No cualquiera escribe terror. Unas palabras sobre Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez


Por Irma Gallo

El título completo iba a ser: «…y le sale bien», pero después pensé que iba a ser una obviedad cuando le sigue el nombre de una de las novelas más impresionantes del género, escrita en español, que he leído.

Tal vez sea una deformación muy personal, pero suelo asociar el terror con Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, Shirley Jackson y Stephen King. Sé que hay buena literatura del género escrita en español, por ejemplo los cuentos de Amparo Dávila, pero confieso mi ignorancia y mis —lo diré con todas sus letras— prejuicios al respecto.

Quizá por eso tardé tanto en leer Nuestra parte de noche. Temía que no me fuera a gustar, y ¡horror! había gastado más de $500 en el ejemplar. Cifra que cobra relevancia cuando recuerdo que el día que lo compré sólo me quedaban como $700 para terminar la semana.

Y es que si hay algo arriesgado es escribir terror. Siempre se está en la cuerda floja; si t e caes, te hundes rápidamente en el río revuelto de los lugares comunes, lo inverosímil, lo chaquetón. Y Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) tiene la destreza de cruzar la cuerda sin resbalar una sola vez. Creo que una de las claves es lo bien escrito que está el libro, ganador del Premio Herralde de Novela 2019, pero otra —tal vez la más importante— tiene que ver con relacionar a los personajes de La Orden (secta que practica la magia negra con la intención de dominar al mundo) con los oligarcas que apoyaron la dictadura de Videla, y además situarlo en esa época de verdadero terror (sin eufemismos) para el pueblo argentino.

Mariana Enriquez. Foto: ©Jorge Gil

Así, los «malos» de esta orden secreta que tiene sus orígenes en Europa y sus ramificaciones en Argentina, son los mismos ricos sin escrúpulos que son capaces de secuestrar jovencitos y encerrarlos en una cueva subterránea, torturarlos, alimentarlos sólo lo indispensable para que permanezcan con vida, deformarles el cuerpo y volverlos locos, todo ello con el único fin de encontrar al próximo medium. La dictadura, con los milicos desapareciendo a la gente sin explicaciones, es la «pantalla» perfecta.

La relación entre Juan, el medium al que esta misma familia de oligarcas prácticamente compró a su familia proletaria —so pretexto de que su delicada condición cardiaca sólo podía ser tratada con mucho, mucho dinero— y su hijo Gaspar, es otro punto a favor de la novela, pues con sus vaivenes entre el amor y la violencia, los cuidados y el abandono, la dependencia enfermiza y el olvido, así como esa atmósfera de extrañeza que la enmarca todo el tiempo, lleva al lector en un verdadero rollercoaster de emociones, y nos recuerda lo compleja que es la naturaleza humana (punto y aparte de toda magia negra).

Juan es un personaje intrigante: bello como un ángel, bisexual, capaz de la más absoluta ternura y del más puro sadismo, es el centro en el que convergen todos los demás personajes, el muro contra el que colisionan y se hacen pedazos todos aquellos que lo amaron. Es mucho más una fuerza, una energía, que una persona… y sólo al final el lector podrá saber si Gaspar escapa de su herencia maldita o termina como los demás.

Me leí Nuestra parte de noche (que tiene 667 páginas) en dos días. Sí, soy una lectora voraz y leo rápido, pero más allá de ello, esta es una novela que no es fácil soltar aunque te provoque pesadillas… O precisamente por eso.

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