Ya no se empuña un arma por una idea, sino para ser sicario: Anderson


Por Irma Gallo

En el prólogo a su más reciente libro, Los años de la espiral. Crónicas de América Latina (Sexto Piso/UANL, 2020), Jon Lee Anderson, el corresponsal de The New Yorker que ha recorrido África y América Latina con una pluma, un cuaderno y su insaciable curiosidad, escribe que el narcotráfico asentó sus reales en la región durante la década de 2010 a 2020, con su inseparable cuota de violencia y descomposición social.

«La victoria del capitalismo ha traído la cultura del consumo y ha traído dinero a la parte más pobre de la sociedad: también pueden tener sus cosas pero a cambio de, no empuñar un arma por una idea sino para ser sicario, para hacer venganzas entre pandillas, para ejercer el poder en tu barrio».

Jon Lee Anderson

Inicio esta conversación preguntándole a qué atribuye la sensación de que la llamada «marea rosa» –o sea, el auge de la izquierda en América Latina– se diluyó en tan solo unos años. A final de cuentas, después de Lula y Dilma, Bolsonaro ocupa hoy el poder en Brasil. Jon Lee hace una pausa breve; si esto fuera una caricatura podría ver el mecanismo en su mente, como los engranajes de un reloj, mientras le da forma a la detallada respuesta que me dará:

«En gran medida lo que conocimos como el “boom” de la izquierda desde finales de los años noventa hasta hace poco, y que al principio de esta década pasada estuvo en su auge, la “marea rosada”, estaba sustentada por los commodities del petróleo de Venezuela; un poco de la entrada en el gran mercado mundial de las materias primas por parte de China en los años noventa, que implicaba ya un gran mercado que compraba la soya o el trigo de Argentina, de Brasil, el oro de Perú, o equis minerales de otros países, y que buscaba posicionamiento en un continente lleno de materias primas y sin economías mucho más desarrolladas que la extracción y exportación de esos materiales».

«La figura emblemática de ese boom fue Hugo Chávez, que lideró y que montó ese caballo del boom de los commodities que hizo que entrara a Venezuela un trillón de dólares en un poco más de una década. Ese trillón de dólares se fue, se diluyó: era agua que corrió por el desagüe. Es decir, no fue almacenado».

 Foto: Sitio Fidel Soldado de las ideas

«Y por supuesto que había un Fidel Castro que un poco intentaba ordenar y liderar el proceso, un poco autodidacta en el caso de Chávez. Caótico. Y que tenía razón de ser por Bush y las guerras en el Medio Oriente y la noción del mundo en que había una sola potencia mundial».

«Entonces, se vincularon diferentes cosas para ayudar a que la opción de la izquierda renaciera y que también fuera sustentada por dinero; además, hubo un eclipse de credibilidad de las democracias recientes en América Latina década y media, dos décadas después del final de la Guerra Fría. Si vamos de país en país, mira lo que había pasado en Argentina: el menemato y tantas otras corruptelas; en Ecuador el loco Bucaram; en Perú el fujimorato. Miras por doquier, y ni hablar de Centroamérica. O lo que pasaba en México también. Era la gran época de las privatizaciones y las gangas en donde se hicieron tremendas fortunas de las economías. Se podría decir que el tesoro de América Latina fue sacado de un baúl y puesto en muchos bolsillos privados; también el auge del narcotráfico».

«Todas estas cosas contribuyeron a que el electorado fuera susceptible a la noción de que la izquierda merecía un chance; una segunda oportunidad. Ya no es la vía armada de los años sesenta sino la de las urnas, y ¿por qué no? Pero al final de esta gesta, de la “marea rosada” por llamarla de algún modo, ¿qué es lo que tenemos?»

El diagnóstico de Anderson no es alentador: la corrupción marcó a algunos de estos gobiernos que llegaron al poder gracias a la decepción de sus pueblos por el neoliberalismo.

