Por Josué Cantorán
Considerada como la obra que inauguró la reflexión sobre la homosexualidad masculina en la novelística mexicana, El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, publicada originalmente en 1979, ha sido ampliamente discutida en tanto que ofrece distintos puntos de fructífero análisis: su inspiración en la literatura picaresca del Siglo de Oro; su estilo narrativo, que pone en escena una situación enunciativa que hace al lector suponer la transcripción de unas cintas magnetofónicas que contienen las confesiones que un trabajador sexual hizo a un escritor; su audaz tratamiento de la homosexualidad masculina en una sociedad que apenas atestiguaba el surgimiento de los primeros movimientos por la liberación lésbico-gay. En este ensayo, sin embargo, centraremos la mirada en el primer capítulo del texto, o sea en la narración previa a que Adonis iniciara su vida en el trabajo sexual y en los que descubre y asume su homosexualidad. Si bien parecieran mucho más jugosas de interpretación las aventuras de Adonis en el “taloneo”, lo que puede decirse sobre este capítulo no es menor en cuanto a su complejidad. Entre otras cosas, aquí se muestran tres escenas de temática sexual que representan el mismo número de fases del reconocimiento de la homosexualidad cuyos subtextos pueden ser analizados tomando en cuenta distintos conceptos surgidos desde la teoría queer o sus estudios fundacionales.
Las escenas a las que hacemos referencia son: a) en la que Adonis participa del frotamiento manual-genital con un compañero; b) las furtivas miradas a su primo en la regadera, así como los intentos de tocar a sus amigos en las borracheras; y c) la búsqueda fallida de un encuentro sexual que terminó en huida. Cada una de ellas, lejos de formular una tipología de las fases de la sexualidad a la manera de Freud, presentan los gradientes del reconocimiento de la homosexualidad, en el que, además de reconocerse como un sujeto con deseo erótico, el adolescente toma conciencia paulatinamente de que su sexualidad es diferente, vergonzosa y reprobable. Para iniciar, explicaremos de manera sucinta nuestro marco teórico.
Base teórica
La queer, entendemos, es una teoría sobre la cultura cuya premisa básica es el carácter no esencial, es decir, biológico, del género y de la sexualidad (Córdoba 23). En otras palabras: tanto el género (el ser hombre o el ser mujer) como lo que conocemos como prácticas sexuales, que devienen desde la modernidad en identidades (el ser homosexual, el ser heterosexual, etcétera), son productos de procesos culturales específicos que están lejos de tener un basamento natural o fisiológico. Dichas ideas tienen su origen epistemológico, respectivamente, en los trabajos de Monique Wittig y Michel Foucault, según explica David Córdoba García en su ensayo “Teoría queer: reflexiones sobre sexo, sexualidad e identidad. Hacia una politización de la sexualidad”. Foucault, en el primer tomo de su Historia de la sexualidad, publicada en 1976, rastreó la genealogía del concepto de sexualidad, es decir, en qué momento histórico varias prácticas antes inconexas (el sexo, el placer, los afectos) o consideradas de poco valor para la reflexión filosófica comenzaron a agruparse en un mismo campo de conocimiento y se empezaron a producir discursos científicos o filosóficos en torno a él. Más aun, cuándo este nuevo concepto, llamado hoy “sexualidad”, construyó un campo de poder a través del cual se configuran identidades, como el paso, por ejemplo, de la simple sodomía (una práctica corporal) a la homosexualidad (una identidad que engloba varias cosas además de la práctica), o, en palabras de Foucault: “La sodomía –la de los antiguos derecho civil y canónico– era un acto prohibido; el autor no era más que su sujeto jurídico. El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un personaje” (43). Justo entonces, dice Foucault, en el siglo XIX, es cuando este cambio epistemológico, cuyas consecuencias son irreversibles, comienza a hacerse palpable. Continúa: “La homosexualidad apareció como una de las figuras de la sexualidad cuando fue rebajada de la práctica de la sodomía a una suerte de androginia interior; de hermafroditismo del alma. El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie” (43).
