Por Irma Gallo
Si escribir fuera la mitad de placentero y sencillo que es leer, habría muchísimos más pseudo escritores pretendiendo publicar. No sé en donde escuché esto pero creo que es muy cierto.
Lo he comprobado, sobre todo, las últimas semanas, en que tenido que escribir textos académicos —lo cual ha representado todo un reto—, además de mi quehacer cotidiano (y con esto quiero decir el trabajo que me da de comer), y ese ejercicio placentero y tortuoso a la vez que es la novela que estoy escribiendo.
No voy a decir mucho al respecto; solo que esta novela comenzó con la idea de ser un libro para niños y jóvenes y que la metí en un concurso por todas las razones por las que no se debe hacer: es decir, por ganar dinero y hacerme “famosa” -lo que sea que esto quiera decir-, y el resultado fue el esperado cuando se hacen las cosas de esa manera: no ganó.
Sin embargo, pasó a una especie de segunda ronda: la editorial responsable de publicar la convocatoria eligió un grupo de novelas que podían ser trabajadas en un taller que la misma editorial ofrecería gratuitamente, entre ellas la mía. Debo decir que esto aminoró un poco el golpe a mi orgullo herido. Pero luego llegó la pandemia y como muchos otros, ese proyecto se pospuso indefinidamente.
Todo esto sucedió entre enero y abril de 2019; después entré a un trabajo que me hizo muy infeliz y abandoné la novela durante algunos meses.
Dicen los optimistas y los cursis que las cosas pasan por una razón, y quiero creer que este es el caso de mi novela. Cuando la volví a leer me di cuenta que esa historia podía evolucionar a algo más complejo, con una temática para público adulto. La había escrito con la prisa del deadline del concurso; incluso llegué a entregarla el último día, faltando unos minutos para que acabara el plazo que la editorial había fijado para recibir los manuscritos. Pero en esta relectura encontré que la historia estaba coja; definitivamente algo faltaba.
El sentimiento de derrota es una de las cosas que más fácilmente suele apoderarse de mi ánimo desde que soy una adolescente, así que durante otros meses se quedó abandonada, como un proyecto inacabado más.

Un día de estos extraños de pandemia, no sé por qué, recordé que la tenía guardada en el cajón virtual del escritorio de mi computadora, y la retomé. De 50 cuartillas que tenía en ese entonces se convirtió en un manuscrito de 190.
Pero el número de páginas es lo menos importante: lo que más disfruté y padecí al mismo tiempo fue como uno de los personajes que iba a ser totalmente incidental fue tomando en sus manos la historia, no se resignó a quedarse en unas líneas, como el detonador de la acción y nada más.
Por fin después de meses de este trabajo de reescritura, aproximadamente en abril le puse punto final. Debo decir que me sentí bien con el resultado, y sus primeros lectores la recibieron con comentarios favorables.
Estaba decidida a dejarla así para meterla a otro concurso, ahora sintiéndome mucho más segura y pensando que si no ganaba, que era lo más probable, no sucedería ninguna tragedia.
Y de pronto, una de mis escritoras favoritas publica un libro maravilloso, desgarrador, intenso, que resulta, como la mayoría de sus obras, todo un éxito. Aparentemente esto no tendría nada que ver con mi libro y su proceso, sin embargo, la autora en cuestión utilizaba el mismo recurso que sustentaba la mayor parte de mi novela. En su caso se trata de un documento verídico de una persona de la vida real; en el mío era ficción. Pero era el mismo. Cualquiera diría que le copié.

Cuando lo hablé con mi agente literaria, ella me dijo que tenía que buscar otro recurso; que no podía intentar publicar o meter a concurso mi novela utilizando el mismo que esta autora, que como he dicho es una de mis favoritas.
Así que cuando según yo ya estaba lista, mi novela se está enfrentando a la segunda reescritura. Esto me está obligando a replantear todo o casi todo el lenguaje de aquella personaja que irrumpió en la historia con una fuerza descomunal, exigiéndome que le dejara contar su “versión de los hechos”, y que provocó la primera reescritura.
Quiero creer que esta es una oportunidad para trabajar con mucho más cuidado los aspectos formales de la novela. Pero cada palabra me cuesta, me duele, la estoy pariendo con mucha dificultad.
Envidio a quienes afirman que escribir es su mayor placer; para mí es un ejercicio indispensable para intentar averiguar quién soy y para que estoy en este mundo, pero como dije, es igual de conflictivo y en ocasiones doloroso.
Si un día llega a buen puerto y alguna editorial la acepta les contaré mucho más detalles. Por lo pronto, atribuyo a su escritura los momentos más luminosos y más complejos de las últimas semanas.
Posdata: siempre pensé que era una pose de los escritores eso de que los personajes les “hablaban”; ahora espero que mi Ana no me haya engañado.
Segunda Posdata: no estoy segura de que acabaré esta versión a tiempo para el deadline de este otro premio. Si no es así, ni modo.
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