Por Concha Moreno
Muy divertido es enterarse de las mañas que tienen los escritores a la hora de escribir. Suelen ser personas ideáticas, como buenos artistas. Hay una ansiedad intrínseca en el acto de crear, esa sensación de que no saben lo que hacen y son un fraude es muy cercana a ellos. Fake it ‘till you make it, dicen los gringos, y los artistas se toman a pecho esas palabras en el idioma que sea. De eso se trata eso de sentarse todos los días a escribir, pintar, hacer música. A los creadores les pega el síndrome del impostor, tan de moda en las conversaciones últimamente, pero bien conocido por ellos desde todas las épocas.
Finalmente, seducir a la diosa inspiración requiere de rituales. La disciplina también tiene mucho que ver con los ritos personales, una forma de entrar en calor desde el momento de saltar a la cancha de la palabra.

Virginia Woolf escribía de pie, para competir con su hermana Vanessa, que era pintora, y con estricta tinta morada. En su casa en Lewes, Inglaterra, ahora convertida en un museo que la honra, está todavía su escritorio, una mesa alta con una especie de atril donde escribía como obsesa durante un par de horas cada día. Doña Virginia, hay que decirlo, sí tenía su cuarto propio en la parte de atrás, un pequeño estudio que daba a un jardín, casi una cabañita muy cómoda junta a la que ahora hay unos bustos casi escalofriantes de ella y su esposo, Leonard.

Stephen King escribió ampliamente sobre sus mañas de escritor en esa joya que se llama Mientras escribo. Quien piense que King es un mero escritor comercial que se dedica a copiarse a sí mismo buen puede irse a chiflarle La marsellesa a su madre desnuda. Mientras escribo es un verdadero manual de cómo organizar la vida en torno de la disciplina de escribir, e inclusive de cualquier otra disciplina. King se imagina que hay una asesina en serie detrás de la puerta de su estudio dispuesta a hacerlo pedacitos si no escribe su cuota de dos mil palabras al día. Ese esperpento le inspiró una de sus mejores novelas, Misery.
Jorge Volpi escucha ópera y juega a dirigir una orquesta, según contaba Ignacio Padilla. Truman Capote nunca escribía borracho (un logro para él) ni comenzaba un nuevo libro los viernes. En el antípodas está Charles Bukowski, que escribía después de echarse una, dos o diez cervezas cada noche. Uno pensaría que lo mejor es escribir bajo el efecto de una droga, para desinhibirse ante la página en blanco, pero no a todos nos sirve, solo Bukowski, quizá los beatniks y probablemente los griegos clásicos podían escribir con coherencia después de besar al dios Dionisio.
Pero también los lectores tenemos mañas. Por ejemplo, sé que una amiga nunca abre un libro antes de las 6pm. Mi mamá lee solo por las mañanas y mi papá lo hace en las madrugadas. La madre de una amiga leía de rodillas, como si leer fuera un acto de devoción.
Yo tengo mis propias mañas, desde luego. Nunca empiezo a leer un libro el mismo día que terminé otro: lo hago como un modo de homenaje al escritor y su libro. Leo de noche, en la cama y lo hago exactamente por tres horas. No me gusta leer más de un libro a la vez, aunque últimamente he tenido que hacerlo por el trabajo; tengo que tener libros para reseñarles a ustedes. Siempre leo en páginas pares, nunca termino en una página non y jamás en una que lleve un cero.
Quizá estoy loca y debería sacarme de la cabeza esas manías y solo leer tranquilamente sin fijarme en el número de la página y nada más disfrutar, pero ya no puedo. Hace cosa de un año la covid visitó a mi familia: todos nos contagiamos. Fui la más afortunada porque mis síntomas fueron ligeros, pero sí me quedó uno de los más molestos, la neblina mental o mental fog (¿por qué en inglés las cosas más terribles suenan cool?), una forma levísima de demencia que me impide concentrarme por largos espacios de tiempo. El único modo que tengo de recuperar algo tan esencial para mí como sentarme en mi cama a leer mis tres horas diarias solo puede ser si me obligo siempre a leer con modos muy puntuales.

Me encantaría que me compartieran sus formas de leer o escribir acá en los comentarios. A ver si me cuentan cómo le hacen para disfrutar de modo muy personal de los libros que de verdad les gustan.
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