Por Irma Gallo
Desde hace una semana, la última fotografía que le tomaron a Debanhi Escobar se difunde por todos lados. Es la imagen de la desolación: la joven, de perfil, con cubrebocas negro, camiseta blanca y falda larga, parada a un lado de la carretera a Nuevo Laredo. Completamente sola. Parece que se abraza a sí misma. Mira a un ángulo fuera de la fotografía, al camino, en espera de quién sabe qué.
Los hechos que han difundido los medios son escuetos: que fue a una fiesta en una quinta en el municipio de Escobedo, que tuvo «diferencias» —así lo describen— con las dos amigas con las que había acudido, y que ellas tomaron un taxi juntas y pidieron para ella el servicio de un chofer que eventualmente trabaja para Uber y Didi, aunque en esta ocasión iba por su cuenta. Algo sucedió entre este individuo y Debanhi, que supuestamente —según la foto que envío a las amigas de la joven y que describí antes— la dejó en medio de la carretera. Una imagen con la que quizá pretendió hacer creer a las chicas que el último momento que la vio, Debanhi estaba viva.
Pero ocho días después aún no aparece. La noche neoleonesa se la tragó como a otras 283 mujeres que han desaparecido en el estado, a las otras 747 en todo el país, sólo en lo que va del 2022.
Si esto no es una emergencia nacional, no sé cómo carajos llamarla.

No puedo dejar de pensar en Debanhi sola, de noche o de madrugada, en una de las carreteras más peligrosas del país. Ni en que el 9 de abril fue hallado el cuerpo de María Fernanda Contreras. Tampoco puedo dejar de pensar en que Allison Campos, de 12, Celeste Tranquilino y Paulina Solís, de 16, Yolanda Martínez, de 26, Karen Valencia, de 24, Yolanda González, de 32, Diana Cárdenas, de 28, y Sofía Sauceda, de 15, han desaparecido en el mismo estado, en las últimas cuatro semanas.
No puedo dejar de pensar en dos chicas que vi caminando en distintas calles, cada una de ellas completamente sola, hace rato que manejaba por una Ciudad de México desierta en Viernes Santo. ¿A dónde iban?, ¿quién las esperaba?, ¿estarían compartiendo su ubicación en tiempo real con alguien de confianza?
No puedo dejar de pensar que en este México mío, al que amo tanto que me duele porque ya no quiero vivir aquí, desaparecen mujeres y hombres, mujeres trans, personas que se asumen no binarias, todo el tiempo, en todos lados. Que las carreteras del país son, desde hace una década y media, pasajes sin escalas al infierno. Si creen que exagero, vean la película Sin señas particulares (2020), de Fernanda Valadez, en la que Magdalena busca a su hijo que desapareció cuando tomó un camión que lo llevaría a la frontera con Estados Unidos. No les voy a spoilear el final, sólo les diré que lo que le sucede al joven es el destino de muchos otros como él: varones jóvenes, empobrecidos, de comunidades rurales.
Habrá quien diga que esto comenzó desde el 2006, cuando Calderón le «declaró la guerra al narco», o mejor dicho, a los grupos criminales enemigos del cártel de Sinaloa, pero eso, a estas alturas, es irrelevante. Lo que importa es que no ha cambiado nada. Y si todavía quieren minimizar la gravedad del asunto porque, al igual que yo, votaron por este presidente y tenían —quizás injustamente, cierto, porque un gobierno no puede cambiar un país en tres años— las expectativas más altas pero aún no se atreven a autonombrarse decepcionados en voz alta, ahí está el caso de Ceci Flores, Presidenta Fundadora de Madres Buscadoras de Sonora.
El 30 de octubre de 2015, hombres armados «levantaron» —odio esa maldita palabra, pero al mismo tiempo es la que mejor refleja lo que está sucediendo en México desde el 2006— a su hijo Alejandro, entonces de 21 años de edad, en Los Mochis, Sinaloa. El 4 de mayo de 2019, otro grupo de individuos armados se llevó a sus otros dos hijos, Marco Antonio, de 31 años, y Jesús Adrián, de 15. A Jesús lo devolvieron con vida unos días después, pero Alejandro y Marco Antonio continúan desaparecidos.
Juntaré con mis manos por montón la arena de los desiertos de todo el mundo, hasta encontrarte.
Ceci Flores. Presidenta Fundadora de Madres Buscadoras de Sonora
Hace un par de días Ceci, buscadora incansable, encontró un cráneo de forma y con una dentadura semejantes a la de su hijo Marco Antonio.
Ninguna madre debería vivir algo así jamás.
Mientras pienso qué carajos hacer con mi vida porque no quiero vivir lejos de mis padres, de mi hermana y mi sobrino, pero cada vez más el proyecto de migrar se me presenta como la única opción para poder acceder a un empleo digno y seguro —algún día les contaré esa triste historia; hoy no es el momento, estoy escribiendo sobre asuntos mucho más urgentes—, me imagino el dolor de Ceci Flores y de las madres de Debanhi, Allison, Celeste, Paulina, Yolanda Martínez y Yolanda González, Diana, Sofía, Karen y María Fernanda, y una vez más agradezco, egoístamente, que no estoy en su situación, que no he caído en el infierno.
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