El día que She-Ra me liberó


Para Stuffy y Shay, que de niñas también jugaron a She-Ra

Por Concha Moreno

El asunto es este: no veo muchas caricaturas desde el años 2002, digamos. Creo que la última caricatura que disfruté fue Attack on titan, que es un anime reciente, pero considero a los animes distintos a las caricaturas. Los animes son, pongo esto en la mesa, más melodramáticos, con emociones larger than life: son las telenovelas de los nerds.

No, las caricaturas son otra cosa. Sobre todo son chistosas y llenas de aventuras. Algunas tienen un humor absurdo como La vaca y el pollito o aspiran a ser cómics de superhéroes como La chicas superpoderosas (les digo, mis referencias son de hace 20 años).

La vaca y el pollito

Pero de niña, uff, veía todas las caricaturas del 5. Todas: de los Muppets babies a Los halcones galácticos. Me tocó ser la única niña de la familia, así que mis hermanos me usaban como damisela en problemas o como el miembro femenino del equipo que no hacía otra cosa que echar porras. A veces jugábamos a las caricaturas y a la guerra siempre era a la que mataban primero.

No me quejo: me gustaba que mis hermanos me tomaran en cuenta y teníamos una colección de juguetes que ya hubiera querido La mercería del Refugio. Solo me hubiera gustado ser, ya ven, un poco más protagónica, ser por una vez la que llevara el sable de luz de Luke Skywalker o manejara el tanque de los GI Joe .

Mis ansias de épica no se saciaban. Las niñas de mi escuela eran un horror. Pasaban los recreos sentadas chismeando o jugando barbis (las odio, me parece el juguete más pasivo y lesivo para la identidad femenina). Decían que yo «jugaba como niño». Esta es la razón: a los 8 años descubrí a She-Ra. Quería jugar a She-Ra todo el tiempo.

She-Ra en la nueva versión de Netflix

Para quien no lo sepa, She-Ra es la hermana gemela de He-Man. He-Man, ya saben, el forzudo que gritaba «¡Por el poder de Greyskull!». Como a la marca de juguetes que producía a He-Man le pareció que había mercado entre las niñas creó a She-Ra, una princesa guerrera que tenía sus propias aventuras y hasta su propio castillo –rosa, por supuesto– y una espada. ¡Una espada! Me moría por esa espada. Desgraciadamente la caricatura era muy políticamente correcta para aquellos tiempos y She-Ra usaba poco su espada y no le guerrereaba mucho. Era una guapa mujer rubia que no iba a ensuciarse de sangre.

Crecer con pocos referentes femeninos es triste. Los encontré después, en el rock y la literatura, pero siempre tengo la sensación de que no sé cómo ser mujer. Nunca aprendí a maquillarme y los hombres son mis amigos pero nunca mis novios. Friendzoneable, pues. She-Ra todas las tardes era mi momento de sentirme una mujer fuerte que vivía lances que luego completaban mi imaginación. Mi diosa Atenea tenía esa espada y vivía en un reino mágico. Una vez soñé en el que yo era She-Ra y defendía mi castillo de un ejército de orcos y dragones. Uno de los sueños más emocionantes de mi vida, lo recuerdo con nitidez.

Todo esto vino a mi memoria porque mi amiga Stuffy me recomendó la nueva versión de She-Ra que está en Netflix. Me emocioné como si me hubieran dado el Pulitzer. ¡She-Ra! ¡Con su espada! ¡Y su reino!

Me dispuse a ver una versión más o menos fácil digerir para las nueva generaciones. Me encontré con una joya. Me explico: es una caricatura como expliqué hace rato. Es chistosa y medio pueril, pero ese es su chiste. Y la historia está totalmente cambiada y eso es maravilloso: ahora She-Ra es, antes de volverse la protagonista que recordamos de la vieja versión, una especie de agente secreta en entrenamiento y su mejor amiga es Catra, una mezcla de gato con adolescente, muy rebelde y caprichosa. Se convirtió de inmediato en mi personaje favorito.

Pero he aquí el hecho que hace a la nueva She-Ra un acontecimiento: hay personajes de todo tipo y todos tienen derecho a ser cómo son sin que ninguna moral anticuada les diga que tienen que ser buenos ejemplos para los niños. O es decir: este es el buen ejemplo para los niños de hoy. Todos podemos ser diferentes y eso no significa que tengamos que vivir en guerra. Todo tipo de cuerpo, de carácter y de forma de amar.

Déjenme decirles un spoiler: She-Ra es lesbiana. No les voy a decir de quién se enamora, pero hay beso y es un momento muy romántico. Yo no soy gay, pero puedo imaginar a niñas que sí lo son sintiéndose poderosas diosas guerreras que aman a quien chingados quieran aunque tenga vagina y eso no es problema.

Hoy los niños tienen derecho a elegir su género desde antes de la adolescencia (claro, siempre y cuando los papás tengan dinero para el tratamiento hormonal) y los chicos salen del clóset a cada vez más temprana edad. Y sus amigos los aceptan con nada más allá que un encogimiento de hombros. Sin embargo, el bullying y los crímenes de odio siguen existiendo, y también aberraciones como las «clínicas para curar la homosexualidad». Un show como She-Ra es importantísimo porque enseña lo natural que es el espectro sexual y se lo enseña a niños de primaria (y a treintonas como yo).

Este texto se llama «El día que She-Ra me liberó» porque viéndola sentí una inmensa sensación de alivio por mí y por mis amigos gays porque, si esto sucede en un programa para niños disponible para millones de personas, significa que vamos por buena senda. Me siento libre para amar a quien yo quiera. Espero que muchas niñas, además de jugar con la espada, se den cuenta de lo mismo. Lo deseo con toda la pasión de la niña que fui.

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