Por Irma Gallo
Escritos a principios de la década de los cincuenta, en estos dos relatos de Ignacio Aldecoa, Santa Olaja de acero y Seguir de pobres, es posible apreciar características temáticas y técnicas del realismo social que definió a la generación del medio siglo.
Si partimos de que uno de los objetivos principales del realismo social fue el de utilizar la literatura (novela o cuento) como instrumento de denuncia social, tanto en Santa Olaja de acero como en Seguir de pobres podemos ver las condiciones en que viven estos personajes, pertenecientes a clases sociales marginales del ámbito rural, que comen lo que pueden, cuando y como pueden. En “Ignacio Aldecoa”, así expresa Martín Nogales esta característica en la obra del escritor: “el desvalimiento del hombre se convierte en el núcleo temático de los cuentos de Aldecoa” (513).

En el primer cuento, por ejemplo, encontramos este diálogo en el que Mendaña presume a Higinio que ha comido gato, como si esto fuera de lo más común:
—¿Has comido gato?
—Gato —hizo un gesto de suficiencia. Un día nos comimos entre media docena de amigos siete. Gato para comer, gato para cenar, y sobró.
Ignacio Aldecoa. Santa Olaja de acero.
Asimismo, en estas líneas del segundo cuento, Aldecoa narra cómo sobreviven apenas los personajes, estos “cinco hombres solos”, los protagonistas de su relato:
Con pan y vino se anda camino cuando se está hecho a andarlo. Con pan, vino y un cinturón ancho de cueras de becerra ahogada o una faja de estambre viejo, bien apretado, no hay hambre que rasque en el estómago.
Ignacio Aldecoa. Seguir de pobres.
Las obras del realismo social también retratan la alienación en la que viven los individuos en esta España de la posguerra. Esto se puede ver, por ejemplo, en la descripción de la rutina del dueño del bar en donde Higinio toma su té y su copa de orujo todas las mañanas, en Santa Olaja de acero:
El bar de los maquinistas abría a las siete menos cuarto de la mañana. El dueño del bar hablaba poco. Estaba habitualmente medio dormido. Cuando llegaba el mozo que le ayudaba subía a su casa y se volvía a meter a la cama. A las once de la mañana bajaba de nuevo. Era otro hombre”.
Pero, ¿cómo se plasmaban los acontecimientos y la conducta de los personajes en las producciones literarias del realismo social? Una de las técnicas era que el narrador se convirtiera en una cámara cinematográfica, con el fin de acercarse lo más posible a la objetividad.
En las siguientes líneas de Santa Olaja de acero observamos cómo esta cámara sigue a Higinio mientras se prepara para salir de casa e iniciar una jornada más de trabajo:
Decidió ponerse los zapatos en el pasillo. Al salir de la habitación recogió la camisa, el jersey mahón y el chaquetón de cuero. Cerró la puerta con cuidado; su mujer dormía profundamente.
En Seguir de pobres la cámara realiza un close up a un universo mínimo para mostrar cómo pasa el tiempo un hombre que ha caído enfermo por el tipo de trabajo precario que realiza:
Allí estaba “El Quinto”, entretenido con las arañas. Las iba conociendo. Contó a Zito y a Amadeo cómo había visto pelear a una de ellas, la de la gran tela, de la viga del rincón, con una avispa que atrapó.

