Por Irma Gallo
No quiero sentirme en un espacio donde yo sea el motivo de incomodidad. Y hay algunos feminismos que me han hecho sentir así.
Lía García, La novia sirenaTweet
Estaba llegando a su fin el 2020, con su pátina de extrañeza y, para muchos, de dolor. Faltaban unas horas para la cena de año nuevo y yo terminaba de leer Tsunami 2 (Sexto Piso, 2020), que al igual que el primer Tsunami (Sexto Piso, 2018), editó y prologó Gabriela Jáuregui.
Algunos textos me gustaron más que otros, por supuesto, seguramente porque me identifiqué más o me golpearon más duro. Destaco el brillante ensayo «Feminismo sin cuarto propio», de la escritora Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, 1985), que me hizo cuestionarme, por primera vez, si no he vivido, y por lo tanto, escrito, desde un lugar de privilegio; y el íntimo, honesto y profundo «A mares sobreviviremos: Metáforas del dolor trans», de Lía García (La novia sirena) (Ciudad de México, 1989). Pero de la mayoría pude obtener un aprendizaje, un cuestionamiento, un madrazo, incluso; encontré empatía y puntos de conexión o discordancia con mi experiencia, gracias a la diversidad de geografías espaciales, corporales, etarias, identitarias, raciales de las autoras, que es precisamente en donde reside la mayor riqueza de este libro.
Ya entrado enero de 2021 me contactaron de la editorial para ofrecerme una entrevista en la que estarían sólo algunas de ellas —lo entendí, por supuesto: ha de ser imposible acomodar agendas de tantas mujeres, aunque se trate de un encuentro virtual—, y cuando pregunté quiénes y me respondieron que Gabriela Jáuregui, Lía García (La novia sirena), Jumko Ogata y Fernanda Latani, acepté de inmediato. Me hubiera encantado conversar también con Dahlia de la Cerda, pero bueno, no todo se puede tener todo en esta vida.
La conversación duró cerca de media hora, y en ella, las escritoras cuestionaron una y otra vez los feminismos excluyentes y coincidieron en la necesidad de narrar(se) desde lugares más incluyentes.

Gabriela Jáuregui: había una urgencia de evaluar, acompañarnos, entretejernos, escucharnos y abrir espacios para las otras
«La semilla del Tsunami 2 ya estaba desde que terminé el Tsunami 1. Se terminó pero no se terminó, como que ahí ya estaba la necesidad de escuchar otras voces más diversas. Por ejemplo, desde el día 1 yo sabía que me faltaban las voces de las mujeres trans. Sentía y sabía que hacía falta hacer una labor de política editorial de mayor diversidad, de abrirlo a más mujeres.
Y de pronto, hubo una posibilidad en la pandemia de hacer este tiempo, y no sólo esa posibilidad, sino una urgencia real de evaluar, acompañarnos, entretejernos, escucharnos y abrir esos espacios para las otras, en un momento en el que, en el mejor de los casos, las mujeres —no todas, pero algunas— tenían un poco más de tiempo para sentarse a pensar un poco, por un lado, y por el otro, en un momento en que había un montón de violencia sucediendo en el espacio público y de redes, y muchísimas violencias sucediendo en los espacios “feministas” en contra de las mujeres racializadas y las mujeres trans.
Y a mí eso me puede.
Me urgía hacer algo al respecto; no sólo saliendo o enunciando eso, sino también invitando a otras mujeres a que lo nombraran desde su propia experiencia y escucharlas, para aprender desde ahí.
Todo eso se conjuntó en otro Tsunami. En marzo, abril, mayo, por ahí, del año pasado, empezó a caminar esa ola. Así como cuando estás en el mar y ves de lejos una cosita que no es nada y que de pronto va creciendo y creciendo. Y esa cosita que no era nada se volvió todo. Y es lo que sucedió durante la pandemia».

Lía Garcia (La novia sirena): el dolor que nos une
«Para mí ha sido muy fuerte porque creo que cuando las mujeres trans aparecemos en el feminismo siempre resulta un riesgo porque nos genera mucha incertidumbre estar preguntándonos qué va a suceder, qué se va a decir o no se va a decir de nosotras, si nuestra voz va a tener un lugar o no.
Para mí ha sido un proceso muy fuerte darme cuenta de que también dentro del feminismo las mujeres trans tenemos una lucha porque creo que
durante este año de pandemia el feminismo transexcluyente, un feminismo que ha optado por utilizar mecanismos e ideas para excluir nuestros cuerpos, nuestras voces y lo que queremos compartir con las compañeras, ha sido muy latente,
Tweet
y se incrementó más ahora que estamos en tiempos de la virtualidad, porque como la virtualidad no pasa por una presencia directa, pues te permite violentar de una manera más directa.
