El descubridor descubierto: El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier


Por Irma Gallo

A unas semanas de la conmemoración de un aniversario más del “descubrimiento de América” —o como lo llamaría, con más claridad, Miguel León Portilla (1992), el “encuentro de dos mundos”—, leer y analizar El arpa y la sombra de Alejo Carpentier (1979) se convierte en una oportunidad para repensar este hecho desde la literatura, en particular desde la visión crítica del escritor cubano sobre Cristóbal Colón, personaje protagónico del relato oficial que desde el poder colonialista se impuso durante siglos.

Es justamente en esta visión crítica, en la reescritura que hace Carpentier del mito de Colón, donde vamos a centrar este ensayo, apelando para su desarrollo tanto en las nociones de Seymour Menton (1993) como en las de Carlos Pacheco (2001). También revisaremos algunas ideas de Elena Palmero González (2007).

Empecemos por el hecho de que tanto Menton como Pacheco y Palmero circunscriben El arpa y la sombra al corpus de lo que el primero definió como Nueva Novela Histórica (NNH), es decir, aquella que posee seis rasgos esenciales, entre los que se encuentran la distorsión consciente de la historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos; la intertextualidad; los conceptos desarrollados por Mijáil Bajtin como lo dialógico, lo carnavalesco, la parodia y la heteroglosia (42, 43), entre otras.

Pero más allá de estas características, que muchas otras novelas pueden también compartir, la NNH se distingue de la novela histórica tradicional decimonónica (y de aquella que se ha seguido publicando durante los siglos XX y XXI y en la que el hecho o época histórica es sólo un telón de fondo, un escenario en el que sucede la trama), en que pretende hacer una crítica, provocar nuevas interpretaciones de la Historia (con H mayúscula) y sus mitos, por medio de su reescritura. O, como escribe Pacheco, “el que sobresalga en ellas una conciencia histórica, es decir, el que una reevaluación o problematización del pasado desde el presente, resulte vertebral en ellas” (208). Es en este contexto en que El arpa y la sombra se sitúa como Nueva Novela Histórica.

La novela de Alejo Carpentier que es el objeto de este ensayo se divide en tres partes: El arpa, La mano y La sombra. La primera arranca con la figura del papa Pío IX a punto de firmar la solicitud de beatificación de Cristóbal Colón, empresa a la que ha dedicado buena parte de su vida, desde que siendo el joven Giovanni María Mastai Ferreti viajó a Argentina y Chile como parte de una misión del Vaticano para encontrar una figura hispanoamericana “canonizable”. Ya en estas primeras páginas de la novela, Carpentier utiliza la exageración, la parodia, la ironía, para describir a Colón y narrar el momento en el que a Mastai se le ocurrió que sería el candidato ideal: 

…sería un santo de ecuménico culto, un santo de renombre ilimitado, un santo de una envergadura planetaria, incontrovertible, tan enorme que, mucho más gigante que el legendario Coloso de Rodas, tuviese un pie asentado en esta orilla del Continente y el otro en los finisterres europeos, abarcando con la mirada, por sobre el Atlántico, la extensión de ambos hemisferios. Un San Cristóbal, Christophoros, Porteador de Cristo, conocido por todos, admirado por los pueblos, universal en sus obras, universal en su prestigio. Y, de repente, como alumbrado por una iluminación interior, pensó Mastai en el Gran Almirante.

Alejo Carpentier. El arpa y la sombra

En la segunda parte del libro, titulada La mano, el autor construye un Cristóbal Colón que derrumba por completo el mito que la Historia oficial colonialista se encargó de edificar, ese personaje que apenas unas líneas antes (con toda la ironía) describía como “Porteador de Cristo” o “universal en su prestigio”. El Colón de estas páginas, en cambio, es un viejo, recluido en un convento, enfermo —“en la cercanía del desenlace” (20)—, que está esperando al confesor y mientras este llega y decide si le contará la verdad de cómo transitó por la existencia o no, hace un recuento de esta. Recuento que comienza, nada menos, con la elocuente declaración de que, de todos los pecados el único que no cometió fue el de la pereza, para dar paso a la narración de sus aventuras lujuriosas —que incluirían a la misma reina Isabel la Católica, a quien en la intimidad llamaba Columba—, y continuar con el relato de sus primeros viajes, al lado del Maestre Jacobo, en donde escucha hablar por primera vez de tierras desconocidas: “¿Así que, navegando hacia el Oeste, se encuentra una inmensa Tierra Firme, poblada de monicongos, que se prolonga hacia el Sur como si no tuviese término?” (27). No es posible dejar de notar que en estas líneas Carpentier no sólo hace patente la ambición del personaje, sino el desprecio con que se refiere a los pobladores de esas supuestas tierras inexploradas al llamarlos, siguiendo el ejemplo del Maestre Jacobo, monicongos.

