Por Irma Gallo
Es difícil ir al cine con una expectativa muy alta y no salir decepcionada. Creo que esperaba con ansias House of Gucci desde hace un par de meses, cuando comencé a fijarme en la publicidad de la película de Ridley Scott. Primero fueron los carteles con imágenes de los actores caracterizados en sus respectivos personajes: Lady Gaga como Patrizia Reggiani, Adam Driver como Maurizio Gucci, Al Pacino como Aldo Gucci, Jeremy Irons como Rodolfo Gucci, Jared Leto —irreconocible: calvo, papadón y panzón— como Paolo Gucci y Salma Hayek como Pina Auriemma. ¿Quién se puede resistir a semejante reparto? Yo no.
Luego, está eso que dice Patrizia, entonces todavía Reggiani, casi al principio de la película: que llegas a una boutique Gucci y sueñas con poder comprarte aunque sea lo segundo «más barato» pero ni para eso te alcanza. Sí. Lo confieso. Soy una adoradora, idolatradora a lo estúpido, de las grandes marcas. Aunque, ya que estamos en el terreno de las confesiones, prefiero Chanel, pero ¿quién no ha bobeado enfrente de un aparador de Gucci soñando con poder comprar uno de esos ridículos y diminutos bolsos Marmont de 2500 Euros? Yo sí. Muchas veces. Perdóname, Pepe Mújica. Quisiera ser como tú pero nomás no me sale.

Bueno, ya me desvié del tema: tenía las expectativas más altas que se pueden tener acerca de una película y House of Gucci las satisfizo, aunque cometí el error de spoileármela yo solita cuando leí un artículo de Vogue México —pésimamente redactado, pero ese es otro tema— sobre «la verdadera historia que inspiró la película», solo un par de días antes de ir a verla. No se preocupen: no les haré lo mismo a ustedes, amables lectores, por si están planeando lanzarse al cine para ver este esperadísimo estreno.
House of Gucci es la historia de lo que el capitalismo salvaje, sin escrúpulos y de dientes y garras afiladas es capaz de hacerle a una familia -cuyos integrantes supuestamente se quieren o cuando menos se respetan-, a una empresa, a una marca.
¿Qué me gustó de la película? En primer lugar, las actuaciones de Lady Gaga, Adam Driver, Al Pacino y Jeremy Irons. En ese orden. Y sí, tengo que decir que Lady Gaga es una diosa. Punto. No sólo canta, baila, toca el piano y la guitarra, compone y produce música (no en esta peli, por supuesto, pero no puedo dejar de mencionarlo), sino que una vez más —ya lo hizo en A Star is Born— demuestra sus amplios registros histriónicos sin caer en el cliché ¡y vaya que esté es un personaje con el que no era difícil resbalar!
Descendiente de italianos, aunque Stefani Joanne Angelina Germanotta nació en Nueva York, el acento le queda perfecto, y a diferencia de algunos de sus compañeros de reparto, nunca se le siente artificial. Además, conforme su personaje avanza hacia la madurez (física, que jamás emocional), Lady Gaga nos convence de que su Patrizia envejece, se amarga, se vuelve cada vez más truculenta. Incluso su expresión se transforma, su rostro se endurece.

Adam Driver, a quien es muy difícil no adorar, transita magistralmente del Maurizio joven e inexperto, idealista y tierno al que conquista Patrizia, hacia el hombre maduro, sin escrúpulos, plenamente consiente de la enorme fortuna que tiene —y el poder que le trae por añadidura—, en que termina. Y esto no es ningún spoiler, créanme.
Al Pacino, que en momentos me parecía demasiado «disfrazado» —la peluca, la textura de la piel de la cara— logra una escena que me conmovió profundamente en el clímax de su personaje, Aldo, el tío de Maurizio que lo convence de formar parte de la empresa familiar. Es solo un gesto, las manos en el rostro, y vuelvo a ver al enorme actor en bruto, despojado de todos los clichés que ha ido adquiriendo a lo largo de los años —la voz demasiado gruesa, los ojos pelones, los gritos y aspavientos—.
Y Jeremy Irons, ese caballero inglés —aquí, italiano—, que me ha hecho estremecer desde M Butterfly hasta The House of Spirits y Damage, siempre con el tono justo, el gesto preciso, en su papel de Rodolfo Gucci, el amargado padre de Maurizio, para demostrar que sigue siendo uno de los grandes actores de finales del siglo XX y lo que va del XXI.

Quizás algunxs de ustedes a estas alturas ya se están preguntando ¿y qué tal Jared Leto? Bueno… Pues esa respuesta es más compleja. Todavía no sé qué tanto me gustó. Es un personaje trágico al que el actor interpreta en un tono fársico. Y la película, aunque tiene sus estridencias, definitivamente no es una farsa, por lo que resulta, por decir lo menos, raro. Y sí, es muy probable que tenga muchas nominaciones y gane no pocos premios pero, ¿qué les puedo decir? De entrada, su caracterización física ya está en ese límite que casi cae del lado del exceso, y si a eso le agregas una actuación llevada al extremo, bueno… Véanlo y ya me dirán. Si de sus actuaciones memorables vamos a hablar, yo me quedo con la Rayon que interpretó en Dallas Buyers Club, sin dudarlo.
Y más allá de las actuaciones —Salma Hayek también está maravillosa, con una veta cómica sutil muy bien lograda—, el soundtrack es una delicia para los cincuentones como yo (recién me estreno en esta década y se siente rete bien) que crecimos con la música de Eurythmics y Blondie calentándonos la sangre, y por supuesto el diseño de producción —esas locaciones en Milán, el descubrimiento de Nueva York en los ochenta—, la recreación de los desfiles de moda de principios de los noventa, la reinvención de Gucci a manos de ese genio texano llamado Tom Ford… y el vestuario… bueno. Perdón, una vez más, pero se me caía la baba.

Prometí no hacer spoilers, así que solo les diré que House of Gucci está basada en el libro The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed, de Sara Gay Forden, publicado en 2001 y que —dicen— tiene mucho que ver con lo que realmente le sucedió a esta familia florentina, cuyo primer antecesor, Guccio Gucci, comenzó lo que décadas después se convertirá en este imperio con una pequeña tienda de artículos de cuero en Florencia en 1921.
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