Adiós a Joaquín Lavado


Por Miguel Ángel Gallo

No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. lo importante es lo que Mafalda piensa de mí.

Julio Cortázar

Si esto lo escribió el maestro Cortázar, quien además de gran escritor era argentino como Mafalda y Quino, muy poco queda por decir.

Este texto debe, entonces, tomarse como una remembranza y como un homenaje al más entrañable personaje de la historieta.

Remembranza, porque yo escribí hace casi cuarenta añitos, un texto sobre Mafalda, que forma parte del libro Los cómics, un enfoque sociológico (Ediciones Quinto Sol). 

Remembranza porque, además, Mafalda fue la historieta más leída por mis hijas, mi esposa y yo; y no sólo leída, sino vivida. Aún hoy, cuando queremos decir que alguien no tiene nada qué decir o queda pasmado, decimos “se quedó sin boca”, aludiendo exactamente a ese recurso que usó Quino, y si no mal recuerdo fue quien lo inventó o al menos popularizó. Literalmente no le dibujaba la boca al personaje en cuestión. También decimos: “¿y si mejod la pateo?”, como dijo Guille acerca de la tortuga Burocracia, o “este antro de rutina” para referirnos a la casa… En fin, creo que por ahí andan 3 o 4 frases más que nos fusilamos de Quino y acechan en el inconsciente colectivo de los cuatro integrantes de la familia, listas para salir en cuanto se presente la oportunidad, casi como los refranes de Sancho Panza. 

Y a pesar de que Quino dejó en un momento de su carrera a la niña crítica para continuar con sus estupendos libros de humor, su nombre en la historia de la historieta siempre estará ligado a Mafalda.

Reproduzco aquí parte de mi texto sobre Mafalda:

Joaquín Lavado, mundialmente famoso como “Quino” publicó en septiembre de 1964 la primera tira de Mafalda. Aparentemente estos personajes solo pertenecen a la típica familia pequeñoburguesa citadina: el padre, oficinista treintón; la madre, ama de casa también treintona, y la chiquilla explosiva: Mafalda, quien durante unos seis o siete años fue hija única, hasta el arribo del hermanito Guille. 

Comparado hasta aquí en universo infantil a lo Charlie Brown, La pequeña Lulú, Periquita y Daniel el Travieso, podría ser análogo, pero no lo es: Mafalda vive en un país subdesarrollado, explotado por el imperialismo. Los personajes yanquis de las series mencionadas o sus papás incluso podrían ser cómplices de esta explotación, ya que habitan y disfrutan de las comodidades materiales de la gran metrópoli: los Estados Unidos. En efecto, Mafalda vive en un edificio de departamentos, ahogada como muchos niños de la clase media; los niños gringos habitan en casa particular, con jardines, teléfonos y etcéteras.

Mafalda siente y vive los enormes contrastes del subdesarrollo: la represión policial y militar a la vuelta de la esquina, la miseria, el atraso secular, la precaria economía familiar, los niños enclenques, los ancianos pensionados, etc.

Y mientras Tobi, el barrigón amigo de Lulú reduce su mundo a un helado doble y una visita a la fuente de sodas, mientras el pelón Henry busca hacerse rico vendiendo limonada, Mafalda plantea problemas más allá de un edificio de departamentos, hacia el porvenir de su querida patria Argentina, de su subcontinente: Latinoamérica y de la humanidad en general. ¿Cuántas veces la hemos visto dialogar con el mundito que tiene en su casa?

Mafalda vive su época: los sesenta, con los movimientos estudiantiles, la liberación femenina, los conflictos árabe-israelí, Estados Unidos-URSS, la Revolución Cultural China y por supuesto la guerrilla y antes que nada el Ché Guevara y los Beatles…

Umberto Eco escribió que, si Charlie Brown ha leído a Freud, Mafalda leyó al Che Guevara, y creo que la razón le asiste.

Hasta aquí mi autofusil sobre Mafalda.

Me cuesta trabajo acomodar en mi atril su libro Diez años con Mafalda: está cayéndose en pedazos, de viejo y de super leído y vuelto a leer. Pese a ello, logro acomodarlo para copiar un fragmento de la Presentación que hace Maruja Torres, y en la cual cita este pequeño diálogo con Quino:

“- ¿Qué es lo más importante para Quino?

– La libertad.

Lo dice sonriente pero seguro.

– ¿Y algo más fácil de conseguir?

Piensa un rato, se rasca la cabeza y me mira con cierto aire de perplejidad.

– No sé, ni se me ocurre. La libertad –insiste tercamente-. Bueno, añadiré que también esa otra clase de libertad que se concede uno mismo, no sólo la que tienen que darte los demás. A mí me cabrea mucho ver que en mis sueños tengo una imaginación fabulosa y una libertad de movimientos que despierto no tengo. Es este tipo de libertad el que también es indispensable: que uno no se autobloqueé con prejuicios y cosas que le limitan.”

Recordemos con mucho cariño y una sonrisa al gran creador, Mafalda lo hubiera querido así.

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