A partir de este momento, el incipiente navegante se obsesiona con realizar ese viaje que lo cubrirá de gloria y de oro. No le importa cómo ni a costa de quién; tampoco es su objetivo difundir el Evangelio: “Bastábame con llegar allá —¡y ya sería hazaña!— sin embarazarme con obligaciones de adoctrinamiento ni de teologías”; “En cuanto a la gloria lograda por mi empresa, lo mismo me daba que ante el mundo con ella se adornara este u otro reino, con tal de que se me cumpliese en cuanto a honores personales y cabal participación en los beneficios logrados” (30). Un ambicioso sin escrúpulos, tal es el retrato que Carpentier hace de Colón en estas páginas, y un poco más adelante hace patente otra de sus características; es un desarraigado: “Poco había de importarme, al fin y al cabo cual nación ganaría, con ayudarme, gloria infinita y riquezas sin cuento. No era yo portugués, ni español, ni inglés, ni francés. Era genovés, y los genoveses somos de todas partes” (33).

«Primer desembarco de Cristóbal Colón en América». Dióscoro Teófilo Puebla y Tolín, 1862. Museo Del Prado. Madrid, España

 

El rasgo más cruel de este personaje, con el que el escritor cubano termina de derrumbar el mito construido por la Historia oficial colonialista de que el “descubrimiento” de América no estuvo signado por la barbarie, es el de tratante de esclavos. Una vez que se ha dado cuenta de que en las tierras recién “descubiertas” no hay los tesoros que prometió a los soberanos, y con la presión de entregar resultados de sus siguientes viajes —pues con el primero no logró impresionar a nadie, según le informa Columba (la reina Isabel) después de una noche de pasión—, al Gran Almirante se le ocurre que puede obtener el tan deseado oro con el trabajo esclavo de los indios. El pretexto para justificar esta decisión lo encuentra, según él, en la dificultad para evangelizarlos: “Pero, como es evidente que aquí no hay modo de adoctrinar a esos caníbales, por nuestro desconocimiento de sus idiomas que se me van haciendo distintos y numerosos, la solución de este grave problema, que no puede dejar indiferente a la iglesia, está en trasladarlos a España, en calidad de esclavos. He dicho: de esclavos “(60).

Lo patético de este Cristóbal Colón, en el contradiscurso a la narrativa del poder que Carpentier ha escrito, no tiene límites. Su reacción cuando se entera de que los reyes han prohibido la esclavitud es como la de un niño pequeño al que se le niega un juguete con el que se ha encaprichado:

Me eché a llorar, de pura rabia, en el hombro del maestre Jacobo. ¡Se me venía abajo el único negocio fructífero, que, para compensar la carencia de oro y especias, se me hubiese ocurrido! ¡En este segundo regreso, que había imaginado glorioso, me veía arruinado, desacreditado, desautorizado, desaprobado, por Sus Altezas y hasta llamado embaucador por el pueblo que ayer me aclamaba!

Alejo Carpentier. El arpa y la sombra

A punto de concluir esta segunda parte de la novela, ante la inminente llegada de su confesor, a Colón ya no le queda más que reconocer la verdadera imagen que le devuelve el espejo en el ocaso de sus días: la del descubridor-descubierto y el conquistador-conquistado, el despatriado, el náufrago, el perdedor. Es esta una de las partes más brillantemente escritas por Alejo Carpentier, en la que su personaje se muestra por completo despojado del oropel con el que el discurso de la Historia oficial colonialista cubriría al hombre de carne y hueso que lo inspiró:

Y es porque nunca tuviste patria, marinero; por ello es que la fuiste a buscar allá —hacia el Poniente— donde nada se te definió jamás en valores de nación verdadera, en día que era día cuando era noche, en noche que era noche cuando acá era día, meciéndote como Absalón colgado por sus cabellos, entre sueño y vida sin acabar de saber dónde empezaba el sueño y dónde acababa la vida. Y ahora que entras en el Gran Sueño de nunca acabar, donde sonarán trompetas inimaginables, piensas que tu única patria posible —lo que acaso te haga entrar en la leyenda si es que nacerá una leyenda tuya… — es aquella que todavía no tiene nombre, que no ha sido hecha imagen por palabra alguna (…) Nadador entre dos aguas, náufrago entre dos Mundos morirás hoy, o esta noche, o mañana, como protagonista de ficciones, Jonás vomitado por la ballena durmiente de Éfeso, judío errante, capitán de buque fantasma…

Alejo Carpentier. El arpa y la sombra.