En ambos casos este uso de la cámara ofrece otro juego interesante, propio de la literatura del realismo social: proporciona al lector un papel activo, como propone José María Castellet en “Notas sobre la situación actual del lector en España”:
“El lector no puede ya permanecer pasivo —como cuando leía para “pasar el rato”—, sino que la obra le exige para su comprensión un esfuerzo realmente creador. Sobre unos datos ordenados con habilidad por el autor, el lector ha de construir él mismo el sentido del libro”.
Así, el que lee tendrá que recrear la realidad a partir de lo que el escritor le ha dejado ver con sus palabras, que además, como hemos mencionado, tienen ya un potente anclaje en lo que sucede en el mundo —y más concretamente, en su mundo—; es decir, una intención de despertar la conciencia social:
“Escribir es, pues, por una parte revelar la vida del hombre en el mundo, y por otra, proponer esta revelación como materia sobre la que el lector debe trabajar, recrear”, escribe también Castellet.
Otra característica de la literatura del realismo social es la subjetividad del narrador que se pone de manifiesto en ciertas descripciones; por ejemplo, la de los túneles en Santa Olaja de acero:
En los túneles largos habitaba la desazón. La desazón de los rostros fosilizados de todos los viajeros que habían querido distinguir sus paredes con los ojos desmesuradamente abiertos.
Esta misma subjetividad se puede apreciar también en la descripción de las condiciones climáticas que, luego averiguaremos, provocan que uno de los personajes enferme, en Seguir de pobres:
El viento pardo vino por el campo levantando una polvareda. Su primer golpe fue tremendo. Todos lo recibieron de perfil para que no les dañase, excepto “El Quinto”, que lo soportó de espaldas…
Ahora bien, en cuanto al carácter neorrealista de la literatura del medio siglo, podemos encontrar en Seguir de pobres una de sus características: el compromiso moral que se hace manifiesto cuando los cuatro hombres le regalan parte de sus ahorros a “El Quinto”, que enfermó y como no pudo trabajar a la par de los demás, cobró menos:
—Mira, los compañeros y yo hemos hecho… un ahorro. Es poco, pero no te vendrá mal. Tómalo.
Le dio un fajito de billetes pequeños.
El fragmentarismo de las situaciones, recurso utilizado por los escritores del realismo social para hacer parecer que lo que ocurre en la historia está puesto “al vuelo”, “inocentemente”, y de esta manera burlar la censura del régimen, también se puede observar en estas líneas de Seguir de pobres:
Sobre los campos salta la noche. Un ratón corre por el pajar. Los segadores están tumbados.
—Oye, San Juan, son unos veinte días aquí. A doce pesetas, ¿cuánto viene a ser?
—Cuarenta y ocho duros.
—No está mal.
Abajo, en la cocina, habla Martín en términos comerciales y escogidos con un amigo.
—Me han ofrecido material humano a siete pesetas para hacer toda la campaña, pero son andaluces…
—Gente floja.
—Floja.
Martín hace con los labios un gesto de menosprecio.
Estas líneas permiten ver cómo Aldecoa utiliza esta fragmentación para narrar cómo, al mismo tiempo que los trabajadores están haciendo cuentas de la ganancia que obtendrán por trabajar determinado número de días, Martín, que es quien los va a contratar, y su amigo, los caracterizan como gente floja sólo por ser andaluces.
En Santa Olaja de acero podemos ver el fragmentarismo en estas líneas:
Mendaña dio media vuelta a la boina sobre la cabeza. Se le escapaban algunos cabellos cenicientos, que le caían sobre la frente. Luego se rascó las espaldas.—Tengo una cosa aquí que me tiene doblado. A la mujer le hago todos los días que me amase el pellejo con alcohol de romero, pero que si quieres…
Olaja soplaba mucho. Estaba ascendiendo una cuesta. Marchaba muy lentamente.

Obras citadas
Aldecoa, Ignacio. “Santa Olaja de acero”. Santa Olaja de acero y otras historias. Madrid: Alianza Editorial, 1968. 9 -25.
——”Seguir de pobres”. Santa Olaja de acero y otras historias. Madrid: Alianza Editorial, 1968. 67-75.
Castellet, José María. “Notas sobre la situación actual del escritor en España”. Laye, n.º 20, agosto-octubre 1952. 10-17.
Martín Nogales, José Luis. “Ignacio Aldecoa”. Historia y crítica de la literatura española. Vol. 8, T. 2: Época contemporánea, 1939-1975: primer suplemento, coordinado por Francisco Rico, dirigido por Santos Sanz Villanueva, Crítica, 1999. 513-516.