La poesía en la paternidad: Poeta chileno


Por Irma Gallo

Me resistí, durante años, a leer a Alejandro Zambra. No me pregunten porqué; yo misma no tengo una respuesta mínimamente racional. Pasaban los años y con ellos los títulos de nuevos libros, y yo seguía resistiéndome.

Sin embargo, dos factores contribuyeron a que por fin me decidiera a emprender su lectura: 1) “conocerlo” como compañero y padre en el hermoso libro de ensayos Linea Nigra (Almadía, 2020) de Jazmina Barrera (su pareja y madre de su pequeño Silvestre), y 2) el hecho de que llegó a casa su más reciente novela, Poeta chileno, entre otros libros de la editorial Anagrama, que le publica desde, por lo menos, 2006, cuando salió a la luz Bonsái.

Poeta chileno, como su título lo anuncia, es la historia de un (más adelante dos) hombre(s) que anhela(n) ser poeta(s). Pero quizás el talento, o la oportunidad o las conexiones necesarias no estén del todo de su lado. El caso es que uno de ellos se rendirá en el camino… ¿y el otro? No sabemos. Es muy joven cuando termina la novela, y con esa esperanza nos deja Zambra, y se lo agradecemos de corazón.

También es la historia de su entrañable y compleja relación, uno como padrastro del otro, y al mismo tiempo, es un repaso agudo, crítico, cargado de humor negro, del panorama de la poesía chilena, por el que transitan desde Pablo Neruda y Gabriela Mistral, hasta Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Raúl Zurita, Floridor Pérez y un sin fin más que el narrador y poeta nacido en Santiago de Chile en 1975, ha creado con su irreverente imaginación.

Ha llegado el punto en el que tengo hacer una confesión más: la parte que más me gustó de la novela es en la que aborda el tema de la paternidad y sus complejidades. Quizá soy muy cursi (no tengo remedio y además no me da pena), y ello se debe a que, como expliqué en un principio, acababa de leer la clase de padre que es Zambra en Línea Nigra, y de algún modo siento que en las palabras de Gonzalo, en su manera de relacionarse con Vicente (ese hijo que no se gestó de uno de sus espermatozoides, pero que es mucho más suyo que del padre biológico) está Alejandro Zambra recién estrenado como papá de Silvestre.

“…porque no era el mejor profesor del mundo ni se perfilaba como un poeta importante, pero intentaba con valentía ser algo así como un padre para Vicente”.

“Pero es verdad que fue padre durante unos años. Fue padre de la manera más plena que alguien que no es padre puede serlo”.

La antítesis de Gonzalo es León. El tipo que embarazó a Carla y por eso, nada más, es el “padre” de Vicente, aunque nunca ha asumido esa paternidad.

A León, y a los muchos que son como él, Zambra les dedica estas palabras (en la voz de un enojado Gonzalo, porque no es esta una novela de intención moralizante, por supuesto):

“…son victimarios disfrazados de víctimas, porque hasta parece que no hubieran sido ellos quienes insistieron mil veces, en todos los tonos, incluyendo ataques de ira y zamarreos varios, en abortar (…) Parece que no fueran ellos quienes no solamente los pocos días en que ejercen mediocremente su rol, sino también el resto del tiempo, sienten que sus hijos son una carga, la prolongada consecuencia de un irremediable condoro”.

Hay que leer Poeta chileno para sumergirse en la empatía, en la ternura, en el ácido sentido del humor y, por supuesto, en la profundidad (por eso, “sumergirse” es la palabra ad hoc) de Zambra. Hay que leerlo con los poros abiertos, paladearlo como a un buen vino, porque, les aseguro, el efecto que produce es una marca indeleble. Como a mí, no les darán ganas de perderse un libro mas de este narrador y poeta chileno.

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