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La poesía es la continuación de la infancia: María Negroni


Por Irma Gallo

Hay algo en la mirada y en el trato de María Negroni (Rosario, Argentina, 1951), que hace que el miedo que sentí ante la perspectiva de entrevistarla se diluya de inmediato. Me explico: sé poco de poesía; me cuesta leerla. Aparte de algunas cosas de Miguel Hernández, Federico García Lorca y recientemente César Vallejo, mi conocimiento (y peor aún, lo confieso) mi disfrute de la poesía es casi nulo.

Pero cuando recibí Oratorio, de María Negroni, me obligué a leerlo. Y cuál no sería mi sorpresa que me descubrí disfrutándolo.

Así que el día de la entrevista con la poeta yo ya traía algunas preguntas preparadas. La primera y más importante era ¿de dónde surge la necesidad de escribir en la primera persona del plural en Oratorio?

«El extravío», me responde, «es la piedra de toque fundamental del comienzo de un libro. Entonces, si me preguntas cómo surge la primera persona del plural, no lo sé. Lo único que sé es que en ese bosque en el que me metí, inconscientemente el yo lírico que suele aparecer en los poemas, el yo poético se transformó en algo demasiado pequeño».

La pregunta que el libro quería hacer no alcanzaba con el yo personal.

«Eran preguntas», continúa la poeta, «que venían de un fondo común, que son las preguntas básicas que tenemos como seres humanos: ¿cómo aparecimos acá?, ¿por qué estamos en esta situación?, ¿por qué nos tenemos que morir?, ¿cuál es el sentido de nuestra existencia?, ¿fuimos felices alguna vez?, ¿qué es el dolor?, ¿qué es la felicidad? Son todas preguntas muy grandes que no le corresponden a mi yo chiquitito».

¿Cómo llegan estas voces a tu bosque?, le pregunto, después de leer dos fragmentos de sus poemas.

«Si lo supiera, Irma, sería genial», me responde entre risas. «Lo único que sé», dice ya más seria, «es que cuando llegan puedo reconocerlas. Es como en uno de los poemas, digo ‘Caer es una gracia’ y cuando escribo ese verso, yo misma tengo un sobresalto. Caer, en el sentido de desplomarse, de derrumbarse, de sufrir. Como que todo eso es un don. Pero no es que lo pienso primero y después lo escribo. O sea, llega el verso y en ese momento me doy cuenta, por ejemplo en ese poema que te digo, que ese es el final del poema, que ya después de esa frase no puede venir nada más. El poema terminó, porque ese es un momento de comprensión. Es como que encuentro algo sin buscarlo, pero lo reconozco».

Es el bosque y el vacío. Y entre ese bosque y ese vacío aparece el despliegue de la pregunta.

María Negroni

«La poesía también lo que hace», continúa diciéndome María, y yo escuchándola embelesada, «es que llama la atención sobre todo aquello que es paradojal».

Negroni suelta entonces una frase que me deja dando vueltas en la cabeza: «En la poesía no existe la disyunción O, en la poesía es Y. Todo es Y. Es esto Y lo otro».

Ello me provoca preguntarle que, dada su experiencia como académica —actualmente dirige el Master en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF) en Buenos Aires—, ¿en qué se diferencia la escritura de la poesía con la de la novela?

«Habría que previamente definir qué es una novela», me responde, «porque yo escribí dos libros: uno se llama El sueño de Úrsula y otro se llama La anunciación, que fueron catalogados como novelas; eso lo catalogó el mercado. Yo no hago diferencias. Si tú me preguntas a mí entre El sueño de Úrsula y Oratorio, yo te diría: son lo mismo, porque una, que supuestamente tiene una historia, y el libro de poemas, ambos libros formulan las mismas preguntas. Con otros métodos, obviamente».

Lo que importa en una escritora es esa singularidad de la mirada.

La única diferencia entre un libro de poemas y una novela, me dice Negroni, es su duración.

Un libro de poemas es un microcosmos. Es una cajita musical.

Al hablar de su escritura, María recuerda que su madre era asmática como la madre de José Lezama Lima.

«Entonces, desde pequeñita yo tenía una idea de que no había mucho aire para hablar. Que había que hablar conciso y al punto, como dicen los norteamericanos, directo, porque no había aire. Cuando tú tienes poco aire no puedes hacer frases muy largas».

Esta fue la razón, dice la poeta, por la que, cuando empezó a escribir, sus versos eran mucho más condensados que en Oratorio.

«Creo que mis dos novelas fueron como intentos de abrir espacios para la escritura», me dice.

Le pregunto, para terminar, si esas preguntas que se hizo cuando empezó a escribir Oratorio encontraron respuestas. Por supuesto que lo niega:

«Podríamos decir que el arte es la pregunta menos su respuesta», responde. «No nos interesan las respuestas. Pero creo que formularse estas preguntas es importante porque abre básicamente a una cosa que está muy olvidada en nuestro mundo actual, que es el asombro».

Creo que la poesía nos devuelve a esa cosa dolorosa y difícil, y maravillosa, que es la infancia.

«La poesía es la continuación de la infancia por otros medios», concluye.

Mira la entrevista completa que le hicimos a María Negroni aquí:

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