El sistema capitalista nos roba la atención de las cosas importantes: Hiram Ruvalcaba


Por Irma Gallo (Fotos del autor: Facebook)

¿Existe un lazo más poderoso, más profundo y conflictivo que aquel que se establece entre los padres y sus hijos? Hiram Ruvalcaba (Zapotlán, Jalisco, 1988) lo explora en su libro de cuentos Padres sin hijos (UANL, 2021), con el que ganó el Premio Nacional de Cuento José Alvarado 2020.

«Me parecía espeluznante la circunstancia de un padre que mata a su hijo por la razón que sea», dice Hiram en relación con la parábola bíblica de Abraham e Isaac, que fue uno de los detonantes de su inquietud por el tema de padres e hijos. «

Las relaciones paternofiliales se construyen sobre una especie de lucha sobre la identidad.

Hiram Ruvalcaba

«En primer lugar», continúa, «porque uno como padre está tratando de moldear la identidad de la criaturita que sale, y el hijo, receptor de este molde, trata de romper con esta noción inicial que tiene el padre de lo que debe ser, y de este rompimiento viene el conflicto».

En el plano personal, el libro nació cuando me di cuenta de que iba a ser papá.

Padres sin hijos, UANL, 2021

Hace poco más de tres años, cuando se enteró de que iba a ser padre, algunas palabras adquirieron un nuevo significado para Hiram Ruvalcaba; en especial dos: amor y miedo. El amor, incondicional, ¿y el miedo?

«Creo que la paternidad trae muchos tipos de miedo que no sabías que existían: el miedo a que a tu hijo le pase algo, el miedo a que se enferme… Nuestro país nos ha llenado de miedos, también: el miedo a que algún desgraciado lo tome en la calle y se lo lleve, pero también está la esperanza. Me acuerdo de una película del gran Christopher Nolan, se llama Interestelar; una película de un apocalipsis ecológico, donde decía el personaje principal: `Es que yo no puedo decirle a mis hijos que el mundo se va a acabar y no hay esperanza´… ¡Híjole!, eso resonó tanto conmigo, sobre todo en estos tiempos, en este país, en donde parece que día tras día estamos agotando los recursos, la capacidad de conexión emocional. Yo no puedo pararme con Naím y decirle ‘¿Sabes qué?, perdón por traerte a esta chingadera’. Tenemos que tener un espacio o al menos una oportunidad para darle esperanza», dice el escritor.

En el cuento «Elefantes marinos», Hiram recrea el mayor de estos miedos: la posibilidad de provocar la muerte del propio hijo. Santiago es un hombre trabajador, que en un momento se da cuenta de que ha dejado encerrado a su bebé en el interior de su carro durante horas, y a consecuencia de ello, el niño ha muerto.

«Estos padres están cansados, tan distraídos, que se olvidan de lo esencial. Aunque no lo parezca, esto es una pinche crítica al sistema capitalista que nos roba la atención, que nos impide poner atención en las cosas más importantes.

Y este bebé muerto en el carro de Santiago es una metáfora de todos estos niños que están abandonados.

…que no tienen la atención suficiente, que no tienen el cariño suficiente porque los padres no pueden estar con ellos todo el tiempo», dice Ruvalcaba, y recuerda que algunos «somos afortunados; tenemos trabajos que nos permiten estar en casa, que nos permiten convivir con nuestros bebés, pero hay otros padres que tienen que chingarle siete, nueve, quince horas al día fuera de casa. El pinche sistema capitalista nos exprime y nos obliga a explotarnos y dejamos de lado las relaciones familiares que son lo importante», concluye.

El feminicidio es otro tema de Padres sin hijos; Hiram Ruvalcaba lo explora en los cuentos «Visita familiar 1» y «Visita familiar 2» —el primero y el último del libro, respectivamente—, inspirado por un acontecimiento que lo marcó hace años, cuando era un niño de primaria.

«Una maestra que asesinaron en el rancho. Fue una muerte muy dolorosa. Pero además, el marido, tratando de escapar de este evento, intentó sepultar el cuerpo en la sala de su casa y no lo logró, porque no sé si algunos de ustedes lo sepan pero debajo de esta capa de suelo hay concreto, y al concreto no lo rompes con un pinche martillo. Entonces, hizo un pozo de algo así como 70 cm y ya no pudo más. Echó el cuerpo envuelto en unas sábanas, le aventó cal y se peló. Tenían dos hijos; un niño y una niña. Me parece que de cinco y siete años, que ahí quedaron, desbalagados».

Años después, continúa contando Hiram, el padre feminicida intentó contactar a los hijos, ya adultos. «Inicialmente, mi reacción fue: ‘Pinche viejo desgraciado, cínico, sinvergüenza’, pero pensando más allá de la reacción inicial —que yo creo que la literatura empieza cuando vas más allá de tu reacción inicial y empiezas a preguntarte qué onda con la humanidad, o sea, ¿qué onda con este padre que después de cometer este asunto tan terrible quiere volver a conectar con su familia?— bueno, pues hay un trasfondo que nos dice dos cosas: primero, que estos güeyes que matan mujeres no son monstruos, son gente, y es importante reconocerlos como gente porque eso nos hace pensar que cualquiera de nosotros puede llegar a esto; y lo otro, que como son gente, seguro tienen deseos de conectar emocionalmente con sus hijos».

En estos cuentos, Hiram Ruvalcaba traza con gran destreza narrativa la inobjetable densidad de los lazos de sangre.

Si quieres ver la entrevista completa que le hicimos a Hiram Ruvalcaba, dale click aquí:

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