Por Concha Moreno
No sé qué hacer con China Miéville, me debato entre amarlo sin fin y arrancarle la ropa a todas sus novelas o quedarme simplemente patidifusa y cariacontencida con lo que le acabo de leer.
Supongo que así es con las obsesiones nuevas. Bueno, no supongo, así es. Estoy totalmente enamorada de China Miéville y no tengo la llave para salir de esta cárcel a la que entré por gusto. Ayuda.
China Miéville (Inglaterra, 1972) es quizá el escritor —sí, es un él, el nombre hace pensar que es una ella, ¿no?— más avanzado en lo que ciencia ficción y fantasía que escribe en estos días del Señor. Y que me perdone mi amado Neil Gaiman pero así es: ahí donde Gaiman es melodramático, Miéville es duro y cómico al mismo tiempo; por sus novelas transitan sentimientos e ideas complejos y suceden en mundos extraños a los que hay que habituarse como a aguantar la respiración bajo el agua. Así de angustioso.
Descubrí a Miéville hace unas semanas cuando leí un libro que tenía por ahí guardado en la pila de «por leer». Como alguna vez dijo Nick Hornby, la ventaja de que se desacomoden los libros y se caigan al suelo es uno descubre lo que el Otro que somos nosotros mismos compró hace meses (¡años!). Tenía, pues, ahí empolvándose The City and the City de Miéville. Lo leí con ganas de divertirme y despejarme de otras lecturas (como les conté hace una semana, estoy metida en la lectura larga y tortuosa de dos novelas monumentales de las que ya les hablaré dentro de algunas semanas cuando las acabe). No lo hubiera hecho, ahora necesito tomar un vuelo a Londres para casarme con China.

The City and the City es el hijo bastardo del noir a la Raymond Chandler y la pasión equívoca por el poder de Franz Kafka con genes de Philip K. Dick, una novela contada desde un mundo apocalíptico que parece el nuestro como una manzana se parece a una naranja. Suena extraño: es extraño. Les digo, avanzar en los mundos de Miéville lleva su tiempo pero la recompensa es inmensa. Una vez que uno ha pasado la aduana de las primeras páginas y entiende la mecánica de esa locura con método, el libro se va como un vaso de agua. Ahora estoy leyendo la trilogía conformada por La estación de la calle Perdido, La cicatriz y El consejo de hierro, conocida como la serie Bas-Lag, pues así se llama el mundo fantástico en la que sucede, un mundo en el coexisten la ciencia y la magia y donde todo se siente sucio, muerto a medias y dejado de la mano de los dioses.
China Miéville es marxista y fan de los juegos de rol como Dungeons & Dragons, eso se nota. Sus universos están llenos de intenciones políticas, con ideas agarradas al vuelo sobre el orden social lleno de cruces vertiginosos entre razas, clases sociales y facciones en guerra. Los juegos de rol o RPG son una especie de juegos de mesa en los que los jugadores representan personajes. Hay diversas criaturas con poderes y potestades que pueden enfrentarse o colaborar para lograr algún fin. Importa la aventura, por supuesto, pero importa más el objetivo. Marxismo y nerdez.

No soy una gran lectora de ciencia ficción. Philip K. Dick me gusta pero me cuesta, Ray Bradbury me desespera, de Orson Scott Card solo he leído El juego de Ender y me pareció divertida a secas. Ursula K. Le Guin es una consentida de la casa, pero me gusta más como escritora de fantasía que de sci-fi. Lo que quiero decir es que soy más normie que geek. Mi literatura como mis hombres: pegados al suelo y rápidos y directos. Pero Miéville ha resultado un gratísimo descubrimiento y ahora quiero sumergirme de lleno en mundos especulativos que me vuelen la cabeza.

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