Por Concha Moreno
Supongo que lo he dicho en otras ocasiones: Hay una triada, una Santa Trinidad ante la que sí me persigno: Alan Moore, Ursula K. Le Guin y Neil Gaiman. El Padre, la Madre y el Hijo Mayor. Son los tres a los que siempre recurro en momentos de oscuridad. Cuando quiero echarme un clavado en los géneros como la fantasía y la ciencia ficción, ni le dudo, con ellos.
Neil Gaiman, en especial, siempre me hace muy feliz. Quisiera decir que he leído todo lo que ha escrito, pero es que escribe tanto… Digo, es más o menos fácil seguirle los pasos a un escritor vivo, pero Gaiman escribe y edita, hace blogs, guiones, artículos, cómics, libros para niños, etcétera. Un escritor inagotable, maleable y peligroso.
Peligroso por adictivo. Una vez que uno se acerca a Gaiman y es cierto tipo de lector (uno un tanto infantil y hambriento de cuentos aventureros, como yo) no se escapa. También peligroso porque es valiente. Escribe de temas poco explorados en la literatura juvenil tradicional: la política, la sexualidad, la importancia del arte, el no resistirse a ser distinto.
Y entonces, en este enero que dura como un paseo en canoa en el Ártico, me puse a leer una novela de Gaiman que, por razones que para mí son un misterio, tenía guardada por ahí (¿por qué se acumulan los libros? ¿Por qué no se devoran de inmediato una vez que salen de la bolsa?).

Anansi Boys (William Morrow). Memoricen este título, búsquenlo, pasen páginas, disfruten. La obra magna de Gaiman se llama The Sandman, una novela gráfica. Pero muy cerca está American Gods, la novela-novela con la que Gaiman se da un clavado en el mar de la mitología, un mar que su pluma controla y en el que nos hace navegar con éxito. Anansi Boys es una suerte de continuación o, para ser más clara, una astilla que saltó del árbol.
En un barrio de Florida vive el señor Nancy. Amante del karaoke, desmayo de las mujeres mayores, con su sombrero verde es la persona más feliz del mundo. Un día, en un karaoke —dónde más—, cae fulminado por un infarto.
Entra en es escena Charlie, su hijo. Charlie (o Fat Charlie, el mote que le puso su padre cuando niño, un apodo que Charlie detesta pero que se le pega como mierda de perro al zapato) vive en Inglaterra , lo más lejos posible para huir del señor Nancy. Fat Charlie tiene que regresar a enterrar a su padre y reclamar su herencia.
Fat Charlie no lo sabe, pero su padre era un dios, el más antiguo de la historia de la humanidad. El dios del que hablan todos los cuentos y las canciones. Googleen a Anansi la araña y verán que le debemos todo a ese insecto. Otra cosa que Fat Charlie ignora: tiene un hermano. Debe encontrarlo. Ahí es cuando empiezan las desgracias.
Anansi Boys es una pequeña novela que no puede caerse de las manos. ¿Quién dice que las novelas excelentes tienen que ser serionotas y vanguardistas? Anansi Boys no le saca a la inteligencia, tiene varios apartes (cortos) en los que nos da pedazos de mitología necesarios para comprender el amanecer de los dioses.
Si les gusta reír con un libro en las manos, este es. Está lleno de personajes extraños y memorable: el despreciable Grahame Coates, jefe de Fat Charlie, un publirrelacionista que es resbaloso como una babosa; la señora Higgler siempre con su tazón de café a la mano, que sabe más de magia de lo que uno supone; la señora Noah, madre de la prometida del protagonista, una mujer amarga y flaca como un árbol venenoso del desierto. El mejor: Spider, el hermano de Fat Charlie, tan fatalmente simpático como su padre, el peor hermano del mundo. Ya verán a qué me refiero.
¿Qué más pueden leer de Gaiman? Bueno, para empezar, todo. Síganse con American Gods, por ejemplo, para tener más de Anansi y la teoría de que los dioses caminan con nosotros. Tanto Anansi Boys como American Gods tienen su adaptación a serie en Amazon Prime. Véanlas, no les voy a decir que no, pero también lean los libros porque nunca hay que desaprovechar la oportunidad de enamorarse. Hurra por los dioses, hurra por Neil Gaiman.
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