La broma de nunca acabar


Por Concha Moreno

Un día de hace 12 años -septiembre, lo recuerdo bien-, David Foster Wallace besó a sus perros, tomó una cuerda y se colgó. Su cuerpo lo encontró su esposa que había salido a hacer unos mandados. Moría así la última gloria de las letras estadounidenses.

David Foster Wallace sufrió toda su vida de depresiones contantes. Cuando iba en la universidad tuvo que dejar la clases porque lo internaron. Se sentía un fantasma. Es terrible cuando alguien tan joven sufre de ese modo. Foster Wallace se sentía perseguido por la muerte.

Author David Foster Wallace. (Photo by Steve Liss/The LIFE Images Collection/Getty Images)

Tenía una cosa con el éxito. De adolescente fue tenista notable, inclusive con ranking nacional. Dos años duró como atleta de alto rendimiento, a continuación el desencanto. Después tomó el golf. Otra vez: dos años y después el fracaso. Cuando comenzó a escribir, el miedo: ¿y si esto de nuevo solo dura dos años?

No es que Foster Wallace fuera voluble o indisciplinado. Era una persona muy compleja. Durante años tomó un antidepresivo con el que tuvo fortuna y lo mantuvo vivo. Justo cuando se sentía más sólido, con una carrera estable (además de escribir era profesor), el amor y la alegría, decidió, junto a su terapeuta, cambiar de medicación por una más moderna. Error fatal: la medicina no pegó y cayó por un tobogán de tristeza, miedo y desgracia. La depresión, otra vez.

Quizá el maldito Foster Walllace es el mejor escritor de los últimos 50 años de Estados Unidos. Y recuerden que existen Philip Roth, Joyce Carol Oates y Paul Auster. Nadie como él redefinió la literatura fundiéndola con el mundo posmoderno de Internet. Su novela Infinite Jest se adelantó a su época: es una novela google, que va de aquí para allá, relacionado temas estrambóticos en una trama sorprendente. Me dirán que así es Rayuela de Cortázar. Puede ser, pero la novela de Foster Wallace me parece que es mucho más afortunada llevando al lector por brechas inexploradas.

El buen Dave, como le decían sus amigos, tenía dos vertientes. Una como ensayista y articulista, con toda la alegría de escribir y pensar plasmadas en algunos de las páginas más divertidas que he leído. La segunda es oscura: su literatura, farragosa, difícil de leer, intelectualmente comprometedora. Se necesita atención al doble para leer a Foster Wallace, el literato, que a Dave, el ensayista.

De las dos caras, prefiero al articulista. A Supposedly Fun Thing I’ll Never Do Again es uno de mis libros favoritos. Es un conjunto de ensayos que toma título de una crónica sobre la vida en un crucero de vacaciones. Dios, qué desesperación. La «cortesía profesional» del personal le recuerda a Dave las caras de los nazis y los pasajeros, como vacas que están siendo engordadas para el matadero. Nadie como Foster Wallace para brincar de un postulado de Wittgenstein a una receta de cocina, un churro de mota y luego una referencia a una telenovela de los 70.

En Consider the Lobster pondera la ética de comer langostas: las cocinamos vivas. ¿Eso nos hace humanos? En Big Red Son cuenta los entresijos de los premios a lo mejor del cine porno. Háganmen caso: las tetas inflables existen.

Si quieren una vista integral de la vida de David Foster Wallace échense Toda historia de amor es una historia de fantasmas, de DT Max. Una biografía que se siente como una epopeya con final triste.

Doce años sin Dave. La broma nunca acabará, gran David Foster Wallace. Como Andy Kauffman, seguramente estarás burlándote de Elvis allá arriba. Te extrañamos, Dave.

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