Estar a la orilla de la carretera

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Por Concha Moreno

El papá de Nora de la Cruz (Estado de México, 1983) le compraba libros en el súper. «Siempre que íbamos al súper, donde hubiera libros, mi papá compraba». Así, por ejemplo, descubrió a Elena Garro, a quien su papá mentaba de vez en cuando como «la esposa de Octavio Paz y una gran escritora».

En la casa de su familia había más libros de los que podía leer. Muchos de historia, mucha literatura: «Los clásicos. Mi papá era un intelectual, pero un intelectual de pueblo: le gustaban mucho los clásicos rusos —Dostoievski, Tolstoi, Gogol menos pero también— y los franceses…».

Me siento muy identificada con estas palabras. Mi papá también compraba libros en el supermercado y como De la Cruz, también crecí a la orilla de la Ciudad de México (ella de Nicolás Romero; yo, de Satélite), y pertenecemos a la misma generación: la que creció con el TLC y el error de diciembre. Como dice Holden Caulfield en El guardián entre el centeno, sé que me gusta un autor si me dan ganas de pegarle una llamada. Esa sensación tuve de inmediato al leer a Nora.

Nora de la Cruz. Foto: Editorial Paraíso Perdido

Nora de la Cruz es una de las nuevas voces de la narrativa mexicana. Ella dice que es muy mala para sus relaciones públicas. Quizá por eso su nombre no suena tanto como el de escritoras de la generación nacida en los años 80 como Branda Lozano, Valeria Luiselli y Fernanda Melchor.

Es una injusticia, me parece. Ni Luiselli ni Lozano podrían generar textos tan entrañables y auténticos como los que completan Orillas (Editorial Paraíso Perdido, 2018), el cuentario de de De la Cruz. ¿De qué va? Son personajes que están a la vera, a punto de algo: de la adolescencia, de la Ciudad de México, de la identidad mexa en El Paso, de la militancia política y de dejar la secundaria para entrar a la preparatoria.

Yo descubrí a Nora porque hace un tiempo la conocí en Twitter (ya no sé si meses o años, el tiempo tuitero me corre de modos insospechados) cuando, con la doctora Lucía Melgar y el periodista Rafael Cabrera platicábamos de Elena Garro: yo una simple amateur, ellos unos expertazos de la obra garriana. Aprendí muchísimo en esas conversaciones y cada vez que tomo Inés o Testimonios sobre Mariana, que leo justo en estos días, me imagino chismeándolos con ellos.

Pero les hablaba de Orillas. Soy muy suspicaz en lo que se refiere a autores mexicanos jóvenes. O de mi generación, pues (como Nora, nací en 1983) siento que, fuera de Fernanda Melchor, no hay uno con un modo auténtico, emblemático de narrar o de hacer poesía o de tener simplemente un algo que revela lo inhóspito de la peripecia de la experiencia humana. Lo que es decir: me dan flojera. No los considero buenos escritores.

Foto: Paraíso Perdido

Por eso para mí Orillas es un verdadero descubrimiento, son historias que fluyen muy bien, no usa manidas imágenes para contar a sus personajes: si Isela va a cumplir 15 años no dice cosas como «y entonces se sintió ajena a su cuerpo», o algo así de cursi, como muchos escritores hacen para hablar de la adolescencia. No usa esos atajos del lugar común seudopoético. No: en «XV», el cuento sobre Isela, una muchacha de El Paso, Texas que vuelve a México para que la familia de su mamá le organice su «quinceañera», Nora habla de una adolescente que descubre a su mamá, muerta hace mucho tiempo, a través de una cajita en la que hay estampitas, cartas cariñosas a sus amigas y ejemplares de Notitas musicales. Eso se siente real, puedo perfectamente imaginar la escena.

«Me gustan las historias de adolescentes», dice De la Cruz. «Me parece difícil encontrar personajes que viven la pobreza no como monstruosidad o como alienación, sino como circunstancia». Y eso se nota. En «Primer día», por ejemplo, una chavo de primero de prepa entra a una escuela pública por primera vez y se pasa su primer día de clases huyendo de los porros y escondido en un baño. El personaje no hace ostentación de su clase media baja, es solo una característica de su vida, no su definición.

A través de la editorial Nitro/Press la escritora está a punto de lanzar Te amaba y me chingaste, su primera novela (» Me parece exagerado llamarle novela, pero es algo así», dice). El libro ha circulado como posts blogueros y un legajo de páginas editadas en Word y se puede conseguir en e-pub, pero yo creo que vale la pena esperar por el libro físico. Háganme caso.

Foto: Universidad de la Comunicación

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