Por Concha Moreno
Escribo mucho sobre mi infancia, pero es que es un tema de sabrosa ciencia. ¿Cómo se forma una, cómo se vuelve lectora? Yo se lo debo a mis papás, en especial a mi padre, quien una vez me prestó sus libros de Luis Spota.
Luis Spota es un escritor desestimado. Aunque Christopher Domínguez (no soy su fan, no se asusten) lo incluyó en su diccionario de autores de habla hispana y la muy respetada editorial Siglo XXI ha publicado sus libros , la tarea de recuperarlo ha sido lenta. Pero la misión ha sido ejercida por los lectores, ¿eh?, los lectores lo han seguido leyendo, persiguiendo su obra en librerías de viejo. Spota fue uno de los autores mexicanos más leídos del siglo XX.
Pero les decía que mi papá me prestó sus libros de Luis Spota. Mi padre es fan perdido: tiene toda la amplísima bibliografía, desde luego toda La costumbre del poder, pero también las novelas sueltas como Casi el paraíso, La sangre enemiga y La carcajada del gato.

Un día, cuando yo andaría por ahí de los 11 años, mi papá me dio acceso a su gran colección spotiana. Acabáramos: a mí no me interesaba nada. Aunque llegué a la pubertad con la elección de 1994 y seguí todo lo que sucedió aquel ciclo electoral (¿cómo abstraerse de Chiapas, el magnicidio de Colosio, el primer debate público entre candidatos?), la política me resultaba de lo más arcana. Y la mayor parte de los libros de Spota eran novelas políticas. Hueva.
A Spota lo acusaban sus enemigos (¿envidia o coraje?) de ser muy periodístico. Pero madre mía, ¿por qué eso iba a estar mal con la falta de periodistas que le hablaran directamente al poder? No abundaban, la verdad. Ahora, no me queda claro si Spota era amigo de gente poderosas que le daban cierta manga ancha para que escribiera sobre lo que se pegara la gana, la estrategia de permitir un poco de libertad para justificar el control férreo de la vida pública que ejerció el gobierno PRI. En El vendedor de silencio Enrique Serna lo menciona de paso como el rival de Carlos Denegri: los dos eran los periodistas más seguidos de aquellos años del priismo fuerte.
Agarré sin mucha convicción algunos libros de Spota del librero de mi papá. No me sentí conectada de inmediato. Creo que fue con El rostro del sueño que le agarré cierto gusto. Pero entonces topé con Casi el paraíso y la alquimia de la lectura sucedió. Creo que Casi el paraíso fue mi primera lectura «adulta».
¿Por qué? Porque las aventuras del pícaro Amadeo Padula, una italiano que se hace pasar por príncipe en México y conquista a la clase alta mexicana. Es una historia de lo más carismática: Amadeo se convierte en Ugo Conti, príncipe en exilio en busca de una buena mujer mexicana para casarse. Miren que lo logra. Le va rebién en México, donde la gente es provinciana y la clase acomodada anda en busca de «blanquearse» en nuestra tierra de indios.

Casi el paraíso es de risa loca. Spota no es Jorge Ibargüengoitia, ni de cerca, pero es muy divertido, con ojo maloso, sí, mucha mala leche. Atinado, por completo puntual en sus observaciones. El estilo de Spota no es bello, es más bien cuadrado y robusto, pero no le hace falta ninguna floritura para narrar sus siempre bien logradas tramas.
Sobre La costumbre del poder habría que hacer otro texto completo. La serie de seis novelas en clave sobre el aparato del PRI es precisa y entretenida. El destape, el apoyo completo desde Televisa hasta las cargadas sindicales, las clientelas priistas, el ejército de pedigüeños que visitan al candidato ungido por el pachá/presidente en turno.
Spota escribió como un poseso y murió a los 59 años con tantas ganas de seguir narrando la vida mexicana. Es posible que ningún tema nacional le fuera ajeno.
Lean a Spota, por piedad. Su visión llena de acidez y bien fundamentada nos hace falta hoy, sin duda. Ojalá regresara la era de los periodistas literarios.
