Poe, ese genio de la melancolía y el dolor al que hay que volver siempre


Por Irma Gallo

Quizá por su temprana orfandad, esa mirada oscura, profunda, enmarcada por ojeras de tristeza y desolación que lo acompañó durante toda su breve vida, lo inmortalizó en las pocas imágenes fotográficas que se conservan de él. Edgar Allan Poe, el maestro del cuento y el precursor del género policiaco, nació en Boston, Massachussets, en 1809. Era hijo de actores, saltimbanquis, gente de teatro que iba de ciudad en ciudad mostrando su arte a quien quisiera disfrutar de él. Pero David Poe pronto abandonó a su esposa —de quien se dice que vivía con una enfermedad mental— y el pequeño Edgar quedó a «la buena de Dios» poco antes de cumplir los tres años de edad. Por azares del destino, el próspero comerciante John Allan y su esposa Frances lo adoptaron; de ahí tomó su primer apellido.

Edgar Allan Poe, daguerrotipo anónimo, cerca de 1849.

El mito del bohemio alcohólico, atormentado por su afición al juego y a la absenta, que se casó con su prima de 14 años de edad, no ha podido eclipsar al gran escritor. Y es que —odio escribir esto desde mi feminismo— pero al autor de «El cuervo», «Los crímenes de la Rue Morgue», «El corazón delator», «La caída de la casa Usher», y «Berenice» (sin duda uno de mis favoritos) se le perdona todo, porque ¿qué sería de la literatura policiaca y de horror gótico sin Edgar Allan Poe?

Porque más allá de todo lo que cuenta la leyenda que se ha tejido alrededor de Poe, su obra, por la que planean cuervos; damas muertas sin dientes; orangutanes asesinos; corazones que gracias a la culpa obsesiva de un criminal laten fuera de un cuerpo vivo, ha poblado las pesadillas de millones de lectores en todo el mundo y alimentado el imaginario no solo de Hollywood y de varias plataformas de streaming, sino de generaciones de escritores y escritoras que se han inspirado en sus atmósferas, tramas y personajes para crear otros nuevos. Sin ir más allá, ¿qué tanto tendrá Sherlock Holmes de Auguste Dupin? Aunque, no olvidemos, Sir Arthur Conan Doyle hizo «decir» a su célebre personaje que el Dr. Watson no le hacía ningún halago al compararlo con el detective filósofo, matemático y poeta de Poe.

Grabado de «La carta robada», que muestra a Auguste Dupin en el acto de robar la carta al Ministro tramposo.

Personalmente, me gustan mucho más los poemas y cuentos de horror gótico de Edgar Allan Poe que sus policiacos. Quizá porque siempre he sido floja para el razonamiento analítico, y esa es una de las premisas principales que el escritor bostoniano —que por cierto, situaba sus historias en la vieja Europa, particularmente en Londres y París— utilizaba en las historias protagonizadas por Dupin.

Prefiero, he dicho, a esa Berenice sin dientes, prima del atormentado narrador —muy probablemente inspirada en Virginia, la prima con la que Poe se casó y que murió muy joven, como la protagonista del cuento—; al cuervo que, posado en el busto de Palas, repite incesantemente «Nunca más» cuando el narrador del poema —otro joven atribulado por el dolor que le ha causado la muerte de su amada Leonor— le pregunta si algún día volverá a verla; al corazón de un anciano con un ojo enfermo, que desde la mente obsesionada por la culpa de su propio asesino le obliga a confesar su crimen.

Gif de Ale de la Torre. giphy.com

Situada entre el romanticismo de Byron y el simbolismo de Baudelaire, la obra de Poe fue poco comprendida en su país natal mientras él vivió. Fue precisamente el poeta maldito francés quien impulsó su lectura en Europa. Y más de un siglo después de su muerte lo empezamos a leer en español gracias a las traducciones de Julio Cortázar —enorme entre nuestros grandes—, que desde pequeño lo adoró:

…desde muy niño tuve que aceptar mi soledad en ese terreno ambiguo donde el miedo y la atracción morbosa componían mi mundo de la noche. Puedo fijar hoy un hito seguro: la lectura clandestina, a los ocho o nueve años, de los cuentos de Edgar Allan Poe. Allí lo real y lo fantástico (digamos La rue Morgue y Berenice, El gato negro y Lady Madeline Usher), se fundieron en un horror, unívoco, que literalmente me enfermó durante meses y del que no me he curado jamás del todo.

Julio Cortázar

Ése, al que tradujo Cortázar, es el Poe que me provocó pesadillas en la infancia, cuando lo leí probablemente a los diez u once años. Es el que sigo leyendo cada tanto y siempre que regreso a sus páginas me vuelve a hacer presa del terror, pero sobre todo de la melancolía y del dolor; un hombre genial que vivió solo 40 atormentados años y se volvió uno de los pilares de la literatura occidental. Y del mundo, diría yo.

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  1. Poe, ese genio de la melancolía y el dolor al que hay que volver siempre – Maremoto Maristain

    […] Fuente: La libreta de Irma / Original aquí. […]

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  2. El duelo y el horror, en Joyce Carol Oates – La libreta de Irma

    […] Aunque creo que sí: es ese placer morboso semejante al que me produce leer a Poe, como comenté aquí mismo, ayer, o algunas de las novelas de Stephen King y que, por más que lo he intentado, no me […]

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