Por Mónica Maristain
Ahora edita, por el FCE, esta novela maravillosa: La última lectora, que es la historia de una mujer que tiene una misión y fracasa y que encuentra en los libros un método para seguir viviendo y para encontrar a la persona que ama.
Este miércoles 21 de abril tuve el orgullo de presentar a la escritora argentina Raquel Robles, que mostraba La última lectora, editado por el FCE y que no sé por qué o tal vez sí me ha llevado a una de mis primeras lecturas, allá en la adolescencia. En la primera escena de El palacio de la luna, de Paul Auster, el sobrino lee en un cuarto todos los libros de la biblioteca de su tío. Lee y come poco, las dos cosas que son cruciales en mi vida.
También pienso en mi adorado Ricardo Piglia, con esos ensayos que hablaban de El último lector, como fruto –en la novela de Raquel Robles- de un hombre también amado y que busca conocer la mujer, la protagonista de la novela.
Leo las páginas y no sé por qué o tal vez sí pienso también en Ariana Harwicz, sobre todo por Degenerado. Y también pienso en la novela Los eufemismos, de Ana Negri y todas me llevan a ese lenguaje donde la narración es tan buena que casi se convierte en poesía. No lo sé, es algo que le voy a preguntar a ella: ¿La narración es contar historias? O puede ser que precisamente las historias están ahí y yo las tengo que develar con el lenguaje.

¿El lenguaje tiene género? ¿Por qué yo debo pensar que hay mujeres escritoras y hombres escritores? ¿El patriarcado toca a la literatura o influye sobre el ambiente literario?
Muchas preguntas para hacerle a la escritora Raquel Robles, nacida en Santa Fe en 1971. Escritora, periodista y docente, es conocida tanto por su labor como profesora de literatura para jóvenes marginales, siendo responsable de varios proyectos de integración, como por su novela Perder, por la que ganó del Premio Clarín en 2008.
Es autora también de Pequeños combatientes, un libro en el que se explora el universo infantil de los hijos de desaparecidos a partir de una reelaboración del lenguaje de la militancia. También publicó La dieta de las malas noticias, una comedia negra sobre la familia, las relaciones familiares y los espinosos caminos del amor.
También escribió Papá ha muerto, la muerte de un guerrillero en la selva colombiana.
Ahora edita, por el FCE, invitada por Paco Taibo II, esta novela maravillosa: La última lectora, que es la historia de una mujer que tiene una misión y fracasa y que encuentra en los libros un método para seguir viviendo y para encontrar a la persona que ama.
Dice Raquel Robles que “la narración es contar historias, no estoy tan segura de que la literatura sea contar historias. Creo que si nos reunimos alrededor de un fogón la expectativa es escuchar una historia, pero la literatura está hecha de otra materia. La lengua misma cuenta historias, hay un universo de historias en el sentido de que la lengua es lo que nos hace humanas y humanos”.
“Bajtin decía que el lenguaje es la arena de la lucha de clases, en cada palabra hay un momento histórico y es el resultado de una determinada lucha. Por ejemplo, la palabra ‘desaparecido’ es una palabra que nos remite a un solo lugar y después a otro significado. Es una palabra política y la elección de las palabras, aunque no es tan evidente como contar una historia, también nos cuenta cosas, nos lleva a unos momentos sociales donde se contaba una cosa o se contaba la otra con las mismas palabras”, expresa.

“Tener una buena historia no es garantía de literatura, ni la literatura necesita de grandes historias”, dice la escritora, que nos hace pensar que la narración se convierte en poesía, porque dice cosas que nosotros no podemos decir.
¿Qué es poder en La última lectora? Tú puedes con el texto, es lo que le digo a Raquel Robles.
“Ojalá sea así. Por lo menos lo que te puedo decir es que me lo gané con el sudor de mi frente. Trabajé un montón, este es el libro que más trabajo me dio, en relación a la arquitectura del libro. Está dividido en tres partes, pero a su vez trabajé con muchas capas. El cuadrito que se hizo James Joyce para escribir su libro Ulises, yo hice ese trabajo. Está apoyada en La Biblia y traté de respetar los colores de la Biblia, ciertos significantes que aparecen allí, tratando de respetar eso en cada momento, lo que me dio un trabajo enorme”, afirma.
“Poder respetar ese hilo de lo que el personaje estaba viviendo, mientras van sucediendo todas esas capas, que plantea el tema de la culpa y el libro que mejor lo trabaja es La Biblia. La culpa y la misión que luego fracasa”, agrega.
El lenguaje también busca las zonas sombrías de personajes que no tienen la voz socialmente.
“Yo coincido con esa impresión, estamos en un momento donde se intenta desnaturalizar cosas, como por ejemplo el patriarcado. El lenguaje es algo que manipulamos todo el tiempo, estamos bañados de lenguaje, como diría Lacan. Es difícil salir de esa agua y entender que el agua no era natural, que podríamos no respirar. El lenguaje está usado en forma muy precaria y a la literatura le pedimos muy poco”, dice Raquel, una funcionaria y activista también de los derechos humanos.
“No sé si la gente lee cada vez menos, pero el mercado editorial con ese diagnóstico acaba por tirar cosas cada vez más fáciles. Es la historia del huevo o la gallina. Me resultó muy conmovedor que eligieran este libro para publicar en una colección popular”, dice elogiando a Paco Taibo II, en uno de sus tantos gestos editoriales que a veces no se ven pero que permite que conozcamos a autoras como ella, como Cristina Fallarás.
“Lo que las grandes editoriales piden son cosas en cosas centradas en la anécdota y en la anécdota sea medio de moda. Ahora lo que hay que escribir libros sobre feminicidio o sobre la maternidad o sobre la situación de las mujeres, instalando una literatura feminista y que sea fácil de leer”, agrega.

“Las personas y los artistas siempre tienen que estar puestos en algún lugar. Eres artista revulsiva y ya te ponen ahí, hay también un mercado para ellas. Hay muchos que sostienen el mercado sin ser beneficiarios del mercado. Me parece que hay de un tiempo a esta parte una ponderación del artista sobre la obra que es bastante odioso. Ojalá llegáramos a un momento del arte anónimo. No necesitar confrontar la biografía de esa persona con el libro”, afirma.
“Pensar en Borges como escritor de la derecha, nos ha dejado sin Borges durante mucho tiempo. Pensar en Rodolfo Walsh como un escritor de izquierda, nos ha impedido leerlo”, dice.
Publicado originalmente en Maremoto Maristain, aquí:

Mónica Maristain. Nació en Argentina. Desde el 2000 reside en México. Estudió en la Universidad de Filosofía y Letras. En Argentina dirigió las revistas Cuerpo & Mente en Deportes y La Contumancia. Aquí dirigió la revista Playboy, para todo Latinoamérica. Fue editora del Universal y editora de Puntos y Comas. Ha publicado muchos libros, entre ellos los de poesía: Drinking Thelonious y Antes. Los dedicados a Roberto Bolaño, entre ellos El hijo de Mister Playa. Prepara su libro sobre Daniel Sada: el hombre que sabía bailar.
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