Por Concha Moreno
A veces es bueno juzgar un libro por su portada. Sí, muchas es lo mejor, y es un halago para los editores: significa que hicieron bien su trabajo de pasta a pasta. Un buen diseño editorial no debe darse por hecho, el libro objeto es bonito porque hay un esfuerzo en equipo detrás de él. No duden: cuando lean un libro que les inspire, agradezcan no solo al escritor, la gran prima donna del proceso, sino también a esos héroes que en las trincheras se matan para que quede bonito el vals literario que es la lectura y nosotros bailemos.
Miren, me explico: agarré Tyll, de Daniel Kehlmann, de una mesa de descuentos en El Péndulo de Polanco. 100 pesitos. La portada me pareció muy atractiva, un bufón medieval que mira como burlándose, como camelando al potencial lector. Su sonrisa destacaba en el botadero. Lo tomé y lo llevé a la caja. Como buen bufón, me sedujo con su primer truco.

Ya con el libro en mano me di cuenta que traía blurbs (esos comentarios, o fragmentos de crítica, que los editores suelen poner en un cintillo para decir: «¡Miren, estos señores muy importantes dicen que está bueno!») de, ni más ni menos dos ídolos míos, que decían que Tyll era imperdible: el inglés Ian McEwan y el estadounidense Jeffrey Eugenides. Uf. Creo que el universo que da señales en temas importantes como qué libro leer: de hecho creo que es lo único en los que da señales. El resto del tiempo el universo es un padre ausente. Háganme caso: cuando sientan que un libro les hace señales, es el universo diciéndoles que tienen que agarrarlo. Si está bueno o no ya es otra cuestión.
Bueno, agarré Tyll. Pedazo de novela. ¿Dónde has estado los últimos dos años, Daniel Kehlmann? Porque Tyll es un libro de 2019 en su edición española. ¿Por qué no hemos estado hablando de Kehlmann todo este tiempo? Qué escritor. Después averigüé que don Daniel es joven (nacido en 1975) y que inclusive tiene una novela adaptada al cine hollywoodense. Tyll es su novela más halagada por la crítica y fue semifinalista del siempre muy cacareado Premio Booker Internacional el año pasado.

Tómenme en serio: tienen que leer Tyll porque es una maldita novelaza y porque tiene tanto espejo en el mundo como lo vivimos hoy con la Nueva Peste que es simplemente deslumbrante. Una epidemia ha devastado Europa y una guerra intestina está destruyendo la vida todavía feudal de la mayor parte de la gente. Nadie los recordará, a ellos, víctimas de la historia. ¿Quién nos recordará a nosotros?
Tyll va de las aventuras del bufón y saltimbanqui Till Eulenspiegel, un personaje mítico del folklor alemán. El Till original (nótese el cambio de la grafía del mito con el de la novela, un modo de despegar a la literatura de la historia) es una especie de Loki, un maestro del engaño, el embuste y la vida azarosa del que camina muchos caminos. Aunque el personaje de la leyenda es bien conocido en Alemania, en el resto del mundo es un descubrimiento gracias a la novela de Kehlmann.

La historia está ambientada en el siglo XVII, apenas acabada la Edad Media, en una Europa que no se ha recobrado del oscurantismo y la peste. En un pueblo bávaro vive un niño obsesionado con caminar por la cuerda floja. Hijo de un molinero que además es hechicero y médico, Tyll sueña con lugares fantástico como Londres, que en su mundito feudal no es más que una palabra. Londres, Bohemia, Praga, España, Austria. ¿Qué sucederá allá?
La Guerra de los Treinta Años es lo que sucede. Un montón de cabezas coronadas y en sotana han decidido que el mundo no puede tolerar una división entre protestantes y católicos y que el asunto solo puede resolverse matando a millones de personas.
El prólogo es genial y permítanme solo adelantarles que es una escena en la vida apacible de un pueblecito perdido. Tyll, el famoso bufón, llega con su carromato y la gente no puede creerlo. Tyll, el prestidigitador, el contador de cuentos, el invocador de sueños. En algún momento Tyll recorre la plaza del pueblo sobre la cuerda floja y convence a la audiencia cautivada de que se quiten un zapato y lo avienten. Los zapatos vuelan, por supuesto, y cuando aterrizan y caen sobre las cabezas de la gente se desata en infierno. Vecino contra vecino, padres contra hijos, todos se pelean a golpes y dirimen pleitos antiguos que se esconden en el alma de esa gente aparentemente sencilla y feliz. Tyll observa la deliciosa escena desde la cuerda suspendida: no duden que el diablo es el bufón de la corte celestial.
No les voy a revelar más de la trama. No hace falta ser un historiador hábil para seguir los hechos, pero no está mal googlear la historia de la Guerra de los Treinta Años para que la experiencia sea más sabrosa. Yo misma no la he terminado de leer, pero no dudo en recomendarla. Como decía Wilde, no es necesario beberse toda la botella para saber que el vino es bueno. Que dan ganas de beberse la botella de un trago es el asunto aquí.
Tyll mezcla los hechos históricos con la magia y la fantasía, como debe ser un cuento sucedido en una época todavía oscura.