A pesar de esta revelación, el personaje construido por Carpentier decide no contar la historia de su vida, una vida signada por la mezquindad, el cinismo, la crueldad, la avaricia y la sed de gloria, a su confesor: “no habrá recuento. Solo diré lo que, acerca de mí, pueda quedar escrito en piedra mármol. De la boca me sale la voz de otro que a menudo me habita”. Sólo queda, entonces, esperar el juicio de la Historia. Y de alguna manera eso es lo que sucederá en la tercera parte de la novela, La sombra.

No exagera Elena Palmero cuando se refiere a ésta como “apoteosis paródica” (110), pues en estas páginas, durante el juicio para aprobar o rechazar la causa de beatificación de Cristóbal Colón que inició Pío IX y continuó su sucesor, León XIII, Carpentier hace aparecer personajes como Bartolomé de Las Casas (quien, por supuesto, testifica sobre la crueldad de Colón hacia los indios) con todo y Los Impugnadores de la Leyenda Negra de la Conquista; León Bloy, Julio Verne, Lamartine y Víctor Hugo, mientras que el mismo Colón, convertido ya en El Invisible, observa cómo su causa se derrumba sin poder hacer nada.

En esta tercera parte de El arpa y la sombra es posible distinguir uno de los rasgos que Menton delimita como característicos de la NNH: “los conceptos bajtianos de lo dialógico, lo carnavalesco, la parodia y la heteroglosia” (44), específicamente el último, pero también la intertextualidad, pues hay una variedad de niveles del lenguaje y entrecruzamientos con otras obras y personajes literarios. Por ejemplo, los diálogos de Las Casas se parecen mucho a las que escribió en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias: “Para empezar, diré que los indios pertenecen a una raza superior, en belleza e inteligencia e ingenio… Cumplen satisfactoriamente con las seis condiciones esenciales, exigidas por Aristóteles, para formar una república perfecta, que se baste a sí misma” (79). Además, durante todo el juicio se citan a otros personajes que no están presentes, pero sirven para apoyar o desestimar la causa, como Marx, Voltaire, Luis XVI, Juana de Arco y por supuesto el Conde Roselly de Lorgues, a quien Pío IX había encargado la escritura de una biografía “a modo” del Almirante para contribuir a la construcción de una figura beatificable.

La novela termina cuando, una vez que se ha fallado en contra de su beatificación, el fantasma de Colón —llamado el Invisible—, se desintegra en medio de la Plaza de San Pedro: “Y, en el preciso lugar de la plaza desde donde, mirándose hacia los peristilos circulares, cuatro columnas parecen una sola, el Invisible se diluyó en el aire que lo envolvía y traspasaba, haciéndose uno con la transparencia del éter”. 

En su afán de reescribir, y sobre todo de resignificar la Historia oficial colonialista —que durante siglos trazó una imagen de Cristóbal Colón acorde con sus propósitos de justificar la barbarie con la que se dio no sólo el mal llamado “descubrimiento” de América sino su posterior “conquista”—, Alejo Carpentier pudo caer en inexactitudes historiográficas y en exageraciones de los rasgos más cuestionables de la personalidad del Gran Almirante. Sin embargo, las deficiencias que pudiera haber en ese sentido no interfieren con el doble cometido que sí logró el autor: cuestionar seriamente la postura oficial hegemónica y colonialista sobre estos hechos, que durante siglos determinó una visión incompleta y deficiente de esta parte del mundo y sus habitantes, y por otra parte, escribir una obra literaria de gran manufactura que ha resistido el paso del tiempo y que, tal y como propusimos en un principio, es necesario releer en estos momentos.

Obra consultada

Carpentier, Alejo. El arpa y la sombra. México: Siglo XXI, Editores. 1979.

León-Portilla, Miguel. “Encuentro de dos mundos: Una perspectiva no circunscrita al pasado”. Conferencia Internacional: Reescribiendo la Historia, San Antonio del Mar, Baja California, 8 de febrero de 1992.

Menton, Seymour. La nueva novela histórica de América Latina. 1979-1992, México: FCE, 1993.

Mompó, Javier. “El arpa y la sombra: procesos intertextuales en la construcción del personaje de Cristobal Colón”. América sin nombre. N. 9-10 (nov. 2007). ISSN 1577-3442, pp. 139-147

Pacheco, Carlos. “La historia en la ficción hispanoamericana contemporánea: perspectivas y problemas para una agenda crítica”. Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales. Año 9, Nº 18, Caracas, jul-dic 2001. pp. 205-224

Palmero González, Elena. “El último viaje a los orígenes de Alejo Carpentier: El arpa y la sombra”. Contexto. Segunda etapa. Vol.11, No. 13, 2007.


Snoey Abadías, Christian. “El lado de afuera. Idea de la historia en Historia argentina de Rodrigo Fresán”. Cartaphilus. Revista de investigación y crítica estética, Nº 17, 2019. pp-.289-310.

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