Cómo descubrí a Angela Carter


Por Irma Gallo

En su nota introductoria a “Lecturas no obligatorias”, una columna que publicó durante un par de décadas en medios como Zycie Literacki (una revista literaria), y que Malpaso Ediciones complica, junto con otros textos en su Prosas reunidas (segunda edición, abril de 2017), la poetisa polaca, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1996, Wislawa Szymborska escribe:

“Que en realidad soy y quiero continuar siendo una lectora amateur sobre la cual no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación. El libro es a veces el tema central; en otras ocasiones, solo el pretexto para entretejer libres asociaciones”.

Wislawa Szymborska

Al igual que Szymborska, no pretendo aquí hacer ni reseña ni crítica literaria. No tengo las herramientas conceptuales para ello, ni me interesa. Solo quiero, como dice el título que enmarca a estas palabras, contar mi experiencia de cómo descubrí a Angela Carter y lo que ha significado su lectura. 

Puedo empezar por confesar, no sin un poco de vergüenza, que casi no compro libros porque muchas editoriales me los mandan para que los reseñe. Pero al igual que a Wislawa, muchas veces (y ¡perdón, queridas editoriales, no me importa que ya no me manden tantos libros!) las novedades son lo que menos me interesa leer y por lo tanto, sobre lo que menos quiero escribir.

Así que mis lecturas más recientes, y sin duda las más disfrutables, han sido las que descubro un poco al azar, guiada solo por un instinto extraño que, como buen instinto, todavía no logro desentrañar.

Fui varias veces a la FIL del Zócalo: dos, a fungir como presentadora (de la maravillosa Premio Nobel de la Paz alternativo, Vandana Shiva y de una mesa de feministas en las redes, con Lulú Barrera, de luchadoras.mx y Plaqueta); una, a ver la presentación de Tepic Literario, de Beatriz Gutiérrez Müller y en la que participó mi querido amigo Marcos Daniel Aguilar -antes de que pregunten, fui a verla porque los admiro y estimo a los dos-, y finalmente, como reportera, a entrevistar a Jordi Soler y a Wendy Guerra.

En una de vueltas a la FIL, mientras hacía tiempo entre una de mis entrevistas y la primera presentación que tuve, entré al stand de Sexto Piso y me encontré con un libro que, confieso, de entrada me llamó la atención por la portada, que tiene a un lobo y a una loba humanizados, vestidos de dama y caballero. Se llamaba Quemar las naves. Los cuentos completos de Angela Carter (Sexto Piso/Secretaría de Cultura, 2017). Nunca había oído hablar de la autora y menos la había leído, pero he aquí que el título también llamó poderosamente mi atención. Ya casi me convencían.

El tercer factor que me atrajo fue que el prólogo estaba escrito por Salman Rushdie. Así que tomé el ejemplar abierto que estaba encima de la pila de los nuevos, cerrados con celofán, para hojearlo. En la primera de forros, junto a un retrato de la autora en el que podría definirla como rara, impenetrable, extrañamente bella, leí: “Angela Carter (Eastbourne, 1940- Londres, 1992), narradora y periodista inglesa, destacó por su imaginación gótica e irreverente, su estilo profuso, así como sus posturas feministas y socialistas”.

Tres palabras me convencieron para dar el siguiente paso (bueno, en realidad cuatro): “periodista”, “gótica”, “irreverente” y “feministas”. Así que fui a la caja a preguntar por el precio del libro. Cuando me dijeron “400 pesos”, me quedé un poco sin aliento, lo confieso. Sé que para muchos de ustedes no es mucho, pero para mí, sobre todo en la última curva de la quincena, lo es. Saqué mi cartera y mi monedero. Alcanzaba a reunir un poco más de 600 pesos. No me importó: me ganaron esas cuatro palabras, la portada, el título, el prólogo de Salman Rushdie, la fotografía de Angela Carter. Y así empezó mi aventura lectora, una de las que más me han emocionado en la vida.

