Por Gilberto Cornejo Álvarez. Foto Gemma Chua-Tran en Unsplash
El 14 de febrero-Día del Amor y la Amistad-Día de San Valentín del 2020 no hice nada especial, pero recuerdo que fue un año más en que mi círculo cercano, especialmente en redes sociales, compartió la idea de no celebrar nada, pues la conmemoración de la fecha es la máxima victoria del capitalismo sobre nuestros afectos. Sin embargo, este año la dinámica fue diferente, probablemente porque la pandemia nos obligó a (re)pensar la forma en la que interactuamos con lxs otrxs.
Así, las solicitudes de abrazar —si estaba en tus posibilidades—o de simplemente hablar por teléfono con tus seres queridos no se hicieron esperar. Además, varios mensajes abogando porque cada persona pueda vivir su vida como prefiera (en una relación abierta, solterx, fuera de la heteronorma) saltaron en mi timeline: ¡ah, la fantasía de la burbuja de las redes sociales! No me considero una persona particularmente afectuosa, pero tanta reflexión sobre las relaciones humanas me motivó a pensar en la(s) forma(s) en las que me relaciono con lxs demás, especialmente con mis amigues.
Fue de esta manera como terminé regresando a un momento particular de mi vida: el fin de la amistad. De hecho, cuando la nostalgia navideña me invadió meses atrás, le pedí a mi penpal recomendaciones de lectura para manejar la situación, ya que ella es una book-pharmacist. Lo anterior no quiere decir que no exploré por mi cuenta cómo se aborda a la amistad en los productos culturales. Y si bien el mercado no es tan amplio como en las producciones del amor cisheterosexual, existen algunos productos que han hecho menciones de la amistad (Yuridia ya cantó que los amigos no se besan en la boca, ¿será?), aunque son los menos en donde esta relación es la protagonista.
En el canto X de La Ilíada, Homero señaló que “Los amigos son dos que marchan juntos […]”. Una definición bastante acertada (¿se puede ser amigue de alguien que no va en la misma dirección que unx en la vida?) que enmarca los primeros años de mi amistad con aquella persona, pero que no arroja luz sobre que hacer ante el fin de ésta.
Siguiendo con mi exploración de los clásicos, me encontré con De la Amistad, ensayo de Montaigne que me ayudó a sumar una dimensión importante a mi propia historia: la ética en la amistad. El filósofo y humanista francés recuperó la historia de Tiberio Graco y Cayo Blosio, conocidos por su sólida amistad, para caracterizar lo profundo que puede ser este lazo —enfatiza que más que ciudadanos, estos hombres eran amigos—, amén de ejemplificar con esta relación la diferencia entre las amistades firmes de las comunes1. El anterior no es el primer análisis de un pensador alrededor de la amistad y la ética. En Noches Áticas, Aulo Gelio abre la discusión tomando como base la confesión del sabio Quilón, quien abogó ante la ley para que el crimen de un amigo quedara sin castigo2.

Ambos episodios tuvieron un final afortunado y en mi caso, aunque también hubo intervención de instituciones jurídicas, la amistad terminó. Para complejizar aún más la ecuación, no tengo la habilidad para plasmar mi experiencia con maestría de no ficción o con figuras literarias, pero sí puedo hacerlo con memes pop: se resume, en esencia, a la actitud que tomó Lucía Méndez en un concierto de Madonna (aunque ninguna de las dos señaló ser amiga de la otra y en mi caso si existió ese vínculo). No obstante, al menos me quedó bastante claro que mi dilema de amistad ya había sido experimentado desde la antigüedad.
Cuando pensé que tendría que aprender a vivir sin un referente específico en materia del fin de la amistad (salvo ‘El zorro y el sabueso’, película que sólo vi una vez porque me parece extremadamente triste), leí ‘Soy mi amiga estupenda porque tengo amigas estupendas’, de Sylvia Aguilar-Zéleny, quien tomando como pretexto los libros de Elena Ferrante —adaptados con éxito al universo de las series— se permitió escribir sobre sus relaciones de amistad y la importancia que tienen estas para sobrevivir durante la pandemia.

Sin embargo, algo más llamó mi atención de su columna: la mención al fin de su relación con la que fue su amiga estupenda: “Comencé a leer Mi amiga estupenda en 2016 y, en ese entonces, acababa yo de hacerme justo de una amiga estupenda. Pero como la vida es, a veces, un salón […] donde cualquier cosa puede convertirse en gran problema […] ella siguió siendo estupenda, pero no mi amiga”3. Por primera vez alguien me hablaba de la pérdida y el duelo, pero también de oportunidad que significa el perder a unx amigue (además con una elegancia que yo habría deseado tener: al igual que Lucía Méndez, yo me mantuve en mi postura de menos me paro).
En esta misma línea, mi penpal me sugirió varios materiales de lectura y si bien todos son preciosos uno me llamó la atención más que los otros: The Friend Who Got Away: Twenty Women’s True Life Tales of Friendships that Blew Up, Burned Out or Faded Away, editado por Jenny Offill y Elissa Schappell. Esas 20 mujeres habían experimentado lo mismo que yo y no sólo habían sobrevivido, sino que compartían sus testimonios. Y nada más en el prefacio las editoras explicaron el motivo por el que la idea de los ex amigues nos aterra:

