Por Irma Gallo
Tengo una historia personal agridulce con el teatro: durante una época fue lo único que quise hacer en la vida. Me dio un amante, un marido y una presentación en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, España, de la cual me descolgué con tres amigos para recorrer otras ciudades españolas y otros países de Europa. Una experiencia maravillosa, de las que se atesoran toda la vida, pues.
Pero como todos los amores apasionados, el teatro me rompió el corazón. O mejor dicho, un maestro-director-dramaturgo: Luis de Tavira. Había entrado con toda ilusión a la Casa del Teatro, soñando convertirme en actriz profesional, pero terminando el primer año, el señor dijo que yo no servía para eso. Con un flamígero dedo de Dios, me señaló entre los que ya no podíamos continuar en su escuela el siguiente año. Me causó una depresión tremenda: había dejado la carrera de Psicología para estudiar Teatro y ahora resultaba que era malísima en ello. Con el resto de energía que me quedaba, hice examen en el CUT y tampoco me admitieron; no quería salir de la cama, no sabía qué iba a hacer el resto de mi vida ni quería lidiar con ello, hasta que mi mamá me insistió en que estudiara francés y mi papá a que regresara a la UAM Xochimilco, de donde había dejado trunca la carrera de Comunicación unos años antes. Esas dos cosas: el francés y el periodismo, la escritura, me salvaron la vida. O mejor dicho, mis padres me salvaron la vida.

Desde entonces me negué a ir al teatro. Pero cuando entré a Canal 22, siendo reportera de cultura, tuve que apoquinar y volví. Vi varias cosas muy interesantes, y me di cuenta de que mi pleito no era con el arte teatral en sí, y que agradecía, finalmente, al maestro de Tavira porque con su rechazo me había permitido encontrar mi verdadera vocación: el periodismo, la escritura.
Sin embargo, hace unos días, cuando mi querida Arianna Aquino —a quien conozco del mundo de los libros, el que más me interesa hoy en día y supongo que para el resto de mi vida— me invitó a ver una obra de teatro en zoom, no me pude negar. No lo hice, sobre todo, porque es una mujer a la que le tengo gran estima y respeto, y segundo, porque quería asomarme a la experiencia del teatro en zoom. Ya había visto cabaret, con Las Reinas Chulas ( https://lalibretadeirmagallo.com/2020/07/24/nosotras-votamos-por-amlo-pero-eso-no-significa-que-no-seamos-criticas-ana-francis-mor/ ), pero siempre me quedaba la curiosidad de cómo sería la experiencia con una obra que Arianna me había contado que pertenecía al género de pieza. Así que acepté y me mandó mi boleto electrónico para ver Instrucciones para saltar, de la compañía Los Textos de La Capilla, con Fernanda Albarrán, Germán Bracco y David López, dirigida por Ro Banda y con la dramaturgia de Víctor Velo.

Instrucciones para saltar es la historia de una amistad y un hecho execrable que la destruye, y que además despedaza las vidas de los tres involucrados: Mariana, Fernando y Saúl, tres adolescentes con una relación normal, hasta que un día los varones rompen todos los códigos de la amistad y cometen un acto vil contra su amiga, al que la misma Mariana no se atreverá a nombrar hasta tiempo después.
La violencia de género, lo difícil que es aceptarla y nombrarla, las dudas de la mujer acerca de si hizo algo que pudiera provocar el ataque, el costo de callar y el costo de hablar, son los temas que cruzan esta obra.
A pesar de las limitaciones de la plataforma (sólo podemos ver sus rostros, el cuello, y hasta la altura de los hombros; todo lo demás permanece oculto: el cuerpo, uno de los instrumentos principales en la actuación), el trabajo de los tres jóvenes actores: Fernanda Albarrán en el papel de Mariana, David López como Saúl y Germán Bracco como Fernando, nos lleva de los colores de amistad a lo sombrío de la traición, al rojo de la violencia, al negro de lo que ya no tiene remedio, de aquello para lo que, aparentemente, sólo queda una salida.

Hay momentos en los que, no exagero, me dieron ganas de vomitar: los diálogos entre Fernando y Saúl para describir algunas partes del cuerpo de Mariana y de otras mujeres conocidas, y las fantasías de lo que quisieran hacerles. Nunca he sido moralina, pero si eso no es violencia de género, no sé cómo se le puede llamar.
Y lo peor es que la hemos normalizado con excusas estúpidas como: «son jóvenes», «todos los hombres hablan así», «no hablan en serio», «eso no quiere decir que sean violadores en potencia», «crecieron en un ambiente misógino en el que es normal este tipo de discursos», y otras tantas que sólo perpetúan estas conductas, hasta que algunos de ellos dan el siguiente paso, a la violencia física, incluso al feminicidio, y entonces ya no hay nada que hacer. Ya no hay excusa que valga.

No puedo menos que admirar la actuación de Fernanda Albarrán como Mariana: de adolescente alegre a víctima, a mujer que reclama su derecho a nombrar aquello que partió en dos su existencia, quizá con la esperanza de empezar a sanar, es para mí, la mejor de los tres.
El hoyo negro del fin de la vida se pasea junto a mí.
Es una de las frases que pronuncia Mariana, con una fuerza contenida que nos hace estremecer, hasta el punto en que nos olvidamos que estamos viendo el hecho teatral en vivo, sí, pero a través de una pantalla.
Aquí puedes comprar tus boletos para ver en línea Instrucciones para saltar:
https://boletopolis.com/es/evento/17420
