Felices 75, papá


Por Concha Moreno

(Foto de portada: Ave Calvar en Unsplash)

Mi padre y yo tenemos una relación sencilla. Cuando vamos en el coche, él habla y yo escucho. Pasamos muchas mañanas juntos porque desde hace un par de años soy su asistente. Así como él es hablador yo soy callada, introvertida. No saqué la soltura de mi padre para manifestarse en el mundo, tan abogado y tan litigante, no le da miedo decir lo que piensa por muy controversial que sea.

Dicen que con la edad los lapsos de atención se acortan, la atención se entorpece. Mi papá es la prueba de que esa ley popular es falsa: mi papá es el lector total. Es la única persona que conozco que todavía compra el periódico en papel (La Jornada y El Universal; la ambigüedad no es mala, significa que estás haciendo un esfuerzo intelectual, al menos en el caso de mi padre creo que así es) y tiene la capacidad de leer cinco libros al mismo tiempo. Un locazo, dice que para él leer es una reiteración de la disciplina que adquirió desde sus años en la Prepa 6: estudiar todos los días las cinco materias que le tocaban.

Mi padre cumple 75 años y yo le debo tanto. Sin él yo no sería escritora. Lo digo muy en serio, mi papá incidió de manera directa sobre el gusto lector mío y de mis hermanos desde que yo tenía 6 años. Siempre me llevaba libros, desde cuentos ilustrados para niños y cómics —La familia Burrón, Lorenzo y Pepita, Peanuts—, hasta los nada infantiles Populibros La Prensa. Mis hermanos eran menos entusiastas de los libros que mi papá (¿y papá se sintió decepcionado? Si así fue, nunca dijo nada), pero yo agarré el gusanito lector pronto.

A los 9 años yo ya devoraba los libros que papá me llevaba cada semana. Camino a su trabajo, papá pasaba por la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo y una heladería cercana. Cada viernes llegaba con un litro de helado de menta-chips y un libro para mí. No sé por qué, serían más baratos (papá es codo), empezó a llevarme una colección de literatura de viajes. Creo que así fue mi bautizo en el mundo de la imaginación cuando leí África de Cairo a Cabo, del periodista español Enrique Meneses.

Leer la aventura de un par de veinteañeros, Meneses y su mejor amigo, que recorrían el continente originario sin un peso y mucha picardía fue muy divertido, pero todavía más lo era hacerle el reporte de lectura a mi papá. Llegaba el viernes con un nuevo libro, pero antes me preguntaba de qué trataba el libro anterior. Yo, introvertida y todo, me llenaba de orgullo de contarle todo lo que había vivido leyendo. A los niños les gusta sentir que tienen algo que enseñarle a los adultos, a mí me encantaba convertirme en Meneses, por ejemplo, como guía de mi padre por África.

Mi papá es un hombre de varias facetas. Fanático rabioso de Pumas, el único momento en el que lo he visto convertido en un energúmeno es cuando el delantero en turno falla un gol. La boca se le llena de groserías, se queja de la táctica del técnico y hace lo que todo fan del futbol: le mienta la madre al árbitro. Cinéfilo, no concibe un sábado sin ir al cine, aunque no es juez duro con las películas, mientras no lo duerman le parecen buenas. También es un tierno compañero de mi madre, con quien lleva casi 50 años de casado y con la que gusta discutir prácticamente de cualquier tema.

¿Mi única queja contra mi padre? Me habría gustado que hubiera sido tan enérgico en cuestiones deportivas conmigo como lo fue con mis hermanos. A ellos los llevó a jugar futbol americano desde niños, a mí me dejaron en casa con mis libros. Ahora que disfruto los deportes tanto como de la lectura, pienso que habría sido lindo tener a mi papá en la tribuna gritándome indicaciones y discutiendo con mi coach sobre cómo se podría mejorar mi juego.

Hoy que, gracias a su influencia en mi vida, me dedico a escribir de libros y películas no puedo sino desear que mi padre cumpla otros 75 años, que no se muera nunca y que estemos siempre en un equilibrio en el que me da libros y yo los reseño para sentirme orgullosa frente a él. Feliz cumpleaños, papá; ahora comentemos el último libro de Stephen King.

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