«En algunos lugares hemos visto que se han caído por la astucia de sus contrincantes pero casi siempre fueron ayudados por la corrupción de sus propios gobiernos, o sea, la izquierda se corrompió en el poder. No estoy hablando necesariamente de Lula mismo, no hablar de Dilma; no, no era corrupta, pero las estructuras que capitanearon sí lo eran. Por lo menos eran susceptibles a ser fiscalizadas. De tal manera que se vinieron para abajo. Resultado: tenemos un Bolsonaro en el poder. Resultado: Evo está exiliado en Argentina y hay una Añez ahí, y bueno, vamos a ver qué pasa en las elecciones en un par de semanas».

Evo Morales. Foto: UESLEI MARCELINO (REUTERS)

Una vez más el reportero hace una pausa. Lleva muchos años escribiendo sobre América Latina pero no desde un escritorio, sino desde sus barrios, en conversaciones con la gente, recorriendo sus calles, montañas y desiertos al lado de sus protagonistas. Sin embargo, quizá el hecho de que el español no es su lengua materna lo obliga a un hablar despacio, como pesando cada palabra en el cerebro antes de convertirla en aire que saldrá por sus labios.

«El eclipse de la izquierda, yo creo que se debe a eso: por un lado, la corrupción de unos socialistas o ex guerrilleros que al llegar al poder finalmente por las urnas tuvieron que –por más que seguían siendo socialistas en sus corazones– capitanear países del capitalismo. En algunos casos tuvieron que hacer alianzas con esos capitalistas y en algunos casos fueron coaccionados o incluso corrompidos personalmente por esa cercanía. O se corrompieron. El estado de derecho nunca se cuajó en sus países».

«Una versión de la izquierda fue demagoga, y sus adeptos nunca fueron más que consignistas: con ponerse una polera roja y el puño en alto se hacían revolucionarios y no es así; la Revolución se hace con laburo duro, no con griterías en la calle. Eso se aprendió lamentablemente de la dura manera en países como Venezuela, que ha dado pie para que la derecha más extrema se posicionara en América Latina».

Tengo que hacerle una pregunta que me ronda en la cabeza como mosquito en una noche húmeda y calurosa. Precisamente yo, que crecí escuchando trova cubana; testigo infantil (sin entender muy bien ese momento) de cómo mis papás y sus amigos admiraban a Fidel y al Che y mentaban madres contra el imperio yanqui en las reuniones que hacían en la casa.

–¿Este fracaso tiene que ver también la personalidad de algunos líderes de izquierda que se han convertido en caudillos?

«Sí» –se apresura a responder. «Hay esa tendencia. Es curioso que la izquierda haya ido por ese camino pero también fue así en el Este, en Europa, cuando las dictaduras del Este, antes del colapso de la URSS. Eran tipos imponentes: Ceaușescu, Brezhnev, Honecker, gente que desoía al público».

«Es muy lamentable que fueron por ese camino porque la otra carta posible hubiera sido una revolución, relativa, socialdemócrata. Como Pepe Mujica, que pasó por exactamente lo mismo que los otros: era guerrillero, ¡coño: pagó 12 años en solitario, tuvo una vida difícil! Y cuando llegó al poder era casi como un monje. Era un tipo honesto, transparente, modesto y obviamente democrático y nadie le podía decir que no lo era.

In this Oct 26 2014 file photo Uruguay s former President Jose Mujica arrives to cast his vote in Montevideo Uruguay Mujica resigned on Tuesday Aug 14 2018 from the senator s bench he won in the 2014 elections and in which he had the right to remain until March 2020 © AP Photo Natacha Pisarenko File

«No es así con los demás que intentan imponerse con amonestaciones del otro; llamando al otro escuálido o contrarrevolucionario. O utilizando la etiqueta de “revolución” para justificar todo; inclusive cualquier desmán que comete su política. Por algo han tenido sus desgracias. Y por crear una suerte de séquito que alababa su caudillismo alrededor; incluyendo a Evo».

