Por Concha Moreno
No es raro que a la guerra la siga la estupidez. Ambas son tipos de violencia; la primera, violencia en sus más pura acepción, la segunda lo es de modo que muchas veces pasa por buenas intenciones. De manera soterrada, es simbólicamente un tipo de violencia que es tan dañina como la bélica, porque se cuela por las grietas de la vida cotidiana.
Vivimos en tiempos mediocres. Es fácil en esta época que algo que es difícil o que llama a debates largos y complejos sea simplemente «cancelado» de forma acrítica. Y eso está pasando justo ahora con la cultura rusa.
Me dirán que la guerra (invasión, atropello) de Rusia contra Ucrania debe ser combatida en todos los frentes. No: la cultura de un país es diferente a su gobierno. Los gobiernos pasan, la cultura queda. Putin no es Dostoievski. Dostoievski fue encarcelado en Siberia por oponerse a la corriente principal de pensamiento de su época, y en tiempos de Putin habría sido igual de censurado, estoy segura.

Rusia nos ha dado la gran literatura del siglo XIX y principios del XX. Imposible entender la historia del cuento contemporáneo sin Chejov. ¿Cómo analizar la novela realista sin Gorki? ¿Qué sería del humor surrealista sin La nariz, de Gogol? Tolstoi, el único e incomparable, hizo con Ana Karenina un personaje femenino tan potente que hoy sigue siendo analizado por el movimiento feminista.
¿Le seguimos? Creo que no es necesario. La cultura rusa viene aderezada de óperas, conciertos, equipos deportivos y atletas, exilios gloriosos, una gastronomía espectacular y pensamiento, gran pensamiento, político. Rusia es algo más, mucho más, que Stalin o Putin.


De mucho se pierde el mundo si se cancela la cultura de un país como aparente gesto antibelicista. Cuando la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos se quiso censurar a todo lo relacionado con Japón y Alemania. Muchos pensadores se levantaron en la universidades, y la iniciativa gubernamental quedó en letra muerta. Sin embargo, la andanada racista no despareció y se transformó en campos de internamiento para toda la comunidad japonesa en suelo estadounidense. Es guerra peleada en la trinchera poderosa del imaginario colectivo.
Me parece especialmente triste que nuestra FIL de Guadalajara se haya unido a la embestida contra la cultura rusa vetando a las editoriales y escritores rusos. No suelo coincidir con Paco Ignacio Taibo, pero lo que dijo en la cuenta de Tick Tock del Fondo de Cultura Económica es completamente atinado: el boicot es un atentado contra el libro y el saber literario.
¿Hacemos la paz solo por no beber vodka y no comer un delicioso pastelito de miel en el restaurante Kolobok? Qué absurdo.

Antes de que la andanada censora venga tras de mí, me sentaré a esperarla leyendo el curso de literatura rusa de Vladimir Nabokov. Nabokov, exiliado desde niño huyendo primero de la Revolución de octubre y después, ya adulto, de la Segunda Guerra Mundial, vivió siempre difundiendo la literatura de su país. Le guerra viene acompañada de la estupidez, sí. No nos dejemos arrastrar por ninguna de las dos.
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