Eso nos ha cerrado espacios y nos ha dejado ver que el feminismo que es radical, para mí, no es un feminismo que debiera excluirnos a nosotras, que tanto tenemos que compartir.
Sin embargo, al mismo tiempo, cuando hablo de este proceso y de cómo me he enfrentado dentro de este feminismo que no desea compartir alianzas políticas y tampoco afectivas con nosotras las mujeres trans, sí existen otros feminismos que han optado por abrir la posibilidad de pensar y de luchar junto a nosotras, las mujeres trans. Y de cuestionar juntas esa categoría de «mujer». Porque cuestionar esa categoría occidental que se dice “mujer” lo tenemos que hacer juntas desde distintas perspectivas, como Jumko (Ogata) nos ha invitado también a pensarlo.
Para mí es muy importante estar cerca de compañeras que son afrodescendientes, como yo, compañeras que tienen raíces indígenas, que tienen raíces en las periferias, porque con ellas me he sentido muy cobijada, me he sentido muy acogida, y me he sentido completamente identificada.
Y ha sido el dolor, como yo lo trabajo en mi texto, para mí, lo que nos permite hacer alianzas.
Estamos en un país que produce dolor, que produce muerte. Y desafortunadamente cada día vemos cómo 13 mujeres como nosotras son asesinadas. Son mujeres racializadas, mujeres trabajadoras en las periferias, mujeres indígenas y mujeres trans. Entonces, de ese dolor también tejemos las alianzas. Pero ¿por qué tenemos que esperar la muerte de una de nosotras para hacer alianzas entre mujeres? No debería ser así porque en realidad creo que nosotras las mujeres trans hemos estado muy solas.
Hace poco yo lo comenté: ¿quiénes estamos en el velorio de nuestras hermanas trans? Pues sólo nosotras, las mujeres trans. ¿Quiénes estamos exigiendo justicia cuando una de nosotras es detenida arbitrariamente por la policía? Somos nosotras, las mujeres trans. ¿O cuando se hace alguna protesta para exigir justicia? Nosotras. Y ahora también son nuestras hermanas, porque el Tsunami para mí es un acompañamiento. El hecho de que yo sea la única mujer trans que está ahí, y que me haya sentido tan cobijada por Jumko, por Latani, por Luna, por Gaby, por Silvia también, es un regalo de la vida.
Porque yo no quiero sentirme en un espacio donde yo sea el motivo de toda incomodidad. Y hay algunos feminismos que me han hecho sentir así, y a otras mujeres trans: que somos protagonistas, que hablamos demasiado. Pero tenemos tanto qué decir, querida Irma, en contextos del dolor, que realmente es urgente que existan espacios como Tsunami donde podamos hablar desde lo que nos duele, antes de lo que nos separa. Hablar de lo que nos une, desde lo que nos duele.
Y parte de mi texto es eso».

Fernanda Latani: un recorrido ancestral para identificar esas dolencias que me fueron heredadas
«Una de las partes que atraviesa mi texto es justamente el momento en el que me di cuenta que estaba en una etapa de revolucionarme y querer revolucionar todo externamente. Pero me hacía falta, me urgía revolucionar mis emociones y mis sentimientos. Hacer un viaje introspectivo de qué estaba sucediendo con mi persona, y sobre todo hacer una cartografía íntima de todas estas dolencias que venía arrastrando de mi infancia, mi pubertad y mi adolescencia. Entonces, cuando junté las piezas del rompecabezas, dije: “aquí algo está pasando”, pero me enfoqué en querer buscar a una culpable, como lo dijo Lía. Y la realidad de las cosas es que descubrí que mi madre no es culpable de estas dolencias que ella me heredó, y que más bien mi trabajo era poder hacer un recorrido ancestral para identificar esas dolencias que me fueron heredadas.
Coyunturalmente, ese descubrimiento sucede cuando es el terremoto en la región del Itsmo de Tehuantepec, que si bien el epicentro fue en Chiapas, por ondas telúricas afecta mayoritariamente a la región del Itsmo de Tehuantepec, y la devastación, casi en un 70%, fue en un momento en el que yo percibí que estaba sucediendo no solamente el terremoto comunitario, sino también mi propio terremoto emocional, porque se juntaron estos dos procesos que a mí me atravesaron y que hasta la fecha siguen siendo constantes réplicas emocionales en mi persona.
