Jane Austen en Taxqueña


Por Concha Moreno (Foto de portada: Irma Gallo)

¿Quién no ha sentido que se enamora cuando le bebe los alientos a una boca olorosa a taquitos? Puede sonar horrible, pero piénsenlo: si los taquitos los degustaron juntos, no hay nada más tierno que volver a deleitarse con ellos en un beso.

Fosca María se enamoró de Tito Lucio, virtuoso marimbero, cuando los dos pidieron a una voz unos tacos con salsa roja. No hay mejor señal de amor que preferir la misma salsa, se sabe. «Cámara», diría Fosca, institutriz ingenua y simple que está a punto de encontrar el amor sin saberlo todavía.

Te amaba y me chingaste (Nitro Press/UNAM, 2020), de Nora de la Cruz, es una novela que cumple lo que promete desde su primera página: una comedia amorosa contada en tono de comedia del siglo XIX. Un folletín en el que conviven el lenguaje decimonónico y el ambiente nuestro de allá por el sur de la ciudad. Muy cerca de la buhardilla de fosca —como buen ambiente del XIX, la protagonista tenia que vivir en una— están los deliciosos tamales de La Mega y las carnitas El Charro. Imposible no caer rendido ante un personaje con tan buenos gustos.

La novela es como leer, digamos, Emma, de Jane Austen, pero puesta en escena entre los micros del paradero del metro Taxqueña. Austen habría aprobado el amor esquivo de Tito Lucia y Fosca, un vaivén emocional en el que los enamorados se conocen apenas, pero intercambian cariñosos mensajes escritos en sobres con lacrados y entregados por mozos en carruajes.

Nora de la Cruz

«A lo lejos sonó una música antigua y alegre», nos dice el narrador en cierta escena. La música: Rigo Tovar a volumen altísimo. La canción desata en los personajes «el ímpetu de la danza». Sé que quizá lo estoy vendiendo barato, pero va calado, va garantizado. Te amaba y me chingaste está llena de buenos momentos que invitan a la risa alegre de los puros de corazón.

En este debut en el arte de la novela, que no en el del amor, de Nora de la Cruz, el lector no deja de reír. Tiene un muy buen tempo ritmo cómico y eso es extraordinario en nuestras letras, tan obsesionadas con la autoimportancia y la posteridad alcanzada a través de choros ilegibles que no toleran la risa (a menos, claro, que sea la risa incómoda del lector). Te amaba y me chingaste podría ser una émula del mejor Ibargüengoitia sino fuera por algunos momentos en los que pierde el tono. Sobre todo en el final, cuyo giro… bueno, no tiene giro, solo termina, como muchas veces termina el amor.

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