La ciencia y la literatura brindan relatos contra el virus del olvido: José Gordon


El divulgador científico, escritor y periodista, participó con una charla en la Escuela de Verano

Por Irma Gallo

El pequeño de seis o siete años que fue José Gordon miraba al mar, una noche. Entonces, comenzó a preguntarse porqué existían las rocas, la arena, el agua, en lugar de que no existiera nada. No se preguntó por su propia existencia, sino por la de todo lo que lo rodeaba.

«Me anulé en la observación. Y esta es una pregunta que se han hecho los filósofos y que me ha perseguido en todo mi trabajo profesional. Y las obsesiones que he tenido en mi vida están en torno precisamente a las respuestas posibles a esa pregunta, y por supuesto que se me fueron afinando con los instrumentos de la poesía», dice el autor de Gato encerrado (Sexto Piso, 2019), en una entrevista exclusiva con La Libreta de Irma después de la charla que sostuvo con el escritor Antonio Ramos Revillas, director de la editorial universitaria, en el marco de la Escuela de Verano de Cultura UANL.

José Gordon en conversación con Antonio Ramos Revillas

En la charla virtual, José Gordon habló de su nuevo proyecto: Colisionador de ideas –en clara analogía del colisionador de partículas–, una serie de episodios audiovisuales animados que se empezará a proyectar en el Museo Interactivo de Economía (MIDE), y en uno de los cuales plantea un ejercicio de imaginación en donde el escritor Gabriel García Márquez y el biólogo Antonio Lazcano se encuentran. El primero pregunta al segundo de qué trata el coronavirus COVID19. El científico responde que tiene una secuencia de genes, en particular 12 letras, que parecen ser la clave para desarrollar el nivel de contagio del virus, a lo que Gabo responde que eso también ocurre en la literatura.

Entonces, el biólogo cuestiona al escritor acerca de su descubrimiento: el virus del olvido que azota Macondo en Cien años de soledad. García Márquez recuerda el momento en el que el gitano Melquíades llega con sus frascos de colores y saca, de entre todos, el que corresponde a la luz de la memoria, que es justamente la vacuna contra este virus.

«En estos relatos de la ciencia y la literatura», dijo José Gordon en la charla virtual, «hay la posibilidad de descubrir esto que se llama regresar a casa«.

José Gordon muestra su libro Gato encerrado en la charla virtual de la UANL

La relación con la ciencia y la literatura siempre ha estado presente en la vida del conductor de La oveja eléctrica en Canal 22. Si de niño se hizo una pregunta filosófica frente al mar, que le llevaría al camino de la ciencia para intentar responder, cuando tenía 16 o 17 años, descubrió el poder de la poesía:

«Antes de acostarme leía libros de poesía y me acuerdo de la sensación que me dejaban en los dedos. Sentía cómo mis dedos estaban zumbando de energía. Entonces me di cuenta de que la poesía refinaba mi percepción», narra en entrevista.

«Años más tarde lo descubriría en El arco y la lira, con Octavio Paz, cuando Paz empieza a plantear que la experiencia poética tiene que ver con un masaje al cerebro, en el sentido de que hay una cadencia de las palabras que de alguna manera está teniendo un efecto como si fuera un masaje en toda tu fisiología; hay un ritmo fisiológico que ahí está conectado al ritmo poético, un ritmo de la respiración. Me acuerdo que cuando yo estaba leyendo también por esas épocas descubrí algunos autores que tenían que ver con el mundo de la ciencia, y encontré que había ahí un relato igual de apasionante, igual de atrevido, para tratar de explorar las fronteras de lo conocido».

El relato de nuestras vidas

La vida misma de los seres humanos: conversar con un buen amigo; ir al cine y sentir que, de pronto, a todos los que estamos en la sala nos falta la respiración, «todos esos momentos son susceptibles de ser leídos como la novela interesante y apasionada de nuestras vidas», dice José Gordon en entrevista.

El problema es que a veces tenemos una incapacidad de leernos como grandes relatos y sobre todo de modificar los relatos para que sean más inteligentes.

Un episodio de Imaginantes, serie creada por José Gordon

«El drama de nuestras vidas es la diferencia de lo que pensamos que deseamos y lo que realmente deseamos, y a veces estos deseos ya están nada más dictados por la inercia», dice José Gordon a La Libreta de Irma.

Una pandemia como la que estamos sufriendo nos invita también a replantearnos qué es nuestra casa, replantear cómo nos hemos olvidado del otro, cómo nos hemos olvidado de nosotros mismos, como nos hemos llegado de lugares comunes precisamente por falta de contacto con nuestra intimidad.

Ahí entra una vez más la literatura, cuyo trabajo, dice Pepe Gordon «es también descubrir mundos al volver a nombrar y tener registros de zonas de la realidad que ya no sabemos nombrar, por un lado porque las palabras están desgastadas y por el otro lado porque a veces no encontramos la palabra y el poeta nos abre esa zona de percepción».

¿La ciencia pura o la literatura sin la ciencia pueden enseñarnos igual el regreso a casa?

«En la exploración profunda de la naturaleza de repente encontramos las huellas de nuestra propia mirada. De alguna suerte estamos profundamente interrelacionados con lo que observamos, con lo que apreciamos y cómo cambiamos. Si descubrimos este horizonte que nos trae la ciencia es clave para abrirnos a estas narrativas que también, dentro del siglo XXI, nos pueden dar atisbos de esta unidad», responde Gordon.

«Dicho de otra manera», advierte el autor de El inconcebible universo, «no quiere decir que tengamos que ser novelistas ni científicos, pero así como no necesitas ser novelista para disfrutar de una nueva novela, tampoco necesitas ser científico para disfrutar de las narrativas apasionantes que nos trae la ciencia, sobre todo si son bien contadas».

Programa La oveja eléctrica, de Canal 22, sobre el Coronavirus y el virus del miedo

Una herramienta más: la meditación

Pepe Gordon no aconseja a nadie, sólo comparte su experiencia por si le sirve al otro. Además de la literatura y la ciencia, tiene otro aliado en la tarea de entrar en contacto con su intimidad. Cuenta que desde que tenía 18 años de edad practica la meditación trascendental:

«Es la experiencia de un estado de quietud, que elimina fatiga, elimina estrés y va refinando la percepción. Entonces yo siempre he estado haciendo ese ejercicio, cotidianamente, 20 minutos en la mañana, 20 minutos en la tarde, de volver a conocerme cuando estoy en silencio y a lo largo de los años esto ha ido afinando cierta sensibilidad y cierta percepción para identificar qué quiere decir ese regreso a casa. Y yo lo conozco».

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