«El Che advertía de eso en los años sesenta: no soportaba lo que llamaba los huataques y los sobones, que era la gente que venía a lamerle los pies a uno, u otras partes del cuerpo, y no les creía; él decía “hay que cuidarse de eso”. Él aborrecía el caudillismo a pesar de la paradoja de que ayudó a crearlo en Cuba con Fidel», dice Jon Lee, quien sabe muy bien de lo que habla, pues en 2010 publicó una exhaustiva biografía –con nada menos que 760 páginas– del guerrillero argentino-cubano: Che Guevara. Una vida revolucionaria (Anagrama).

Padura y su baile kremlinesco

A Jon Lee Anderson lo vi por primera vez en una edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, hace quizá una década; el mundo de los escritores y de la ficción literaria no le es ajeno: se mueve bien en él. En Los años de la espiral narra un breve episodio de su amistad con Gabriel García Márquez: la última que lo vio.

También escribe sobre Leonardo Padura y cómo el narrador cubano, Premio Princesa de Asturias de Las Letras 2015, ha sabido sortear con inteligencia la censura del gobierno de la isla:

«Padura es fiel hijo de la revolución en el sentido de que él sí cree en esta. Quizá no lo tiene muy analizado pero él quisiera creer que toda esta gesta que ya tiene sesenta y tantos años sirvió de algo. Porque también aunque es de mi generación; fue chico cuando sucedió –es un poco mayor que yo–, puso su vida en ello».

«Y por más que tiene sus críticas y las tiene, muchas, no quiere ser disidente. Quiere vivir en su patria y en cambio ha hecho un cambio, un trueque, que es no salir con todo el rigor que podría para denunciar lo que ve. Él mismo me ha dicho, lo dice en la pieza: no quiere ser un escritor de exilio; entonces, es su gran trueque, su pacto faustiano, hasta cierto punto».

Leonardo Padura. Foto: © EFE Alejandro Ernesto

«Padura ha encontrado la forma de emitir sus críticas a través de las novelas fechadas en la historia. A través de figuras ficticias, aparentemente de otro siglo, encuentra la forma de criticar al presente. Entonces quien entiende lo que está haciendo lo capta perfectamente; no lo denuncia por su nombre y apellido. Es una especie de baile casi kremlinesco. Es interesante de presenciar; es el único que lo hace. Bueno, Pedro Juan Gutiérrez también lo hace a través de su insistencia en el sexo vulgar, crudo, todos los días; es lo que hacen sus personajes, tienen sexo todo el tiempo. Y es como si ante la falta de una vida, o de otra vida, hacen el amor. Es su forma de expresar su inconformidad y su crítica al sistema». 

«Pero como Padura no quiere vivir fuera, no quiere ser desterrado, como buen cubano ama su tierra, ama su isla y quiere seguir ahí, el trueque de él es nunca mencionar la verdad de su metáfora en entrevistas en público o por televisión».

«Padura entiende que tiene un límite porque el Partido Comunista, que es monolítico, le va a increpar si cruza la línea. Entonces, hay autocensura. Cualquier buen cubano o cubana sabe hasta dónde puede llegar, o si no, sufrir ciertas consecuencias».

«Wendy (Guerra), que tú bien mencionas, ha padecido las consecuencias de exceder los límites que han respetado Padura y hasta cierto punto Pedro Juan».

Wendy Guerra. Foto © Irma Gallo

Entre la autocensura a la muerte: periodistas en América Latina

«En México o los países en donde los medios dependen de los espacios pagados del gobierno, si de pronto éste te priva del espacio publicitario, te mueres. Sientes la asfixia. Entonces, ahí el intento por parte del gobierno es obligarte a ser menos expresivo, a vociferar menos con las críticas», dice Jon Lee con respecto a mi pregunta acerca de cómo se ejerce la censura contra periodistas y escritores en el resto de la región.

«En algunos países –lo han hecho en Venezuela–, por ejemplo, si hay un canal de televisión muy en contra del gobierno y los comentaristas salen a atacar todas las noches, lo compran. Es la opción Putin. Básicamente es lo que ha hecho Putin. Así lo han hecho en Venezuela con el canal principal que era el de oposición de siempre; ahora es violín para Maduro».

