un mundo donde la «posverdad» y las noticias falsas son el pan fresco del día. Como buena plática, pronto el tema quedó de lado y el maestro Caparrós se puso a contarnos de su oficio como reportero y su opinión de lo que debe ser el periodismo de calidad.
Caparrós dice que el buen periodismo nunca ha sido de gran público. «No se trata de likes», dice. Entiendo: el buen hacedor de periodismo sabe que su trabajo ha de incomodar. No importa si se escribe de farándula, nota roja o política, se trata de investigar, saber, avanzar y encontrar las partes que no casan, el vórtice en el centro, o simplemente el guiño que da el giro dramático a la historia.

Caparrós dice que incluso él tiene que pelear con los editores para que le dejen en paz escribir lo que él quiere. Miren nada más, así que esa pelea nunca se acaba. Todos los que nos hemos dedicado al periodismo sabemos que no siempre se lidia con editores inteligentes o interesados en temas más allá de la nota del día, editores chambistas que no hacen su trabajo como ómbudsman del lector y prefieren solo la información basura que se viraliza facilito.
Si bien es cierto que no siempre deberían dejarnos a los reporteros hacer lo que se nos pega la gana (no todos los reporteros somos brillantes como Caparrós, pues), un editor que permite experimentar es bien sabroso.
Finalmente la charla devino en una reflexión sobre el estado de la crónica de habla hispana, tan en boca y ojos de los lectores hace un par de años y hoy está medio apestada en los medios. Caparrós dice que la crónica, de nuevo, no está hecha para el gran público y no es nota del día. Un buen cronista, digo yo, escribe para que su texto sobreviva en el tiempo. Para Martín Caparrós cualquier historia bien contada merece la atención de la crónica; el cronista no cuenta caracteres: cuenta cuentos.

Si quieren conocer más a Martín Caparrós, no puedo dejar de recomendarles su libro Lacrónica, un verdadero seminario de periodismo de largo aliento, o el muy divertido Entre dientes, que es un pequeño volumen sobre las incursiones gourmand del reportero argentino. Tiene un montón de libros, el buen Caparrós. Casi todos son buenos, aunque su ficción deja algo que desear.
Viva Caparrós y todo lo que dice. Me llamo Concha y nos vemos en el próximo debraye.
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