My Own Piece of California


Por Irma Gallo

Llevo casi dos meses en Redwood City, una pequeña ciudad al sur Área de la Bahía de San Francisco. Llegué el 13 de junio y todavía no puedo decir que entiendo y conozco esta ciudad, este país. Por eso, hice una pequeña lista de las cosas que me han sorprendido, lo que me fascina y lo que no, y también las razones por las que, por ahora y en estas circunstancias (al contrario de lo que siempre he deseado) no me quedaría a vivir en Estados Unidos.

Foto: © Irma Gallo

1. Si crees, como yo, que entiendes y hablas inglés a un nivel “profesional”, quédate unos días aquí y escucha a la gente en las tiendas, en el tren, en los restaurantes (sobre todo a los más jóvenes). Vas a descubrir que estabas completamente equivocada.

2. Si empiezas a “traducir” todo lo que compras a pesos (o la que sea tu moneda nacional) vas a llorar cada que compres unos chicles. Así que mejor no lo intentes, te quitará mucha energía (además del $, of course).

3. Si lo tuyo, lo tuyo, es comprarte una super camioneta, pero sobre todo, darles a tus hijos una educación de primer mundo —aunque después hablen casi todo el tiempo en inglés y les tengas que estar recordando su lengua materna—, pero no tienes documentos y no te importa trabajar en un restaurant, limpiando casas u oficinas, cuidando niños, de jardinero (acá lo llaman haciendo landscaping), entonces llegaste al lugar ideal. Y no quiero menospreciar a nadie, por favor, no se vaya a mal entender: aquí vive la gente más valiente y trabajadora que he conocido en la vida. También algunos de los más generosos. Lo único que me provocan es la más absoluta admiración. Ojalá yo tuviera un poquito de su arrojo, pero no es así; quizá ya estoy muy vieja. (Por otra parte, es buen sabido que la gente emigra por muchas razones; la económica es solo una de ellas).

Foto: © Irma Gallo

4. También está la nostalgia, por supuesto, la enorme, aplastante nostalgia. Si, como yo, vienes por un tiempo predeterminado (es decir, tienes boleto de vuelta), todavía la puedes manejar. En los momentos en que más he extrañado a mi hija, a mis papás a mi hermana y mi sobrino, a mi perrito y a mis plantas, siempre me consuelo pensando que pronto volveré a casa. Ahora bien, si por el contrario, tu idea es entrar con una visa de turista y quedarte a trabajar como sea, tienes que estar convencida(o) porque ya no podrás regresar a tu tierra. Claro, a menos que tengas la enorme suerte de conseguir un permiso de residencia y supongo que eso solo sucede si te casas con un ciudadano norteamericano o si consigues un trabajo cualificado en una empresa que apueste por contratarte a ti por encima de un gringo (lo cual es casi imposible). Porque si entraste con una visa de turista y el tiempo de estancia que te anotaron debajo del sello de entrada ya venció -normalmente son 6 meses, pero tampoco te recomiendo que te quedes todo ese tiempo si algún día piensas volver a Estados Unidos, porque la próxima vez te harán la entrada casi imposible, ya que pensarán que te quedaste a trabajar-, no intentes llegar a un aeropuerto, estación de tren, camión o lo que sea, porque te expones a la deportación inmediata, con el castigo consecuente de no poder volver al país en 10 o 15 años.

Foto: © Irma Gallo
Foto: © Irma Gallo

5. California (al menos el Área de la Bahía, aunque también lo observé en Los Ángeles), es la tierra de los cielos impresionantes. Si vienes por acá, te apuesto que no dejarás de mirar hacia arriba.

6. En el país de los enormes contrastes, aunque siguen habiendo quienes acumulan fortunas obscenas, también pegó fuerte la crisis económica por la pandemia de COVID-19: in the so called Land Of Opportunity, hay mucha gente que vive en las calles.

Foto: © Irma Gallo

7. En contraste, si tienes la suerte de tener un empleo que te permita comer en un restaurante —aunque sea de vez en cuando—, te encontrarás con que las porciones son gigantescas. Desde que llegué aquí creo que nunca me he podido terminar lo que ordeno. En la foto de abajo podrás ver mis Veggie Scrambled Eggs acompañados de un latte con leche de avena. Todo por 24.44 dólares, taxes included, en el pequeño restaurant Zevi Cafe & Bistro, de San Francisco. Lo que en mi Ciudad de México nos gastamos mi Cami y yo en unas hamburguesas de Carl’s Jr. (Y en combo, ¿eh?).

8. Este debió haber sido el punto número 1, pero me vi lenta. Bueno, aquí va: las librerías son un paraíso. Las hay desde las pequeñas, de barrio, como The Green Arcade o Borderland Books en San Francisco, hasta las de grandes cadenas como Barnes & Noble —que tienen sucursales en casi todo el país— o las que ya son una leyenda, como City Lights, también en San Francisco, fundada por el poeta beat Lawrence Ferlinghetti —y que conocí gracias a la recomendación de mi querida amiga y colaboradora de La Libreta, @concepcinmoreno—. Lo único frustrante es que no se pueden comprar todos los libros que una quisiera, of course.

9. Por esas bellas casualidades de la vida estando aquí empecé a leer Animales luminosos, de Jeremías Gamboa. La novela narra la experiencia migratoria, en una sola noche, de un joven peruano que va a una Universidad de Colorado a estudiar un doctorado en Literatura. El hombre, al igual que yo, nunca logra sentirse completamente adaptado; siempre lo acompaña una sensación de inadecuación: no logra conectar del todo ni con los compañeros varones ni con las mujeres que le atraen.

10. En mi recorrido por las librerías de San Francisco me encontré con The Green Arcade, una pequeña librería de barrio en Market Street esquina con Haight. Me atendió un gringo simpatiquísimo al que sí pude entenderle casi todo porque era como de mi edad. Me contó que a principios de los 2000 fue a la Ciudad de México y a Chiapas, a una comunidad zapatista. Me dijo que le encantó la Ciudad de México y que, aunque sus travelling times are now over, quiere volver. En su hermosa librería me compré otro libro que también marcará este viaje: Borderlands. La frontera. The New Mestiza, de Gloria Anzaldúa. Un libro que me había querido comprar en México desde hace tiempo pero me había dolido el codo. —Acá no me costó nada barato tampoco, pero esa es otra cosa de los viajes: estás como en una especie de limbo en donde sientes que puedes gastar más de lo que sueles permitirte en tu cotidianeidad—. El tema del libro, es como su título lo indica, el del mestizaje, la frontera, las fronteras. El de ser mujer en ese espacio en donde se juntan México y Estados Unidos. Ser una mujer chicana en Estados Unidos: lidiar con la carga machista de la cultura de origen y la liberal de la de adopción, pero sin dejar de lado el racismo sistémico. Además, Gloria Anzaldúa fue la primera de su familia que se atrevió a irse de la casa materna y que se negó a casarse. Se declaró lesbiana, lo que en 1987 —cuando se publicó por primera vez el libro— era todo un escándalo.

Foto: © Irma Gallo

11. En unos días estaré volando de regreso a casa. Permítanme ponerme cursi: me llevaré este pedacito de California y a su gente —las maravillosas mujeres que me abrieron su casa, me hicieron sentir bienvenida y me trataron como si me conocieran de años, Vero y Sofi; los talentosísimos niños con los que pasé estas semanas tan intensas; mis compañeras de trabajo: mujeres también muy talentosas, valientes y trabajadoras— en el corazón. ¡Qué digo en el corazón, en las entrañas!

Hasta pronto, mi versión de California.

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