Libros a lo que se regresa


Por Concha Moreno (Foto de portada: Paul Bowles on the roof of the Palais Jamai in Fès, Morocco, 1947. Image courtesy of Dust-to-Digital and the Library of Congress. Source: The New York Review of Books).

Primero, un mea culpa: esta semana no leí ningún libro. Me la pasé viendo series. Sí, culpable de todos los cargos. Esta semana me compré la suscripción a Disney +. Ya sé lo que dicen, que si vas a robarle a alguien, róbale a Disney: después de todo ellos se la han pasado robando a diestra y siniestra. Pero no creo en la piratería, si yo escribiera un libro no me gustaría que me lo robaran.

Entonces me la he pasado viendo The Mandalorian porque soy fanática desde niña del universo de Star Wars. La serie es buena, entretenimiento de humor tan blanco como el del Capulinita. Si algo tendría que criticarle es eso: todo se resuelve muy fácil, todo sale bien. En fin, a veces es divertido ser optimista.

Y no, no leí. Pero se me ocurrió que sería bueno, ahora que muchos de ustedes (malditos afortunados) tendrán aguinaldo, hacer una lista de libros que he leído a lo largo de mi vida y a los cuales regreso cada tanto y a lo mejor se les antoja comprar. No quiero ser ególatra, o sea, no quiere decir que porque me gusten a mí les vayan a gustar a todas, todes, todos. But humor me: soy una crítica en estado crítico.

Sin orden preferencial, más bien caprichoso, 20 libros que me han hecho la vida más feliz:

Virginia Woolf

  1. Al faro, Virginia Woolf: leí por primera vez a doña Virginia cuando estaba en secundaria. Mi maestra Antonia, de la que ya les he hablado aquí, nos hizo leer Un cuarto propio y nos habló de la importancia, sobre todo para las mujeres, de tener referentes en la literatura. Woolf sería algo así como nuestra hada madrina en el mundo de las letras. Me tomé a pecho la conseja y me convertí en una lectora hambrienta de Virginia. De entre todos sus libros, Al faro siempre me ha parecido el más entrañable, debe ser porque es autobiográfico y escrito cuando era muy joven. Regreso a él cada vez que siento que no tengo rumbo: el faro de Woolf me guía en días de tormenta.

2. Crónicas de un nómada, Paul Bowles: no soy una gran viajera. Cuando estoy lejos de casa me quejó de todo: el clima es muy frío o muy húmedo, la gente es grosera o zalamera, extraño a mi mamá y a mis gatos. De los varios viajes que he hecho en mi vida siempre digo lo mismo: es mejor recordarlos que vivirlos. Quizá porque los textos viajeros de Paul Bowles son más recuerdos y crónicas que vivencias «en tiempo real» es que siempre regreso a ellos. Bowles, cuentista, novelista y él sí, gran viajero, es mi gurú cuando quiero escaparme. Por estas páginas puedo imaginarme conquistando Tánger o bebiendo vino verde en Madeira. Mi ejemplar de Crónicas de un nómada está ajado y desbarajado de todas las veces que lo he leído. Creo que no hay mejor destino para un libro.

Paula Webb. Foto: paulawebb.life

3. Domestic Life, Paula Webb: disculpen que me ponga sentimental. Leí por primera vez Domestic Life cuando tenía 11 años. Fuimos al súper y mi mamá me dio $50 para que me comprara cualquier libro que quisiera. Eran las vacaciones de verano; invertí el dinero en un best-seller y una caja de chocolates. Fue un verano bomba. Si bien esta es (hasta donde yo sé) la única novela de Webb, estoy segura que en los 90 estadounidenses hay pocas novelas tan bien logradas. La historia de Red, una curadora del Museo de Arte Contemporáneo de Houston, me enamoró por primera vez del arte. La terrible Tenny, su hijastra, me hizo entender que yo también era un horror. Búsquenla y abísmense igual que yo.

4. Emma, Jane Austen: no soy una gran fan de Jane Austen. Cuando empecé a leerla me parecía que toda ella era un lugar común. No me daba cuenta que ello era porque ELLA INVENTÓ ESOS LUGARES COMUNES. Una vez que fui a cubrir el Hay Festival en Xalapa me compré Emma en la traducción de Sergio Pitol. Me lo leí por entero en el camión de regreso. Lloré como desquiciada cuando lo terminé: tan bello, tan divertido, tan definitorio en mi vida lectora. Después me enteré que Clueless, una de las películas claves de mi generación, es una adaptación de Emma. Uff.