Un examigx es alguien que conoció nuestros secretos más profundos y luego se desvaneció, alguien a quien alejamos o que decidió irse. Usualmente esta persona conoce una versión de nosotrxs que mantenemos oculta del resto del mundo, una versión que preferimos fingir que no existe. El paso del tiempo o un terapeuta caro nos hacen creer que podemos borrar un pasado desagradable, pero los examigxs son un recordatorio persistente de que eso es una falsa esperanza. Ellxs conocen nuestra historia y la recuerdan. Y por esa razón nos acechan.4
Ahí estaba por fin el origen del malestar que me invadía al recordar a mi examigo. Lo que no esperé es que cada memoria que se encontraba en el libro me dijera más de mi y de las cualidades que valoro en la amistad. Me identifiqué más con las experiencias de las autoras (Katie Roiphe, Heater Abel, Emily Chenoweth, Emily White) que perdieron a sus amigas en la universidad por una multiplicidad de factores —desde tener sexo con el novio de su amiga hasta que le otrx simplemente cambió y los intereses son diferentes—: no sólo compartíamos la misma atmósfera, sino que su actuar es uno que probablemente yo habría seguido frente al mismo escenario.
También existen memorias que se centran en experiencias que no he vivido —ni viviré— como detonantes del fin de la amistad. Kate Bernheimer en “Other Women” narra la forma en que su trío de amistad se deterioró a raíz de la experiencia de la maternidad: las tres deseaban ser madres y si bien sus amigas lo lograron, ella no: su cuerpo no lo permite. Y si bien intenta sentirse feliz por la felicidad de sus amigas, se pregunta si ellas no ven lo crueles y distantes que fueron con su dolor, especialmente tras su tercer aborto.
A lo anterior se suman historias que no entendí o con las que no conecté (¿no todos los finales de la amistad son experiencias universales?), como “Dangerous” de Dorothy Allison, que me pareció más una exploración del amor no heterosexual; pero ¿no es la amistad una forma de amor? Incluso hay personas que describen a su(s) pareja(s) como su mejor(es) amigue(s): terrorífico. La inexistencia de respuestas sobre porque terminó la relación o de reflexiones sobre crecimiento personal por parte de las escritoras que participan en The Friend Who Got Away: Twenty Women’s True Life Tales of Friendships that Blew Up, Burned Out or Faded Away es el principal acierto de la compilación. En lugar de convertirse en un libro de autoayuda o de psicología —la doctora Irene S. Levin escribió un manual5 para que las mujeres superen la pérdida de su mejor amiga— los honestos testimonios son una recopilación de memorias que ponen el énfasis en cómo se sintió la involucrada con el fin de su amistad.
Lo anterior no quiere decir que los textos que conforman el libro sean planos o que carezcan de profundidad. De hecho, las 20 autoras permiten que apreciemos lo complejas que son las relaciones humanas, especialmente aquellas que no están “obligadas a funcionar por lazos de sangre” (cuánto daño ha ocasionado ese mito).
Porque la amistad en realidad es la elección de una persona —¿al azar?, ¿tras un proceso de evaluación?, ¿por designio del destino?— con la que decidimos pasar el tiempo, a la que le confiamos nuestros secretos e inquietudes y en el proceso crecemos y aprendemos con ella.
A diferencia de otras relaciones —las de familia, que ya está (pre)configuradas desde antes de nuestro nacimiento, las de pareja en las que el deseo y la atracción sexual juegan un papel importante— en la amistad sólo media la voluntad de las partes para mantener el lazo. Alguien te escogió, de todas las personas de la localidad (al menos), para ser su amigue. El fin de esta relación no esta contemplado en ningún momento y, cuando ello sucede, el sentimiento de orfandad invade a quien se queda (porque en cualquier relación que acaba alguien se va primero).
Los efectos de esta ruptura son igual de traumáticos que el fin de una relación de pareja, o al menos así lo atestigua el abordaje sobre el tema desde la academia. Si bien los estudios de la amistad desde la sociología se explicaron, en un primer momento a través de la confianza y la resiliencia en la sociedad — Patrons, clients and Friends. Interpersonal relations and the structure of trust in society (1984), de S.N. Eisenstadt y L. Roniger— son cada vez más las disciplinas y los enfoques que estudian este fenómeno y llegan a diferentes.
En fechas recientes encontramos Placing Friendship in Context (1998), editado por Rebecca G. Adams y Graham Allan, quienes contextualizan el fenómeno amistoso desde la óptica de las ciencias sociales —su cambio desde el siglo XIX y de cómo el individualismo, la intimidad y el género influyen en esta interacción, amén de su lugar en la esfera privada— o “The Sociology of Friendship”6 en donde se explora a la amistad como una relación de elección, pues no existe ninguna obligación entre las partes.