Angela Carter 1976 © The British Library Board

Nada de lo que prometía la envoltura mercadológica del libro me decepcionó. Tan pronto como llegué a casa me sumergí en la escritura de la Carter: había un relato sobre un profesor asiático que tenía un espectáculo de títeres, y estaba enamorado de una de sus marionetas, lady Púrpura, con “rubíes por ojos y la dentadura feroz cincelada en madreperla”, vestida con ropajes de colores oscuros, “un púrpura del color de la sangre de un suicidio por amor”.

El relato termina cuando el anciano, obsesionado por lady Púrpura, la besa en los labios. La marioneta despierta del sueño de la muerte de madera y le corresponde el beso, pero en el momento de mayor pasión le clava en el cuello su “dentadura feroz cincelada en madreperla” y le succiona toda la sangre, hasta dejarlo ahí tirado. Después, arroja una lámpara de petróleo y quema el carromato y el teatrino, que se envuelven en llamas en unos segundos, arrasando también el cuerpo del anciano.

En medio de las llamas, lady Púrpura sale a la noche brumosa, caminando, todavía un poco rígida por los años en que su cuerpo fue de madera, en busca del único burdel del lugar.

Ese es solo un ejemplo de la imaginación poderosísima y la violenta prosa de Angela Carter, pero también está el relato La cámara sangrienta, publicado en 1979, sobre una joven mujer que se casa con un anciano perverso que le atrae y le asquea en la misma proporción, y del que descubrirá un secreto pavoroso al cual no se podrá resistir. 

O El hombre que amaba a un contrabajo, publicado entre 1962 y 66, cuando ella tendría entre 22 y 26 años, y que, como su nombre lo indica, cuenta la historia de un músico, llamado Jameson, que se obsesiona por su contrabajo, al punto de llamarlo Lola, reservarle un asiento en las mesas donde comía y ordenarle el mismo trago que pedía para él. La destrucción de Lola durante una trifulca en el bar en el que tocaba el grupo al que pertenecía Jameson, es la razón de que Carter lo describa, al final del relato, “colgando de una lámpara estropeada, con aquella cara amable suya toda negra y retorcida. Bien hendido en el cuello llevaba atado un brillante pañuelo de seda, el pañuelo con el que durante tanto tiempo había limpiado su contrabajo”.

¿Quieren conocer más del universo literario de Angela Carter? Compren el libro. Sus 400 pesos estarán de lo mejor invertidos. (Y juro que no es comercial para la editorial; como dije, yo misma pagué por el mío).

Pero si todo lo que he escrito aquí no los convence (que tampoco es mi intención, ¡qué hueva estar convenciendo a alguien de cualquier cosa!), les comparto lo que me dijo Salman Rushdie el pasado 14 de noviembre, cuando le pregunté directamente su opinión y sus recuerdos de Angela Carter, durante la rueda de prensa que ofreció en Monterrey, previa a la charla pública que tuvo con el escritor mexicano Jorge F. Hernández en el hermoso Colegio Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León:

Salman Rushdie en conferencia de prensa en Monterrey. Foto: Myriam Vidriales

“Fue una de mis amigas más cercanas entre los escritores y murió demasiado joven. Creo que de algún modo estaba empezando apenas a mostrar la verdadera calidad de su talento cuando murió. Pero de todos modos es una escritora brillante y muy inusual en Inglaterra. Y como resultado, durante su vida, a veces hubo una tendencia a marginalizarla.

Y tristemente, casi inmediatamente después de su muerte, eso cambió completamente y fue reconocida como esta figura muy importante. Y sé que le importaba, y hubiera sido muy importante que eso ocurriera durante su vida.

Ella tenía esta habilidad para combinar elementos de los cuentos de hadas y los cuentos de las tradiciones populares con una imaginación feminista muy dura. Y era una contadora de historias fantástica”.

Salman Rushdie
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