«Entonces, hay diferentes maneras de censurar pero la línea es siempre obligar a uno a la autocensura: o te asfixian con dinero o es la opción más dura, del destierro o peor, en algunos países. Los periodistas que están más susceptibles al riesgo son los que viven en provincias, y provincias donde los caciques regionales sean gobernadores o alcaldes, narcos. Son los verdaderos “mandamases” y ya sabes: cruzas la línea (o tu periódico) y te matan. México está plagado de muertes así. Brasil también. Y ni hablar de Centroamérica».

Javier Valdéz Cárdenas, periodista sinaloense asesinado en 2017

¿Y después del fracaso de las utopías, qué?

Una vez más, recuerdo como entre sueños las veladas político musicales a mediados y finales de los setenta en la casa de mi primera infancia. Mis papás y mis dos tías más chicas se reunían con los compañeros de mi papá del recién inaugurado CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades) para cantar canciones de Silvio y Pablo y hablar de las maravillas de la revolución cubana. Yo tenía cinco, seis, y hasta diez años de edad y me daba envidia ese mundo de los adultos en donde se podía fumar, beber alcohol y quedarse en vela hablando de conceptos totalmente abstractos para mi mente infantil.

Lo recuerdo con nostalgia, y entonces una sensación como de derrota se me empieza a incrustar en la piel. ¿Dónde quedó toda esa esperanza?, ¿se acabaron las utopías? Cuando despertamos del sueño de que la justicia y la igualdad podían ser más que letras de canciones, ¿con qué nos encontramos?

«Es una buena pregunta», me contesta Jon Lee Anderson. «Mira: hay una respuesta brutal y sencilla: los chicos y chicas que «érase una vez» se habrían ido a la montaña para empuñar un arma y pelear por su futuro, ahora van a las pandillas. La criminalidad ha captado a ese sector de la población».

«El bajo mundo suple la necesidad de pelear para ganar las migajas del poder. Ya las migajas están ahí: corren a través de los fondos de las economías de cada país en la forma de las prebendas del narcotráfico u otras prácticas corruptas. Ese dinero no existía hace 50 años. El narcotráfico no existía. Si eras hijo de machetero en El Salvador te ganabas un dólar al día si tenías suerte: es lo que te tocaba a ti también. La única otra opción era subirte a la montaña y hacerte guerrillero. Pocos se fueron a Estados Unidos».

«Hoy en día son las pandillas: los Mara, las organizaciones delictivas que en todos los barrios, en todos los países, y a veces en todo el país».

«Mi respuesta es brutal a tu pregunta: vivir mejor ya está aquí, al alcance de la mano. La cadena de oro te la puedes poner ya. La gratificación instantánea está aquí. Pero tienes que arrebatarlo».

Jon Lee Anderson. Foto © Irma Gallo

Sin embargo, dice Anderson, «siempre queda esperanza. Mira, los pobres son arcilla en las manos de los demás. Estamos en un impasse muy feo, Irma. No durará para siempre. Así como Latinoamérica ha tenido una historia cíclica, tiene sus vaivenes, estamos en un bache. La rueda sigue. Va a haber respuestas a estos demagogos, estos déspotas y estos populistas».

«La gente no es carne para el carnicero siempre. Siempre hay un momento en el que dicen “No más”. Entonces, ahí va la esperanza. Ojalá no sea muy sangriento. Todo esto se cobra en el futuro próximo. Y por ahí también, ese futuro próximo que te aseguro que está, puede ser repositorio de esperanza».

Me despido del periodista gringo más latinoamericano, el que habla español con acento de Sudamérica, el que mira a América Latina y escribe sobre esta con el corazón en la misma mano con la que sostiene la pluma. Amable, como siempre, me dice que ojalá nos veamos un día de estos.

Si quieres ver la entrevista que le hicimos a Jon Lee Anderson, da click aquí:

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