De revistas


Por Concha Moreno

La historia de un lector no se hace solo de libros. Muchas veces también es la biografía de un puñado de revistas.

En la tierra de mi mamá, San Marcos, en Guerrero, había un negocio boyante: la renta de «cuentos». Uno podía, digamos, rentar por una hora un altero de ejemplares de El libro vaquero y echarse a la hamaca a leer cómics. Dice mi mamá que, además, los aficionados a El libro vaquero se narraban unos a otros las tramas del último que habían leído. «Y el sheriff iba tranca tranca tranca atrás del jefe de los indios y luego, isumadre que lo agarra y se ponen a pelear recio…».

Ese modo de emocionarse unos a otros con esta tradición oral basada en westerns es algo que no se ha estudiado a profundidad. Hagan una tesis de eso, comunicólogos.

Del lado de mi papá las revistas también era ineludibles. Todos los viernes su abuela le llevaba «la Borola», o sea, La familia Burrón. Según recuerda, una de las razones por las que siguió yendo a la primaria aunque toda la inercia del barrio (mi papá es del H.H.H. barrio duro de Santa Julia) lo jalaba, como una roca en un río, a dejar la escuela era porque quería leer toda la Burrón sin trabarse.

La familia Burrón, de Gabriel Vargas

Cuando mi papá ya era adulto escribió en una revista llamada Diálogo Nacional sobre box. La revista murió porque metieron a los dueños a la cárcel (un pleito con Echeverría). Mi papá se quedó con el gusanito del periodismo pero no encontró dónde saciarlo, así que hizo lo que se esperaba: siguió comprando muchas revistas cada mes, cada semana, cada quincena. Sin falta, en cada había la Selecciones, Proceso y Contenido.

Lo que nos lleva a mi hermanos y yo. Por supuesto que crecimos con la Burrón–una de las razones por las que amo ser mexicana es por la aventuras de doña Borola y su chaparrito esposo Regino–, pero también con Lorenzo y Pepita, El pato Donald, Peanuts y cómics gringos que nos compraban en Sanborns «para que practicáramos el inglés». Mis hermanos eran muy fans de la MAD y la Kerrang!, revista fundamental del heavy metal de la década de los 90. En Sanborns yo siempre me echaba la TV Notas y la Pop Stars por qué otra razón que no sea el chisme caliente. Que mi enorme elocuencia literaria no los confunda: no puedo pasar una semana sin leer TV Notas en la cola del súper.

Por supuesto esas revistas no eran las únicas que leían. Un día, a los 8 años de edad, me metí a la recámara de mi hermano mayor y esculcando encontré una Penthouse y una Hustler. La pornografía me educó en las diversidades de las vaginas y los penes mucho antes de que me enfrentara a ellos en la vida real.

La mosca en la pared

Además de la porno de mis hermanos, yo comencé a leer revistas sobre todo porque me gustaba mucho el cine y el rock —#Nirvana4Ever—, y en aquel tiempo había tres revistas que no podía perderme: Cine PREMIERE, La mosca en la pared y Switch. Se me ocurre que realmente aprendí a hacer periodismo cuando las leía y luego, en cama, reproducía los artículos de memoria como forma de arrullarme. Me acuerdo muy bien de una reseña del disco debut de Hanson en la Switch que se titulaba «Con los hansonsitos bien puestos». Jesús, por eso tantos periodistas de rock de mi generación se sienten comediantes.

En La mosca leía sin falta «El diario íntimo de un guacarróquer», la columna del extrañado Armando Vega-Gil. No entendía mucho pero vaya que me gustaba. Creo que fue mi primera exposición a la literatura experimental: no importa entenderlo todo si el trip tiene onda.

Ya de adulta descubrí cinco revistas sin las que no puedo entender la vida: la Rolling Stone gringa, la Believer, Orsai, The New Yorker y Garden & Gun.

(Nunca he sido seguidora de revistas «cultas» mexicanas como Letras libres o Nexos: solo existen para que en ellas se arranquen mechos de pelo la gente del mundillo de las letras. Quizá es porque soy una sateluca colonizada, pero prefiero con mucho las publicaciones estadounidenses).

La Rolling es una obviedad —soy un cliché, ya sé—. Sigue siendo una fuente de placer: cómo vivir sin los artículos de política de Matt Taibbi, las crónicas de Touré, las reseñas de discos de Rob Sheffield y la sección de cine de Peter Travers. Aunque la revista ha perdido cierto prestigio en tiempos recientes (dicen que les dan payola), para mí siguen siendo mi biblia.

Orsai, la revista del escritor argentino Hernán Casciari, es una belleza. Sin anuncios, sin desperdicio, imbuida de sentido del humor. Por ella ha pasado plumas tan brillantes como Gabriela Wiener, Juan Villoro, Mario Bellatin, Amelie Nothomb y Nick Hornby. Orsai demuestra que se puede hacer gran periodismo sin ser prisionero del poder y los patrocinadores.

The New Yorker

La New Yorker me la topé cuando viví una par de años en Nueva York, circa 2002. Cada que la compraba la abría y decía: «¿Y ahora de qué me voy a perder?». Nueva York es así, siempre hay algo increíble sucediendo en la esquina y la New Yorker es la mejor publicación para enterarse de ellos. «The talk of the town» es mi columna favorita y el trabajo editorial de David Remnick me parece imprescindible. Aun hoy en México sigo recibiendo la versión electrónica de la revista y sueño con los ojos abiertos con algún día publicar en ella.

Believer y Garden & Gun son descubrimientos más recientes. Cada año le invierto una lanita a la suscripción de ambas. La Believer es la revista literaria más hipster de la comarca: no me importa porque siempre trae la columna de Nick Hornby, «Stuff I’ve Been Reading», la segunda mejor columna sobre libros del universo *guiño, guiño*. Y entrevistas muy desenfadadas con personajes como Jeff Tweedy, el líder de la banda Wilco, el escritor Dave Eggers o la comediante Amy Sedaris.

Garden & Gun no es sobre pistolas y jardines, sino sobre la herencia cultural del sur de Estados Unidos. El nombre es un chiste: uno imagina a los sureños gringos como blancos con armas de asalto y jardines bien podados. La Garden tiene varias columnas como «Good Dog», sobre las relaciones diplomáticas entre humanos-perros y una sección de cocina de sabrosa ciencia.

Si llegaron hasta acá, quiero participarles de una noticia: a partir de esta semana soy escritora de una revista, la Warp Magazine. A ver si le echan ojo, hijos míos.

Ah, y no dejaré de publicar por acá. Nos vemos cada domingo como ha sido desde… no me acuerdo, ¿un años? Wow. Bueno, ya me voy a leer la TV Notas de esta semana. Me cuidan el puesto de chicles, porfa.

Warp Magazine

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