Para mí, la pandemia fue una representación de que, cuando sucede un movimiento telúrico de tal intensidad sabemos que no lo podemos predecir y que puede volver a suceder con mayor intensidad en dos años, en diez, en veinte, en 500 años, no lo sabemos. Y para mí, la pandemia fue otra representación telúrica que agrietó mi vida y también mis emociones.
Como feminista yo estaba un poco ahi, divagando, de qué escribir. Soy profesora de nivel básico y medio superior, y un poco estaba movida por querer compartir mi experiencia como docente feminista, y eso me motivaba mucho. Pero dije “no soy la única docente feminista; sé que hay muchas docentes feministas y que estamos haciendo la transformación en el nivel básico. Creo que se necesita leer otra historia, otra historia que sea atravesada por otras corrientes de río”, y dije:
Voy a escribir desde mi dolor, desde ese momento en el que me di cuenta de que en el feminismo no estaba encontrando esa parte que a mí me hacía falta como mujer.
Tweet
Hubo una parte en la que en el propio feminismo no encontré cobijo porque te das cuenta que la propia teorización y la propia abstracción del movimiento feminista no te da las respuestas. Tienes que salir de ahí y encontrarte incluso con otras mujeres que no son feministas para que tú puedas encontrar un poquito de lo que estabas buscando. Eso me pasó».

Jumko Ogata: es necesario articular las diferentes formas de opresión
«Al principio, cuando encontré el feminismo, que tenía como 18 o 19 años, como que me tiré de frente. Y pensar: sí, claro, me voy a cortar el cabello, o cosas bastante estereotípicas pero que quieras o no, son las que muchas veces llegan a una mayor cantidad de mujeres y sobre todo de mujeres jóvenes. Conforme iba pasando por la universidad, en experiencias con mis amigas, en espacios feministas, me fui dando cuenta de qué términos y qué feminismos me funcionaban y cuáles no.
Y de hecho, fue cuando se completó el ciclo: cuando leí el texto de Yásnaya (Aguilar Gil) de Tsunami 1, fue que dije “ah, claro, estas inquietudes que yo he tenido por el feminismo, sobre nombrarse feminista,
Se puede ser antipatriarcal y no tener que nombrarse feminista”.
Hay muchos movimientos de mujeres indígenas a lo largo de América Latina que se nombran como antipatriarcales pero que no son feministas, que es esta idea de las mujeres que luchan.
Para mí también un momento fundamental fue leer Mujeres, raza y clase, de Angela Davis. Ella habla sobre lo que ahora las feministas ven como la primera ola, las sufragistas, que buscaban el derecho al voto en Estados Unidos y en Inglaterra. A mí me sorprendió mucho saber que las mujeres sufragistas estaban en contra de que votaran las personas negras, hombres y mujeres, porque creían que eso se iba a atravesar en sus propios intereses, es decir: si ellos pueden votar, entonces ya no me van a dejar votar a mí. Y empecé a encontrar muchas similitudes con esas formas de feminismo blanco, y muchas de feminismo blanco.
Están, como ha mencionado Lía, las feministas transexcluyentes, que quieren decidir quién sí y quién no, y bajo este argumento de que el feminismo sólo se tiene que concentrar en las mujeres.
Pero en mi experiencia, como mujer racializada, yo siempre he sido una persona racializada antes que una mujer, y vivo violencia racista de parte de otras mujeres.
Tweet
Entonces, para mí, no se puede concebir de un feminismo, o de una lucha social, o de activismo, o de muchas formas de estar en el espacio público, sin articular las diferentes formas de opresión. Porque a mí me atraviesan muchas formas de opresión. Incluso dentro del racismo: me atraviesa el racismo anti negro pero también me atraviesa el racismo anti asiático. Pero también ahí me beneficio de algunas dinámicas de colorismo porque no tengo la piel tan oscura como otras compañeras.
Entonces, si algo me ha enseñado la complejidad de mi identidad y de mis experiencias es que no podemos funcionar bajo absolutos
y sobre: “esto siempre es así” porque siempre cambia nuestro lugar de enunciación dependiendo del espacio en el que estamos. Dentro de esa diferencia es que creo que se puede crear, compartir y sobre todo construir. Y creo que es algo que está presente no sólo en mi texto sino también en los de las compañeras. Lo más bonito de leer Tsunami es articular diferentes textos con la experiencia propia y ver cuáles encajan. La idea no es que quien lo lea se sienta identificada, identificado, identificade con todos y cada uno de los textos, sino tal vez con tres, tal vez sólo con uno, tal vez con siete u ocho. Pero lo bonito es eso: ver cuáles configuraciones funcionan para entender nuestras realidades».
Deja una respuesta