Por Concha Moreno
Nunca he conocido a un cubano que me caiga mal. Son excelentes conversadores, casi tan buenos como los argentinos. También hay que decirlo: no les falta soberbia a los caribeños. Se consideran a sí mismos como los mejores educados de toda Latinoamérica. Dice el dato que en la Cuba de Fidel no hay analfabetas: bueno, ellos se encargan de recordártelo en todo momento.
Pero también es cierto que los cubanos de la Cuba de Castro se dedican a camelar. De una forma u otra tienen que sobrevivir, ¿no? Con un sueldo mínimo de acuerdo a las directrices de un país socialista, la gente común en la isla tiene que buscarse la vida haciendo mil sutiles maneras de resistencia: un dólar acá traficando con ron y tabaco, otro allá robando unos pocos materiales de trabajo. La vida en Cuba es una forma de la astucia.
El exilio cubano no siempre depende de razones ideológicas. Como cuenta Leonardo Padura en su buena novela Como polvo en el viento, a veces no es más que el tedio lo que empuja a las personas a lanzarse al mar rumbo a Miami, o tomar otras de las vías de escape más revueltas que terminan en México o España. Eso es especialmente verdadero en el caso de las generaciones más jóvenes, hartas de ganarse el día de modos irregulares y complicados y prefieren una vida (aunque sea regular y mediocre) en un país de «el mundo libre».

Para los personajes de Padura, Cuba es de una inercia histórica que acaba expulsando a sus hijos por diferentes causas. Para Elisa Correa, la razón es críptica: es una mujer que ha seducido a su grupo de amigos, todos nacidos en la década de los 60, la última generación de cubanos que creyó en la Revolución. Elisa es brillante y oscura al mismo tiempo, brillante por su inteligencia; oscura porque nadie la puede resolver. Huye, ¿pero por qué? Esa incógnita de la ecuación es la que se ha de resolver a lo largo de la novela.
Para Marcos el Lince, Cuba es el país que maltrató a Orlando «El Duque» Hernández, su ídolo, pitcher de los Yankees al que el gobierno cubano ha destinado al ostracismo por haber desertado. Coño, ¿guardarle lealtad al país que trata así a sus héroes? Marcos cree que no, país de comemierdas, así que, con una maniobra enredada, logra llegar a Miami. Y ahí ha de conocer al amor de su vida.
Adela nació en Estados Unidos. Lleva a Cuba como una bandera extraña, de esas mezclas de caldero mágico que se dan allá: medio cubana, medio argentina, 100% estadounidense. Para escándalo de Loreta, su madre, Adela se obsesiona con la isla y decide hacer la «ingrata» carrera de Estudios Latinoamericanos en la universidad. En Miami se muda al barrio de Hialeah, una villa totalmente cubana, el lugar donde más cubanos viven fuera de La Habana… y si contamos a todos los cubano-americanos que ya han nacido fuera de la isla, podemos decir con certeza que en ningún otro lado del mundo haya tantos cubanos. En Hialeah Adela es una outsider. Pero ella quiere ser parte de eso, «encubanarse». Para ella esa es su verdadera herencia
Irving salió de Cuba por miedo. Cuando su grupo de amigos de la adolescencia se disolvió por culpa de sospechas, muertes extrañas y huidas todavía más raras, se larga a España. En Cuba era editor, en España no es nada. Irving conoce un montón de secretos. Es el depositario de la historia oral (¿hay algún otro tipo de historia en Cuba? Sí, la oficial. Pero la verdadera historia cubana es la que no está consignada en los–siempre peligros– papeles) del Clan, su grupo de amigos ahora separado por… pues porque la desgracia cubana es algo más personal que político.
Regreso al principio: nunca he conocido a un cubano que me caiga mal. Y he admirado a Cuba durante años por su desarrollo social, pero como dice Padura, no hay peor enemigo de un cubano que otro cubano. Para Padura, exiliado él mismo, el socialismo cubano solo sirvió para encender la sospecha entre vecinos, amigos, amantes. Todos pueden ser espías, todos son delatores, la policía ideológica está en todas partes. Orwell era caribeño.
Huir muchas veces es la única decisión racional. Huir de La Habana es para los protagonistas de Como polvo en el viento el único modo de sobrevivir. Padura construye una novela en la que algo muy jodido pervive debajo de los tapetes de todo lo cubano. Suspenso y crítica política se encuentran en la novela. Padura es un autor mayor y es generoso con el lector, llevándolo de aquí para allá por toda la experiencia de la cubanidad, una identidad que se debate entre la militancia y el sino trágico. Siquiera por eso hay que leerlo.
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