Este cambio de paradigma epistemológico –repetimos, el considerar a una serie de prácticas o afectos como una suerte de campo semántico diferenciado– posibilitó asimismo el nacimiento de una nueva gama de discursos de verdad, es decir, de estudios con pretensiones cientificistas al respecto de esas nuevas conceptualizaciones, tales como la sexología y el propio psicoanálisis. La sexualidad, incluso, se convirtió en un objeto de estudio de la ciencia médica. Dice Foucault: “la sexualidad se definió ‘por naturaleza’ como: un dominio penetrable por procesos patológicos, y que por lo tanto exigía intervenciones terapéuticas o de normalización” (67). Y estos discursos de saber al respecto de esta “sexualidad”, parafraseando al mismo autor, estuvieron al servicio o funcionaron como legitimadores de nuevas formas de poder cuyo objetivo fue normar las prácticas sexuales de grupos enteros. Córdoba García así lo explica: “a pesar de su pretendida cientificidad, este nuevo marco discursivo se mantuvo dentro de unos límites claramente marcados y regidos por el dispositivo socio-normativo de la sexualidad al que de hecho ayudó a emerger y a consolidarse” (24). Sin embargo, no sólo esta vertiente conservadora que intenta normar las prácticas sexuales de sociedades enteras forma parte de ese juego de poder que configura identidades. A decir de Foucault, también los movimientos de liberación sexual surgidos en los setenta –y por extensión los que continúan hoy– participan de él, por el hecho de enunciarse desde los nombres y límites que les han sido otorgados desde este dispositivo. Dice Foucault: “(L)a homosexualidad se puso a hablar de sí misma, a reivindicar su legitimidad o su ‘naturalidad’ incorporando frecuentemente al vocabulario las categorías con que era médicamente descalificada. No existe el discurso del poder por un lado y, enfrente, otro que se le oponga. Los discursos son elementos o bloques tácticas en el campo de las relaciones de fuerza” (96). De modo que tanto las instituciones que se erigieron como vigilantes y normadoras de la sexualidad como los discursos de liberación formaron parte del mismo proceso histórico.
Esperamos que esta sucinta exposición de algunos puntos centrales del fundacional trabajo de Foucault sirva para explicar cómo la sexualidad está lejos de ser un hecho natural, como suele pensarse desde puntos de vista desde coloquiales hasta eruditos, y es más bien el proceso de una serie de construcciones culturales. Los estudios de Monique Wittig, que dieron la pauta a desesencializar el concepto de sexo (además del de género) y que forman la otra vertiente genealógica de la teoría queer, además de Foucault, no serán explicados en este ensayo por no ser tan relevantes para el objeto de estudio que nos ocupa. Pasamos, ahora, al análisis de El vampiro de la colonia Roma.

Uno: sexualidad anómala
La novela inicia, luego de un epígrafe y la narración introductoria de un sueño, con la situación enunciativa de un personaje que cuenta su propia historia a un narratario que lo escucha. Desde el inicio es claro que no se trata de un estilo narrativo tradicional, pues el que habla no sólo es uno de sus personajes, sino que parece que está participando de dicha narración a regañadientes, sin mucho interés de por medio. La novela comienza así: “¡puta madre! ¿contarte mi vida? y ¿para qué? ¿a quién le puede interesar? además yo tengo muy mala memoria estoy seguro de que se me olvidarían un chingo de detalles importantes o bueno no importantes porque en realidad no creo que me haya pasado nunca algo deveras importante” (15). Así se inicia la narración de un personaje que eventualmente comenzará a dedicarse al trabajo sexual con otros hombres, tema principal de la novela. Sin embargo, como dijimos antes, este trabajo se centrará en los primeros años del vampiro, antes de iniciarse en dicho oficio. En las primeras páginas de la novela se narra el origen cultural del joven (padre exiliado español), la muerte de su madre, un fallido intento de su padre de regresar a España con sus hijos, la entrada de su hermano mayor al mundo de la vagancia, entre otros. El primer fragmento donde el personaje habla sobre el descubrimiento de su diferencia sexual es el siguiente:
en aquellas épocas ya me había vuelto yo muy inquieto sexualmente muy precoz fui ¿no? andaba muy caliente todo el tiempo y ya me masturbaba y tenía sueños mojados y todo pero fíjate qué curioso siempre me masturbaba pensando en chavos o bueno no al principio me acuerdo que me chaqueteaba viendo fotos de mujeres que venían en una revista que se llamaba “el pingüino” no sé si la conociste ¿sí la conociste? una revista argentina que traía una viejas bien buenas je y también con otra que se llamaba “estrellas” “show de estrellas de cinelandia” y con los jajás mi hermano tenía un chorro de esas revistas tenía cantidad y entonces yo veía una vieja y siempre me imaginaba que algún cuate estaba cogiendo con ella ¿no? me los imaginaba cogiendo a los dos ¿verdad? hasta que un día me empezó a interesar más la figura del chavo que estaba cogiéndose a la vieja y ya pensaba más en él o sea me concentraba más en él aunque no estuviera en la foto ¿ves? y entonces así me venía yo creo que desde entonces mandé a las viejas a la verga o no más bien yo me mandé a la verga ¿verdad? (Zapata 20-21)
Uno de los asuntos que resultan más interesantes de este pasaje es que el reconocimiento interior de la homosexualidad se da de manera casi simultánea, aunque en sentido estricto posterior, al despertar sexual como tal. Adonis encuentra el material masturbatorio de su hermano y comienza a utilizarlo con fines de estimulación sexual pero muy pronto desplaza el objeto de su deseo a otro que se origina en su imaginación. Las mujeres presentes en las fotografías que veía en las revistas le resultaron pronto carentes de elementos de erotización y encontró un objeto de deseo más apetecible en sus propios amigos, como dice un poco más adelante en el relato: “y luego me puñeteaba yo chas chas chas pensando en cómo se puñeteaban ellos y me entraba mucha más calentura y ya me venía” (21). Si bien la existencia de la sexualidad infantil fue en primer término desvelada en el ámbito científico por los trabajos de Freud, Foucault sostiene que el dispositivo de la sexualidad devino, en este respecto, en un movimiento de generación de conocimiento cuya finalidad última fue la pedagogización del sexo del niño, es decir, la educación a los infantes de no ejercer su sexualidad sino hasta adultez, y que esta debía apegarse a la norma heterosexual reproductiva. Foucault señala que esto se trata de una doble afirmación de que casi todos los niños se entregan, o son susceptibles de entregarse, a una actividad sexual, y de que siendo esa actividad indebida, a la vez “natural” y “contra natura”, trae consigo peligros físicos y morales, colectivos e individuales (…); los padres, las familias, los educadores, los médicos, y más tarde los psicólogos, deben tomar a su cargo, de manera continua, ese germen sexual precioso y peligroso, peligroso y en peligro. (98)
Ahora, si bien los impulsos sexuales del protagonista de El vampiro de la colonia Roma no son reprimidos explícitamente por instituciones encargadas de su vigilancia, como la familia –su padre aparece primero ocupado en el trabajo y luego postrado en cama debido a una caída–, ello no significa que el niño, aun pese a su edad corta, ignore que su inclinación a erotizarse con objetos de deseo masculinos contravenga las normas de la sociedad a la que pertenece. De manera análoga, si bien el narrador-protagonista no se expresa en este apartado con juicios de valor negativos al respecto de su sexualidad, hay otras marcas de su enunciación que hacen notar que ya desde aquel momento sabía que lo que hacía no estaba del todo bien de acuerdo con los estándares morales de su contexto. Veamos, para ejemplificar, el pasaje siguiente, donde Adonis cuenta su primer encuentro sexual con otra persona, que consistió apenas de tocamientos genitales con otro muchacho de su edad: “y una vez que íbamos en la bici él venía en los diablos y yo manejando ¿no? entonces como que me pegaba y yo así por dentro sintiendo bien rico pero diciéndole “no” que quién sabe qué ‘hazte para atrás no mames’ y yo ‘pégamelo más’ en mis adentros” (Zapata 21). Este pequeño pasaje, como dijimos antes, evidencia que el personaje ya conocía, aunque quizá no explícitamente, la resistencia que se espera de los niños a formar parte de prácticas sexuales, más aun si ocurren con personas del mismo sexo que ellos. El entonces adolescente, si bien deseoso de sentir en su cuerpo el pene de su compañero, resistió al contacto incluso espetándole palabras medianamente tabús. Siguiendo a Foucault, diríamos que el dispositivo de la sexualidad, encargado de normar prácticas sexuales y de formar identidades a partir de ellas, buscaba su funcionamiento en este caso no sólo a través de instituciones de vigilancia sino incluso a través de la inoculación de discursos que llegan a través de múltiples vías culturales y que se impregnan en las estructuras cognoscitivas de los sujetos a un grado tal que llegan a ocupar la categoría que Ortega y Gasset llamó “creencias”.