Donna Tartt. Foto © Beowulf Sheenan para Newsweek

5. La historia secreta, Donna Tartt: Tartt escupe un novelón cada 15 años. Está chiflada como una cabra, pero eso la hace fascinante. Sus personajes son igual de seductores. Esta novela es muy autobiográfica; arrancada de las propias experiencias de Tartt siendo una universitaria snob en una escuela de artes liberales carísima. Un grupo de jóvenes filólogos obsesionados con la Grecia clásica cometen actos innombrables. Uno de ellos narra cómo un outsider. No hay piedra sobre piedra al final. Sin duda enamora tanto desenfreno.

6. La historia del mundo en 10 capítulos y medio, Julian Barnes: de la brillante generación de las letras inglesas los años 40 del siglo pasado mi autor favorito es Ian McEwan, pero el que me metió de lleno en ese universo fue Barnes. Compré La historia del mundo… en el año 2000 en la librería Primero sueño del Claustro de Sor Juana, compra impulsiva de la nunca me arrepentiré. Escrita como una serie de cuentos, la novela de Barnes va de la Biblia a los ambientes posmo de las universidades contemporáneas.

John Irving. Foto: ©Joan Puig para El Periódico

7. Una mujer difícil, John Irving: he leído todo lo de Irving, hasta lo malo. Siempre le he encontrado algo de gracia, y miren que el cuate tiene siempre las mismas obsesiones: sexo perverso, internados refinados de Nueva Inglaterra, osos, Austria. Una mujer difícil siempre está dentro de mi lista de novelas favoritas: la historia de una joven escritora que llega a ser más famosa que su célebre padre. En 2004 una parte (las novelas de Irving tienen muchas partes como si fueran varias novelas en un solo volumen; eso viene de su amado Charles Dickens) fue adaptada al cine como The Door in the Floor. Aléjenme de John Irving o me caso.

8. Cuentos sin plumas, Woody Allen: este año llena de felicidad leí A Propos of Nothing, las memorias de Woody. De entre todos los cineastas que admiro él es mi preferido. ¿Por qué? Bueno, la respuesta salta a la vista en sus memorias: nadie puede ser tan inteligente y sarcástico sobre sí mismo como él. Cuentos sin plumas me acompañó en mi joven adultez cuando veía La rosa púrpura del Cairo cada tanto, puesto que me sentía una sola con esa cinta que define el amor al cine. Con ganas de comerme (¡devorarme!) todo lo que Woody hubiera tocado, me busqué sus cuentos por recomendación de un amigo. ¿No les digo que tengo amigos muy fregones?

9. El prisionero de Azkaban, J. K. Rowling: de toda la serie de Harry Potter, Azakaban es siempre a la que regreso. Me parece que Rowling se convierte de verdad en escritora en esta, la tercera entrega de su exitosísima obra. Sirius Black, el padrino de Harry, es mi personaje favorito: sexy, rebelde, demente. Siempre es interesante atestiguar cuándo un escribidor se convierte en autor. Azkaban es esa ventana para mí.

Enrique Serna. Foto: © EFE

10. Fruta verde, Enrique Serna: batallé para decir cuál ente las novelas de Serna era mi favorita. Si me preguntan rápido, yo diría que El miedo a los animales, pero ya que lo pienso a la que regreso siempre es Fruta verde. Otra vez gravito hacia la autobiografía, ésta sobre el despertar sexual de Serna, y ni más ni menos que un hombre. Invítenme unas chelas y les cuento cómo eso revela cosas de mi propia vida. Novela entrañable, cachonda, cagada.

11. Palmeras de brisa rápida, Juan Villoro: allá por el año 2000 me obsesioné con Villoro. Me puse la misión de conseguir todo lo que hubiera escrito. Si bien muchas de sus obras me han sido decepciones, en especial sus novelas, Palmeras siempre ha sido uno de los libros que me empujaron al periodismo. «Si puede escribir así, yo quiero ser cronista», me dije. Todavía no soy tan buena (¿lo seré algún día?); la historia del viaje a Yucatán del Villoro joven en búsqueda de los recuerdos de su abuela siguen dándome ganas de escribir.

12. Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt: razonar por qué uno se mete a la universidad a estudiar no sé qué suele ser una historia aburrida y repetitiva, así que los excusaré de la mía. Solo diré que Arendt me hizo amar la ciencia política y que llevaba Eichmann en Jerusalén en la mochila en mi primer semestre en el ITAM. Un discurso contra el odio y las manipulaciones del poder que pueden convertir a un afable cartero en el asesino de millones de seres humanos tan afables como él. Brutal.

Ursula K. Le Guin. Foto: ©Dan Tuffs/Getty Images

13. Las crónicas de Terramar, Ursula K. Le Guin: a los libros de Harry Potter les debo sacarme de un tremendo episodio depresivo en mi adolescencia y siempre les tendré cariño por eso; pero realmente la obra con que exploré de lleno el género de la fantasía es la maestra Le Guin. No dudo en afirmar que Rowling se agarró «prestada» la trama de doña Ursula: un joven mago encuentra su poder en sitios inesperados, lo que lo convierte en un héroe. Suena muy baboso, pero no lo es, se trata de una de las tramas más intrigantes que he leído. La serie de novelas y cuentos sobre Terramar puede ser un regalo perfecto para un lector joven. Hell, hasta de uno muy adulto y mamón.

14. Los cuentos completos de Anton Chéjov: qué puedo decir de Chéjov sin que suene estúpido. No soy tan buena crítica como para capturar su literatura en pocas líneas. Diré esto: Chéjov inventó él solo el cuento posmoderno, y lo hizo en el siglo XIX. Decir que fue visionario es faltarle al respeto.

Raymond Carver. Foto: zendalibros.com

15. Los cuentos completos de Raymond Carver: Cuando me topé con Carver estaba obsesionada con Chéjov así que me compré Tres rosas amarillas del supuesto Chéjov americano. Me olvidé del ruso por una buena temporada y me dediqué exclusivamente a leer a Carver. Ya sé que dicen que su genio se debe a editor, Gordon Lish, pero no me importa: autor y editor juegan en la misma cancha. Qué sería de mí si no tuviera grandes editores como Irma Gallo y Manuel Lino.

16. Expiación, Ian McEwan: como les decía allá arriba, de todas las letras inglesas del siglo pasado mi favorito es McEwan. No puedo creer que un autor tan divertido sea también tan profundo y sabio. Las novelas de McEwan siempre se me van como agua y al mismo tiempo se me quedan para siempre. He releído Expiación por lo menos cinco veces, una de ellas para reseñar la adaptación que la llevo al cine.

17. La poesía completa de Efraín Huerta: cualquiera que me haya leído puede darse cuenta que no soy una lectora de poesía. Llegué tarde al género, es la verdad, toda mi vida he sido más bien de prosa. Miren, no le tengo paciencia a los poetas y eso habla en general mal de mí. Pero a Huerta sí lo amo. Vuelvo a él cuando siento que esta ciudad se merece una declaración de odio. Nadie lo ha dicho tan bello como Huerta: Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros /la miseria y los homosexuales,/las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas,/los rezos y las oraciones de los cristianos./Sarcástica ciudad donde la cobardía y el cinismo son alimento diario/de los jovencitos alcahuetes de talles ondulantes,/de las mujeres asnas, de los hombres vacíos.

Elena Garro

18. Inés, Elena Garro: gracias a mi profesora Lucía Melgar descubrí a Elena Garro. Leí Inés y me asusté de mi propia perversidad. Una historia oscura donde las hay que invita a la entrega al placer del sadomasoquismo. Entren los que quieran y salgan convertidos en ¿qué? Probablemente en masturbadores públicos.

19. Tristam Shandy, Laurence Sterne: cuando supe que Dickens se había inspirado en una novela del siglo XVIII para crear a sus pícaros me dediqué a buscarla. Como soy presumida me la leí en inglés y no entendí nada. Después, sin mucho ánimo, encontré la versión castellana traducida por Javier Marías. Qué deleite. Las opiniones del pícaro seminal de las letras inglesas sobre cada detalle de la vida callejera de ese Londres lleno de hollín y prostitutas sifilíticas es, sobra decirlo, una obligación para cualquier lector con ánimo de conocer esa ciudad.

20. Las batallas en el desierto, José Emilio Pacheco: por último, mi libro favorito de la adolescencia. Capicúa: así como Antonia, mi maestra de literatura de aquellos entonces, me introdujo a Woolf, también me hizo entrar en la tierra incógnita, para mí, de la literatura de mi propio país. Pacheco fue el embajador

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