La serie que quiso ser feminista y se quedó a medias: La cocinera de Castamar


Por Irma Gallo

Entre lecturas, análisis y escrituras de ensayos para el Máster; caminatas, estiramientos y leves ejercicios de fuerza dentro de los escasos metros del departamento donde vivo; revisión de interminables documentos en Excel, redacción de guiones; impartir talleres y charlas online; edición de podcasts y textos para La Libreta de Irma, y sacar a pasear a Chancho (con menor frecuencia de lo que quisiera), me queda poco tiempo para ver películas y series de televisión.

Si no tuviera mis sábados por la tarde dedicados a eso, con la maravillosa compañía de mi hermana, mi sobrino y mi hija, creo que ya me habría dado un tiro.

Bueno, basta de quejas. Ayer no fue sábado, pero vi una serie completa (12 capítulos de una hora cada uno) porque tenía que entrevistar al autor de la novela en que se basó, de la cual sólo había alcanzado a leer menos de 100 páginas —odio leer en la pantalla del celular y no tenía a mi alcance el libro de papel ni el formato en ePub para mi adorado Kindle— de las 1952 en que se convierten en mi iPhone con el tamaño de letra mínimo para alcanzar a leer sin cansarme tanto.

Aquí me quedé

No voy a hablar de la novela porque para ello entrevisté al autor y ese contenido se publicará en otro medio; me limitaré a referirme sólo a la serie de televisión (que se llama igual que esta). Se trata de La cocinera de Castamar, protagonizada por Michelle Jenner como Clara, la cocinera; Roberto Enríquez como Diego, duque de Castamar; María Hervás como Amelia Castro; Hugo Silva como Enrique de Arcona; Marina Gatell como Sol Montijos; Mónica López como Úrsula Berenguer; Paula Usero como Elisa; Joan Carreras como el rey Felipe V y Jean Cruz como Gabriel de Castamar; entre otros.

Basada en la novela del mismo nombre de Fernando J. Múñez, narra la historia de Clara Belmonte, una joven cuyo padre ha caído en desgracia a partir de la Guerra de Sucesión que azotó España de 1701 a 1713 y concluyó con la instauración de la casa de los borbones, específicamente de Felipe V, en el trono. Para colmo de tragedias, Clara -que piensa que su padre está muerto- sufre de agorafobia, pero gracias a sus dotes culinarias y a una recomendación de un fraile, llega a trabajar al palacio del duque don Diego de Castamar, primero como ayudante de diversas faenas en la cocina, pero al probar su sobresaliente talento en este arte, como encargada.

La trama central es sencilla, típica de un cuento de hadas: el duque, que quedó viudo unos años antes, tras un accidente de caballo sufrido por su amada Alba, terminará por enamorarse de la inteligente, compasiva, culta (sabe leer y escribir, lo que pocas mujeres e incluso hombres en su época), y talentosa cocinera, y se verá en la encrucijada de renunciar a todo lo que posee para poder casarse con ella, o seguir siendo el hombre poderoso (cercano, incluso, a la Corona) y rico que ha sido desde que nació a cambio de renunciar (¡sí, re-nun-ciar, qué término más telenovelero!) al amor y casarse con una mujer de su clase social, a la que, por supuesto no ama.

Michelle Jenner como Clara y Roberto Enríquez como Diego, en una historia de amor totalmente previsible

Las tramas complementarias tienen que ver con intrigas, traiciones, otros romances. Incluso hay un guiño a Las relaciones peligrosas, de Chordelos de Laclos, en la manera en cómo Sol Montijos y Enrique de Arcona seducen a la inocente (en un principio) y todavía virgen, Amelia Castro, para que engañe a Diego, haciéndole creer que el hijo de Enrique que carga en su vientre es suyo, y se case con ella. Por supuesto la intención de Enrique es hacerse de la fortuna del duque de Castamar por medio de la manipulable Amelia, pero sobre todo cobrar venganza porque él también estuvo muy enamorado de Alba.

Entonces, se estarán preguntando ustedes: ¿en dónde está el feminismo o el casi feminismo en esta serie que el título de este texto «promete»?

Para empezar, y aunque prometí no referirme a la novela, lo haré solamente para decir que mientras en esta es mucho más evidente, en la serie se queda en ese casi que me lleva a reflexionar en que es quizá sólo un gancho mercadotécnico porque, aceptémoslo: por lo menos de dientes para afuera el feminismo está de moda.

Paula Usero es Elisa

Y aquí viene una disgresión: recuerdo cómo en una charla que tuve con ella en CASUL UNAM, Margo Glantz alertó acerca del peligro de la banalización o superficialidad con que ciertos actores sociales (sobre todo los que se rigen por lógicas patriarcales como las del mercado, y por lo tanto, la mayoría de las producciones culturales que llegan a las masas) están representando los feminismos.