Aunque las aproximaciones académicas hacia la amistad son interesantes (¿quién diría que la intimidad en las relaciones de amistad es igual de importante que en las relaciones de pareja?), a través de las historias de fracaso —porque en este sistema cisheterosexual capacitista orientado al éxito el fin de una amistad (salvo que sea por muerte de alguna de las partes) no es ni remotamente un éxito— de The Friend Who Got Away: Twenty Women’s True Life Tales of Friendships that Blew Up, Burned Out or Faded Away pude reflexionar sobre mi propia experiencia con mi amigo que se fue, amén de entender que básicamente una amistad puede terminar en cualquier momento y por cualquier razón.
Y, por supuesto, me quedaron ganas de estudiar esas otras amistades que no están contenidas en los libros arriba mencionados. En primer lugar, la amistad entre varones: ¿cómo interactúan y socializan los hombres cisheterosexuales? ¿Ellos también se pelean y enojan con sus (ex)mejores amigos al punto de no volver a hablar nunca? Porque salvo los estudios y las vastas representaciones de sus interacciones en ambientes homosociales —‘Moffie’ (2019)— o dinámicas de mentoría —Batman y Robin, Sherlock y Watson— las producciones literarias en la materia son prácticamente nulas.
En segundo lugar, la manera en que enfrentamos el fin de la amistad desde la sexodiversidad, especialmente porque los amigues fungen como familia para más de unx. Si bien existen películas y series que abordan el tema —‘120 latidos por minuto’ (2017), ‘It’s a Sin’ (2021)—, el énfasis es en la muerte de una de las partes por causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. ¿Cuáles son los efectos de perder a un amigue siendo LGBT+ sin que la muerte se encuentre inmiscuida?
Sería un ejercicio interesante y necesario el crear una obra —al estilo de la coordinada por Jenny Offill y Elissa Schappell— que aborde el fin de la amistad entre personas no heterosexuales (y que los hombres cisheterosexuales hagan lo propio si lo consideran pertinentes) para conocer los ecos y resonancias que existen con la amistad entre mujeres. ¿Es la experiencia de la amistad más universal de lo que creemos o cada una de las combinaciones (mujer-mujer, LGBT+-LGBT+, hombre-hombre) presenta especificidades que lxs demás desconocemos?

A manera de colofón, el fin de una amistad siempre es una oportunidad, como señaló Sylvia Aguilar, aunque me costó bastante trabajo de investigación entenderlo. A mi me animó a dejar un trabajo que odiaba y en el camino hice cosas que siempre soñé: tomé talleres de literatura y de creación literaria y conocí a amigas y amigues maravillosos (y la ironía es que sólo hemos interactuado a través de la pantalla), amén de conocer nuevas casas, como este espacio.
Y, además, me permitió conocer a Patricia Max, cuyo testimonio de amistad, “Tenure” , representa mi percepción sobre el tema en este momento. Al igual que Max, me consideró un amigue de bajo mantenimiento, aunque a diferencia de ella yo no otorgó a las personas el estatus de amigue de por vida. De cualquier forma, creo importante dedicarles energía, amor y tiempo a mis amistades y por ello, aunque soy una persona amigable —al igual que ella— no tengo plazas de amistad disponibles.
1 V. Michael de Montaigne, De la amistad, Taurus: Serie Great Ideas, núm. 31, 2014, pp. 5-7.
2 Cfr. David Toscana, ‘Ética de la Amistad’, en Letras Libres [en línea]. Dirección URL: https://www.letraslibres.com/mexico/literatura/etica-la-amistad [Consulta: 16/02/21].
3 Sylvia Aguilar-Zéleny, “Soy mi amiga estupenda porque tengo amigas estupendas”, en Revista Este País [en línea]. Dirección URL: https://estepais.com/blogs/soy-mi-amiga-estupenda-porque-tengo-amigas-estupendas/ [Consulta: 14/02/21].
4 Jenny Offill, Elissa Schappel (eds.), The Friend Who Got Away: Twenty Women’s True Life Tales of Friendships that Blew Up, Burned Out or Faded Away, Broadway Books, 2006, p. 9.
5 Irene S. Levine, Best Friends Forever. Surviving a Breakup with Your Best Friend, Harry N. Abrams, 2009, 267 pp.
6 James Vela-McConnell, “The Sociology of Friendship”, en Kathleen Odell Korgen y William Paterson, The Cambridge Handbook of Sociology (vol. 2), Nueva Jersey, Cambridge University Press, 2017, pp. 229-236.

Gilberto Cornejo Álvarez. Periodista cultural para Crea Cuervos. Escribo sobre cine, televisión y representación en Los Lunes Seriéfilos. En La libreta de Irma practico el ensayo y la reseña. Amante de la ficción especulativa y las letras LGBT+