Somos los Osos de Beartown


Por Concha Moreno

Voy a escribir algo muy personal. Avisados están.

Me gusta sudar. Es algo que descubrí en la preparatoria cunado jugaba hockey sobre hielo. Me gusta estar empapada de mi propio humor. Cada vez que entrenaba el sudor corría por mi jersey, debajo de las protecciones, a través de mis calcetas. Los muslos me dolían: no importaba. Todo se trataba de patinar patinar patinar. Volar por la pista, conducir el puck, dar pases, siempre estar al pendiente de quién estaba dónde, tirar con fuerza. No era el trabajo en equipo, no era la gloria personal, era la velocidad y la velocidad. Por primera vez me sentía a gusto en mi cuerpo. Y era el sudor. Era la competencia, la camaradería. Fuera de la pista era una nulidad, adentro era el ala derecha, la jugadora zurda del equipo, la más rápida, la que podía jugar largamente sin cansarse. La que pertenecía. Bañada en sudor era feliz.

Leí Beartown, la novela sensación de lo que va de este año. Una novela de hockey. Leerla fue un madrazo a mi memoria.

La novela de Fredrik Backman es un logro. Una historia de deporte, crecimiento y comentario social. Un coming-of-age duro y glorioso. Uno no se puede sacudir la historia con facilidad.

Pienso si me gustó tanto porque es una historia sobre un equipo de hockey. Mmm. Puede ser. Pero no quiero ser malinterpretada: es más que hockey. Es sobre crecer en un pueblo obsesionado con la competencia y la hombría; sobre tener 17 años y el peso de toda una ciudad en la espalda. Es sobre un pueblo que ve su presente desaparecer y se aferra al pasado. Y es sobre un grupo de adolescentes que se dan cuenta que, estrellas de hockey y todo, no pueden salirse con la suya siempre.

La historia sucede en un pueblito sueco, Beartown. Hundido en el bosque, era una ciudad industrial que ha sido invadida por el desempleo y desánimo. Hasta en Suecia hay pobreza. Lo último que le queda a Beartown es su pista de hielo. Y su equipo. Los Osos de Beartown son una religión. Cada viernes todos los habitantes se reúnen en la pista para ver a su equipo de preparatoria jugar y por lo general perder. Hasta hoy, cuando tienen uno de los mejores equipo del país.

Quizá si estos muchachos (casi niños) ganan el campeonato se pueda reactivar la economía del pueblo. Quizá se refunda la historia de Beartown. Todos los que apoyan al equipo están seguros que un campeonato mundial va a transformar al pueblo.

17 años. El peso de tu ciudad en los hombros. Kevin Erdahl no tiene miedo. Es el mejor jugador del país. Anota goles como respirar. Es el capitán. Conoce a sus compañeros de equipo desde el kínder; juegan juntos desde los 7 años de edad.

Peter Andersson se muere de nervios. El gerente del equipo. El mejor jugador que ha dado Beartown. Llegó hasta Canadá, a la NHL, la capital del hockey sobre hielo. Sobre Peter está la carga de llevar al equipo de Beartown al siguiente nivel. ¿Podrá hacerlo?

Todo suena a una simple historia de deporte: no lo es. Se parece mucho a Friday Night Lights, la serie de televisión y la crónica sobre un equipo de futbol americano de Texas. Es la misma obsesión, pero Backman ve más allá del deporte. Como en Friday Night Lights, el equipo es lo último que queda. Y como en Texas, en Beartown hay un profundo problema social que se refleja en la cancha.

Una crítica al machismo del deporte, a su homofobia y su celebración de personalidades tóxicas. Beartown es una victoria. Cuando se forma parte de un equipo, el colectivo es más importante que el individuo. Se hospeda en tu cabeza la idea de que eres un pez más en el mar: la gloria no te pertenece, cada gol es un orgasmo compartido con tus compañeros. Un orgasmo a coro.

Yo jugué, entiendo el deporte, soy una obsesa de la competencia, entiendo el nivel de infección que significa. Pero Beartown no es solo para los que amamos el hockey. Se lee en un santiamén y sobrevive en uno durante días. Recordé el aroma de mi jersey de los Rangers de Nueva York con el que salía a correr cada mañana. El sudor, el hambre de triunfos, la necesidad de pertenecer.

Ese aroma es más intoxicante que el de los cerezos en flor.

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