Esto es un poco lo que sucede con esta serie de Netflix: mientras en la novela (y aquí voy otra vez a comparar, lo siento), el personaje de Clara no sólo posee un talento especial para la cocina, sino también lee y escribe en latín, estudió piano y francés, tiene conocimientos de botánica y medicina, en la serie sólo se insinúan algunos de estos detalles, y lo peor es el contexto en que se hace: para propiciar un clima de conquista amorosa en determinadas escenas con Diego. Por ejemplo: de buenas a primeras, sin haber un sólo antecedente, él le regala un libro de botánica porque «sabe que le interesará». Si no hemos leído la novela (aunque sea parte de esta), no entendemos de dónde saca el duque semejante idea. ¡Qué original manera de ligar!

Hay otra escena en la que vemos a Clara en la cocina, a media noche, sola, probando la receta de la masa de azúcar (que por alguna razón no le sale) con toda la pasión y dedicación que solemos poner a las cosas que nos dan sentido, como mujeres y como seres humanos, en general. Y de pronto, quién sabe a cuento de qué, llega Diego y aquello está a punto de convertirse en un remake de la famosa escena de Ghost, en la que Demi Moore y Patrick Swayze hacen alfarería… claro, aquí en lugar de barro hay azúcar, clara de huevo y jugo de limón.

En el personaje de Amelia Castro también hay un tímido cuestionamiento al orden patriarcal: aunque aceptó drogar a Diego para llevarlo a su cama y hacerle creer que el hijo que espera es suyo, y por consiguiente lograr que se case con ella, se ha enamorado (muy a su pesar) de Gabriel, hermano adoptivo del duque. En una noche de pasión, él (que para mayor apariencia de inclusión y buena onda es negro, hijo de una esclava a la que el abuelo de Diego violó y embarazó), le dice que no se case con el duque, que huya con él a Cuba «en donde su color de piel no será raro». Toda la madrugada, desnudos sobre el suelo, sólo cubiertos por sábanas ligeras, fantasean con que comprarán una casa junto a la playa y serán felices por siempre. Sin embargo, al día siguiente se ha roto el encanto: Amelia ya está de nuevo instalada en su papel de prometida del duque, rígida, tensa, “correcta”, como si no hubiera pasado nada. Cuando Gabriel le reclama: «entonces, ¿anoche me mentiste?», ella responde que nunca ha dicho más verdad en su vida, pero que las cosas seguirán su curso como estaban planeadas, pues: «soy mujer; yo no puedo elegir».

María Hervás es Amelia Castro

Hay otros dos personajes a los que la serie intenta colgar un feminismo light: Úrsula, el ama de llaves y Elisa, ayudante de cámara de Amelia.

A pesar de la rigidez y hasta crueldad con que se mueve en el mundo de la cocina y el palacio, Úrsula tiene un pasado del que desesperadamente ha tratado de huir, llegando al más alto escalafón del servicio doméstico a fuerza de trabajo y dedicación. Pero cuando parte de ese pasado regresa encarnado en un hombre que la chantajea y hasta intenta violarla, ella demostrará que es más fuerte, que la vida puede vivirse de otro modo, que hay opciones. Sin grandes aspavientos, este personaje “de reparto” (que en argot de Hollywood quiere decir no central), es uno de los más logrados y entrañables.

Elisa, por su parte, está muy enamorada de otro chico de servicio. Cuando él le pide matrimonio, ella acepta, feliz. Sin embargo, pronto se enfrentará a un dilema: él quiere tener muchos hijos mientras que ella quiere seguir trabajando hasta llegar a convertirse algún día en ama de llaves. Cuando le cuenta a su novio sus planes, a él, como buen macho, sólo se le ocurre preguntar: «¿es que no me amas?» o algo parecido. Clara, con su sabiduría habitual, le aconseja que hable de frente con el susodicho, que casarse no tiene que implicar renunciar a sus sueños. Mágicamente, en el mismo capítulo o uno después, el novio atribulado lo comprende todo y ya no insiste con el plan de convertirla en una máquina paridora.

Más allá de esta crítica al feminismo light en los límites de lo políticamente correcto, la serie tiene no pocos aciertos: las actuaciones de Michelle Jenner (a quien quizá ya vieron en Isabel, como la reina católica) como Clara, Mónica López (a quien yo no conocía y cuya interpretación de Úrsula, el ama de llaves, me pareció que vale la pena resaltar); Marina Gatell como Sol, la socialité entrada en años que goza con hombres más jóvenes mientras planea cómo deshacerse de su esposo, o incluso Hugo Silva en el papel del villano don Enrique de Arcona (que por cierto es el único actor que nunca utiliza esas horribles pelucas que sí les pusieron a Roberto Enríquez y Maxi Iglesias, y que por momentos casi me provocaban una carcajada). La producción (excepto, como dije, las pelucas de los varones) tampoco está nada mal, y podríamos mencionar también un ingrediente que no puede faltar en una serie que pretenda tener éxito en estos tiempos de tanta competencia: es profundamente adictiva. Tiene un manejo del suspense que no te deja soltarla, y como en mi caso, seguir viendo capítulo tras capítulo aunque sea de madrugada, entre semana.

Sin embargo, el final me decepcionó. No voy a hacerles spoiler pero no hay ninguna sorpresa y, lo peor es que se trata de una resolución dramática por completo acorde con los dictados del patriarcado. Y más aun, del patriarcado capitalista.

Pero véanla ustedes, si tienen tiempo y ganas, y fórmense su propia opinión.

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