Dos: sexualidad clandestina
Siguiendo la historia de la novela, después de la muerte de su padre, el muchacho fue recibido brevemente en la casa de una tía suya, quien de modo precario se hizo cargo de él. En este breve tiempo destaca el relato que Adonis hace de las múltiples ocasiones en que espió a uno de sus primos en el baño, esperando sin éxito que alguna de esas veces se masturbara. Reproducimos el pasaje a continuación: “sentía atracción por uno de mis primos que ya estaba más o menos grande tenía diecisiete años entons había un agujerito en la puerta del baño y siempre que se bañaba lo espiaba porque quería ver cómo se masturbaba pero nunca se masturbó” (26). Las prácticas voyeuristas del protagonista permanecerán en su adultez de modos más sofisticados, como puede verse en fragmentos posteriores de la novela, aunque por motivaciones, consideramos, distintas.
Después de tomar conciencia de la diferencia de su sexualidad y de su anomalía, el protagonista, en tanto homosexual, se da cuenta que su sexualidad debe ser vivida de manera clandestina, en secreto, y de ahí el hecho de que busque prácticas furtivas para ejercerla. La teoría queer ha hecho énfasis en las políticas y rituales que las sociedades heterosexistas han construido con la finalidad de que las personas no heterosexuales mantengan en cualquier grado de silencio su orientación y prácticas sexuales en uno o todos los grupos sociales en que estos se desenvuelven. David Córdoba hace referencia a estas prácticas como “la gestión del silencio” y en la jerga coloquial se le llama “armario” o “clóset” a esa imposición de silencio, mismas que “hacen referencia a un silencio impuesto por la norma heterosexual una realidades que deben por imperativo reservarse, en el mejor de los casos, al ámbito de lo privado” (Córdoba 51).
Dicho silencio, añade, es en realidad ambiguo, pues las instituciones encargadas de regular la sexualidad pueden exigir en determinado momento que el sujeto homosexual acepte su condición de manera pública como modo de coerción o punición: “el silencio impuesto se convierte en imperativo de confesión en múltiples ocasiones, en las cuales o bien la homosexualidad es hecha pública desde el poder enmarcada en un contexto de escándalo o bien se culpabiliza al sujeto que mantenido el secreto frente a las instancias normativas” (51).

Esto quiere decir que, en realidad, las instituciones de poder reclaman su monopolio de enunciar quién es el sujeto anómalo: al homosexual se le insta a callar pero los entes de poder encargados de mantener el régimen heterosexual mantienen la facultad de desvelar la anomalía de los sujetos que no se adscriben a sus normas. En el caso de El vampiro de la colonia Roma, lo que puede observarse es que la imposición de silencio es algo que el sujeto homosexual comprende casi de manera simultánea al descubrimiento de su diferencia. Eso se ve claramente en el siguiente pasaje:
«en esas borracheras era cuando me salía con más ganas lo caliente, ¿verdad? yo no recordaba nada pero por ejemplo en la mañana después de una buena noche de pedo me despertaban diciéndome “aray mano que le agarraste la verga a fulano” que quién sabe qué “¿yo le agarré la verga?” “sí le agarraste la verga qué se me hace qué se me hace y entons yo me sentía muy mal muy incómodo no culpable pero sí me sentía mal ¿mentiendes? me sentía raro en relación con ellos me sentía diferente yo entonces ni siquiera sabía lo que era la homosexualidad (…) pero sí me sentía mal sobre todo porque me chingaban a cada rato con eso». (27)
Para el momento del pasaje anterior, Adonis ya no vivía en casa de su tía sino con su medio hermano en la ciudad de León, Guanajuato, y a lo que hace referencia es a las noches de juerga que pasaba con sus compañeros de secundaria en las que, ya intoxicado, Adonis intentaba tocarlos lascivamente. El resultado es que sus compañeros, al notar sus comportamientos homosexuales, lo confrontaran con burlas reiteradas (“me chingaban a cada rato con eso”). El resultado de esos reiterados cuestionamientos, además de buscar su no repetición, es la de enunciar la no tolerancia a los comportamientos homosexuales, por salir de la norma, a través de la vergüenza que el sujeto puede sentir. Aquel es uno de los muchos rituales que las sociedades heterosexistas realizan para mantener los límites de la normalidad sexual e instar a los sujetos no heterosexuales a mantener sus prácticas en silencio, pues son sólo ellos, los heterosexuales, quienes pueden enunciarlas públicamente, para reprobarlas.
