Emilio Salgari para el encierro


Por Concha Moreno

Lo he dicho en otras ocasiones y en otros espacios. Siempre lo repetiré: todo se lo debo a Emilio Salgari.

El primer libro que leí en mi vida fue El tigre de Malasia, una de las novelas del ciclo de Sandokán, la gran obra de Salgari. Era, para mí, el libro más gordo y desafiante que había visto: yo solo tenía 6 años y ese volumen me parecía lleno de sabiduría adulta, los misterios de la vida, algo que llamaba a la aventura y un paso más a la locura. Veneración, pues.

No diré que lo leí de un tirón a esa edad. No, para nada. Primero, porque el libro le pertenecía a mi hermano mayor y no me dejaba ni tocarlo. Segundo, era demasiado largo, demasiadas peripecias. Ni idea de cómo seguir la trama. La verdad es que me daba tanto miedo como curiosidad (al final, el miedo siempre es un elemento de la curiosidad, ¿no?).

Era de mi hermano, sí, pero eso no impedía que me metiera en secreto a su recámara y tomara el libro y lo hojeara de vez en cuando. Y eso hacía. Siempre regresaba a las mismas páginas, los mismos pasajes. MI parte preferida sucedía principalmente en la primera página: el pirata Sandokán y Yáñez, su mejor amigo y compinche, llegan a una isla y se suelta un aguacero. Se refugian bajo las hojas enormes de un árbol de plátano, de hecho se hacen una especie de casa de campaña. A la mañana siguiente, cuando ya la tormenta ha escampado, estiran la mano y toman una penca para desayunar.

Mi segunda escena favorita: los piratas se esconden en un invernadero y se meten a una estufa llena de «pavesas». ¿Qué diablos es un invernadero? ¿Por qué se meten en una estufa si esas se usan para cocinas? Y, más importante, ¿qué son las pavesas? Mi mamá me explicó, muerta de risa, que las pavesas no eran las esposas de los pavos, sino que eran simples cenizas. A partir de ese momento las cenizas dejaron de ser simples para mí.

(Muchas veces se piensa que los niños no saben nada, que les da flojera leer palabras que no comprenden y que solo lo obvio despierta su imaginación. Yo soy de la idea contraria: las palabras nuevas invitan a la exploración y a la convivencia entre niños y adultos. Un niño al encuentro del lenguaje es como un Harry Potter que se entera de que es mago).

Ah, ¡qué belleza! Todavía veo la escena de los plátanos en mi mente y me siento conmovida. Yo era una niña muy tímida que se sentía mejor encerrada en casa que lidiando con las escuela y los compañeros. Sigo siendo bastante así. Me gustan los mundos autocontenidos, esos donde todo sucede en un solo lugar, los personajes tienen todo lo que necesitan al alcance de la mano… Pero no deja de ser extraño que esa sensación me la haya causado una novela de aventuras, de esas en las que los mundos son todo menos pequeños; al contrario, escenas largas y nada obtusas, sueños de largarse a Malasia y ser un pirata que conquista islas.

Pensaba todo esto cuando una amiga me pidió recomendaciones de libros para niños que les ayuden a lidiar con el encierro. Nada mejor que los libros aventureros de Emilio Salgari, precisamente porque llevan al ensueño. Salgari escribió como quien patina en un parque: es muy divertido y refrescante. ¿Cuál sería el libro ideal para entrar a ese universo? Cualquiera, todo es magnífico y entretenido. Yo prefiero a Salgari sobre otros autores del folletín del siglo XIX, como Verne o Dumas porque su obra, la de Salgari, es más dinámica: suceden peripecias todo el tiempo.

Y Sandokán es sin duda una creación muy sexy: seductor, bravo y guapo; lleno de furia y capaz de amar a lo bestia a Marianne, la joven inglesa ante la que cae rendido. Hasta a los papás les va a gustar. Lo juro por la sangre de Yáñez, uno de mis personaje más queridos de la literatura.

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