Por Concha Moreno
Estaba leyendo mi revista favorita, The Believer. (Sí, ya sé que suena muy pedante decir que mi revista favorita es una revista hipster/intelectual/marginal/gringa, pero denme chance). Como cada vez que la abro, encontré asuntos de máxima importancia. El último número trata de un tema que no puede ser más atinado: la crisis de la atención.
Y es que uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es lo difícil que nos es fijar la atención para algo que requiera más que leer 280 caracteres o ver los videítos en Tik Tok. Con esta ausencia nuestra, hasta ver una película en el cine parece muy pesado.
Con Netflix y demás plataformas de streaming hemos aprendido a dirigir nuestra atención de otras maneras: o atrancarnos de episodios o dejar de ver a los 15 minutos porque el celular nos dice que nos acaba de llegar un mensaje de Whatsapp que es urgentísimo que contestemos. Vivimos una verdadera crisis de la atención.

Alessandro Baricco, en su magnífico ensayo Los bárbaros, nos dice que antes de juzgar con dureza absurda los nuevos usos de la era digital nos pongamos a pensar en qué nuevo universo esos usos son necesarios. Es decir: esta falta de atención es útil para un nuevo conjunto de habilidades que sirven a un nuevo estilo de vida.
Justo pensaba en Baricco cuando leía en la Believer el artículo sobre los generalistas, escrito por Ross Simonini. ¿Qué son los generalistas? Aquellos que se resisten a la especialización a la que tantos nos urge el capitalismo del siglo pasado. Esos seres que no prestaban atención en la escuela porque estaban pensando en todo y en nada, cuya atención se iba, literalmente, por la ventana.
Simonini cita como ejemplo a Helen Keller. Keller, que nació sorda y ciega, estudió en Harvard y escribió de temas tan dispares como los derechos de las mujeres y su propia espiritualidad. Keller nunca se interesó por saber todo de un solo campo remoto, sino que se interesó por todo, su curiosidad no conoció fronteras. Los generalistas, como los define el autor del artículo, son los nuevos protagonistas de esta era que podemos llamar la edad de la desatención.

La literatura por excelencia de la desatención es la novela gorda. ¿Cómo? me dirán, se requiere mucha atención para leer un libro largo. Y yo les contesto: en realidad no, las novelas gordas, esa que nos llevamos a la playa, pueden leerse muy bien sin prestar mucha atención, solo pasando páginas y páginas de desarrollo de una trama en la que pueden pasar miles de cosas sin que realmente nos importe con tal de que nos entretengan un rato.
Surge entonces la duda: ¿cuál será la poesía de estos tiempos de la desatención? Amanda Montei, en una breve reseña en la revista, parece dar en el clavo con Hoarders, un libro de poesía para la era de la acumulación de los muchos productos, el consumo sin parar, escrito por Kate Durbin. Pero, escribe Montei sobre Hoarders: «Eso que realmente queremos es precisamente lo que nunca obtendremos».

¿De qué va Hoarders? Los poemas son retratos de personajes. Por ejemplo, una exmodelo que guarda decenas de bolsas de diseñador debajo de su cama, donde también hay comida a medio comer, platos, obras textiles y basura, todo sin ningún orden, al parecer descartado, pero que en realidad es adorado como un tesoro de isla desierta. En los poemas de Hoarders vamos conociendo perfiles de gente que vive acumulando objetos que llenan su casa hasta casi no permitirles vivir.
Si alguna vez vieron el reality Hoarders, tendrán alguna idea. En el programa se retratan personas que de manera desesperada se dedican a llenarse de objetos para sentirse seguros. Quizá gente que padece de trastorno obsesivo compulsivo, personas que viven con mucha ansiedad y miedo a quedarse sin eso que los obsesiona. Pueden ser casetes de VHS, canarios en sus jaulas, libros, gatos, camisas a cuadros o comida enlatada para no enfrentar sin atún el día del Juicio Final.
¿Por qué eso tiene qué ver con la edad de la desatención? Que cada nuevo objeto en esas colecciones sin fin que ahogan a sus dueños solo es importante en el momento de adquirirlo, inmediatamente después pierde todo interés y lo que importa es el objeto que sigue. Así sin parar.

Que Durbin haya escrito un libro de poesía inspirado por una serie tan pop ya me resulta atractivo. Pero leyendo la reseña lo que me parece más interesante es el cambio de mirada sobre su tema. Mientras que el reality es una forma del morbo —ese morbo que nos invita a burlarnos del vecino que hace cosas tontas mientras nosotros somos tan listos y bien ajustados—, el libro de Durbin tiene que ver más con la curiosidad sincera y una investigación sobre el dolor humano ante el consumo sin fin.
Hoarders todavía no puede conseguirse en México (a menos, claro, que ustedes sean de los míos y todavía compren en Amazon), pero aconsejo buscarlo como les sea posible. Es urgente que… perdón, se me fue la idea.
Deja una respuesta