En contraste aparece lo que ha dicho Bertha Ladrón de Guevara sobre este pasaje, quien señaló en su ensayo “Identidad y discurso contranormativos en El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata”, que en este Adonis “ha rechazado el ofrecimiento de una identidad encomiable, la del varón masculino heterosexual, y decide afrontar su deseo antes de subyugarlo a una (auto) censura” (4).
Tres: sexualidad castigada
El tercer momento del despertar homosexual que puede verse en el primer capítulo de El vampiro de la colonia Roma ocurre luego de un intento de transgresión, pues Adonis está buscando cometer su primer acto sexual con otro hombre. Es ahí cuando el personaje toma conciencia de que las transgresiones a la norma heterosexual son castigadas. Luego de seguir a un muchacho menor que él con la finalidad de tener un encuentro erótico, que resulta fallido, Adonis recorre la periferia de la ciudad en busca de otro encuentro. Ahí se encuentra con un niño pequeño, con quien cree que puede obtenerlo. Veamos el pasaje:
«(dios) me puso a un indito haciendo caca en mi camino estaba allá lejos pero lo descubrí y me le empecé a acercar hasta que quedé como a unos diez metros de él y me empecé a agarrar la verga me bajé el cierre del pantalón y me la saqué y me la empecé a agarrar me la sacudí entons cuando se paró el chavito de unos ocho años también tenía la verga parada y me le acerqué más todavía y que le digo “agárrame la verga” y el chavo este así medio asustado medio encabronado que me contesta “no si el puto es usté” y que se va corriendo y yo pues me tuve que ir también diciendo “no ps ni modo qué mala onda” ¿verdad? y entons así de un derrepente que sale por ahí una pinche vieja y me grita “hijo de tu puta madre” que quién sabe qué de seguro era la mamá del niño que algo le había oído decir que había un puto por ahí o no sé y corrí como nunca había corrido corrí como loco qué bárbaro yo pensé que mataban».
Es en este pasaje donde el protagonista toma conciencia de que su condición de “puto” es castigable con la muerte (“yo pensé que me mataban”). El transgredir la norma puede ser castigado con la imposición del silencio, con la instigación pública, con la punición corporal o, si se osa tocar otro cuerpo, uno normal, no anómalo como el propio, con la muerte. El descubrimiento de la homosexualidad, entonces, va acompañado, al menos en el caso de la obra que estudiamos, con el descubrimiento de su carácter enfermizo, vergonzoso, punible. En otras palabras: descubrirse homosexual, como se ve claramente en el primer capítulo de El vampiro de colonia Roma, es una doble toma de conciencia: la del erotismo que produce el cuerpo de otro hombre y el de la punición a la que se llegará si ese deseo erótico se materializa. El carácter picaresco de la novela se funda, creemos, en que el deseo sexual de Adonis se cumple siempre pese a la norma social que lo encubre, a que Adonis se atreve a ejercer el disfrute del cuerpo de otros hombres, y más aún, a ganar dinero de ello, pese a las imposiciones sociales que aprendió de adolescente y continúan materializándose día a día. El Adonis adulto verá entonces la redención de la norma a través del disfrute inaplazable de su sexualidad pues, como dice Alicia Covarrubias al explicar el carácter picaresco de este personaje, “inclusive las enfermedades y dolores físicos –la gama de venéreas, las intoxicaciones por alcohol y las drogas, la violencia de algunos encuentros sexuales (con Zavaleta, por ejemplo)– lo dejan maltrecho pero con una sonrisa irónica”. La transgresión de Adonis se da al vivir como quiere, siempre al margen de una sociedad que castiga a quienes un día se descubrieron homosexual.
Obras citadas
Córdoba García, David. “Teoría queer: reflexiones sobre sexo, sexualidad e identidad. Hacia una politización de la sexualidad”. Teoría queer: políticas bolleras, maricas, trans, mestizas. Madrid: Egales, 2005. Impreso.
Covarrubias, Alicia. “El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, la nueva picaresca y el reportaje ficticio”. Revista de crítica literaria latinoamericana. 39. España. 1994. Web.
Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. México: Siglo XXI, 2011. Impreso.
Ladrón de Guevara, Bertha. “Identidad y discurso contranormativos en El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata”. Amerika. 4. Francia, 2011. Web.
Zapata, Luis. El vampiro de la colonia Roma. México: Debolsillo, 2004. Impreso.
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