Por Concha Moreno
Foto de portada: Martín Rosenzveig
No mentiré. Leer Patria, de Fernando Aramburu, me llevó más de dos semanas. Quisiera presumir de veloz lectora, pero no lo soy. Y no lo digo en desdoro de la monumental novela de Aramburu, sino todo lo contrario: no quería que se acabara nunca.
Dolorosa, divertida, indignante, compasiva: todos esos adjetivos le quedan. Por momentos rabioso, feroz, por otros ligera y llena de mundo, Patria es un intento de congelar en un instante la guerra de España contra el grupo separatista vasco ETA.
¿Cuál es ese instante? El asesinato del Txato, un empresario de Guipúzcoa que decidió plantar cara a ETA. Y no sobrevivió. Al Txato lo mataron en un día de lluvia, en la calle, cuando iba a trabajar. En la banqueta quedó su sangre deslavada, su honor intacto, su fin decisivo.
Todo comienza entre dos familias: la del Txato y Bittori, y la de Joxian y Miren. Todos vacos, de esos que usan boinas, hablan euzkera y han criado a sus hijos en el amor a Euzkadi. Ambos matrimonios son mejores amigos desde hace décadas, juntos han criado a sus familias, juntos han visto convertirse a pueblo en un semillero de etarras. No es que lo vean mal, tampoco.

Pero un día al Txato le llega una amenaza: o paga una gran cantidad de dinero a ETA o le destruirán la vida. El Txato es empresario, un empleador justo, alguien que comenzó desde abajo. De niño andaba con la alpargatas descosidas, dice Bittori. Ahora es alguien que da trabajo a la comunidad. Y por eso ETA lo ha señalado de rojo.
De buenas a primeras, cuando en el pueblo se ha sabido que ETA va tras el Txato, todos le han volteado la cara a la familia. En especial Miren y Joxian. ¿Por qué? Porque a Miren le ha crecido un órgano nacionalista desde que Joxe Mari, su hijo, se fue con los etarras. «A esos ya no les miramos ojo a ojo», le dice Miren a Joxian una tarde verano. Miren, de casi hermana a mayor enemiga. Joxian, tan bendito que no se atreve a darle molestia alguna a su mujer. Si Miren dice que ya no le hable al Txato, pinto y dicho. ¿Importan los domingos en bicicleta, las tardes en el bar jugando cartas, el cariño de toda la vida? Importan, sí. Pero a la inercia de todo un pueblo quién la vence. ¿A la historia que los ha puesto banqueta contra banqueta quién la resuelve?
Con Bittori, sus dos hijos adultos, Xabier y Nerea. Con Miren, Arantxa, Joxe Mari y Gorka, que también han crecido con el panorama complicado de la guerra separatista. Cada uno con destinos complejos, huyen de la guerra. Son los años 80, no es fácil sustraerse de la guerra de ETA. En Guipúzcoa se encuentran a los nacionalista más entregados. Esos que cumplen 16 años y se van a la armas. Esos que a los 11 años ya andaban por las calles aventando molotovs. La furia, esa arma caliente. Esa bomba autodestructiva que un modo de ser detona muy pronto.

Patria es una de esas novelas que no se sueltan ni en defensa propia. Es dolorosa y uno quisiera dejar de estar tan entregado a esa historia de los muchos duelos, las muertes injustas, los ideales prometidos e incumplidos. Y habría sido tan fácil para Fernando Aramburu hacer una novela de cualquiera de las orillas. Ser etarra, ser víctima; tan sencillo de agarrar partido. ¿Pero hay lugar para la literatura en el conflicto? Sí. Patria lo demuestra: una máquina de empatía ahí donde la política ha señalado a claros enemigos.
Aramburu logra un mural amplio del conflicto vasco desde su corazón. ETA declaró el fin de la guerra armada. ¿Qué siguen, qué hace con los pueblos destrozados, los amigos separados, la familias mancas y cojas? La novela no otorga una respuesta unívoca y bendita sea por ello. Hay en la trama momentos tan llenos de humanidad que da trabajo pensar que esto no es una crónica sino el trabajo de una mente literaria que sabe hacer ficción de primera.
Como cualquiera que haya crecido en un país de habla hispana en los años 90, tuve el nombre de ETA presente en mi vocabulario, pero nunca supe bien a bien qué significaba. Sabía que en algunas partes de España había coches bomba y asesinaban civiles para su causa. ¿Pero qué? Para quien ha visto a su sociedad cada vez más polarizada, cada vez más cortada por una mitad que no es necesariamente equivalente al 50% (tal vez al 80%, tal vez al 30%, no importa: una división así punza y duele siempre), una novela como Patria es más que una explicación, es vida misma que se desangra en la carretera. Es, sin duda, un libro necesario.
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