Por Irma Gallo
Escribo este ensayo-reseña con toda la conciencia de que no puedo ser objetiva. Acabo de leer Los reyes de la casa, la nueva novela de Delphine de Vigan (Boulonge-Billancourt, 1966), publicada apenas en el reciente 2021 en su versión original en francés por Éditions Gallimard y en octubre de 2022 en español por Anagrama, y me ha dejado con la quijada en el piso. No sólo por su apabullante contemporaneidad, sino por la profundidad de las emociones que provoca su lectura. Y antes de seguir adelante, quiero advertir que no se trata de ningún panfleto contra «el peligro de las redes sociales» ni nada por el estilo. Insisto, la maestría de la factura literaria de Delphine de Vigan hace que escape por completo a ello.

Me leí en tres días la novela, de 339 páginas. Y la habría leído más rápido, si no fuera porque el sábado estuve casi todo el día ocupada en un compromiso familiar, pero lo que quiero decir es que es tremendamente adictiva: una vez que la empiezas no puedes parar. Sí, ya sé que muchos best sellers con escaso valor literario también lo son, pero lo más sorprendente es que Los reyes de la casa, como todas las novelas anteriores de de Vigan, combinan a la perfección la buena literatura, de excelente manufactura, con el éxito de ventas. Vamos, no es Stephen King (con respecto a las ventas), pero sí le ha ido bastante bien.
En este punto se estarán preguntando qué tiene que ver Joyce Carol Oates (Lockport, New York, 1938), por qué la incluyo en el título de este ensayo desenfadado. Bueno, pues aquí va: hace una década y media, la escritora norteamericana publicó Hermana mía, mi amor (2008) una novela basada en el terrible caso de JonBenét Ramsey, una pequeña estrella de los beauty peagents de niñas asesinada a los seis años de edad, en 1996. Una niña expuesta por sus padres (y en particular por su madre) a la mirada no siempre inocente de cientos, ¿miles? de personas en estos concursos y en la televisión, el medio por excelencia, el Gran Hermano de la época.

En 2021 (2022 en su traducción en lengua española), Delphine de Vigan publica Los reyes de la casa, la historia de un par de hermanitos de 6 y 8 años de edad, Kimmy y Sammy, expuestos día y noche en reality shows caseros, hechos a la medida para YouTube e Instagram, por su madre, Mélanie Claux, una mujer obsesionada con la fama y la celebridad.
En Hermana mía, mi amor, la protagonista, Blisse Rampike, es una estrella del patinaje infantil —en lugar de una participante en los concursos de belleza infantiles, como la niña de la vida real que la inspiró— a la que la madre explota constantemente para obtener ganancias económicas, por supuesto, pero también para cumplir su propio sueño de adolescente: ser famosa. En esta novela de Joyce Carol Oates la niña muere (no es ningún spoiler porque, como les digo, está basada en un caso real y cualquiera que busque en google “JonBenét Ramsey” podrá averiguar en segundos qué ocurrió con la niña), pero al igual que en Los reyes de la casa, lo que importa es la explotación de los padres —las madres, sobre todo, en ambos casos, repito— contra sus hijos, la sobreexposición a la que los someten, con la consecuente pérdida de la intimidad, de la infancia, de la propia imagen.

Ahora bien, si en la novela de Joyce Carol Oates, basada en un caso de 1996, los niños —también aquí hay un hermano mayor, Skyler, pero a diferencia de lo que sucede con Sammy en Los reyes de la casa, él no es la «estrella del show, sino un pequeño desplazado e inseguro— han perdido toda intimidad, agreguen a la ambición desmedida de las respectivas madres unas redes sociales que facilitan la constante exposición de los menores en todos lados y peor todavía, en tiempo real. El resultado es devastador, sin duda.
En Los reyes de la casa, la pequeña Kimmy es la mitad del éxito del canal de YouTube Happy Break, con cinco millones de suscriptores y unos ingresos calculados en más de un millón de euros al año para los administradores del canal, o sea, para sus padres. La hija pequeña de Mélanie es secuestrada de un momento a otro y este hecho pone a trabajar horas extra a la oficial de policía Clara Roussel, una mujer que se ha resistido lo más que ha podido a la influencia de las redes sociales y por ello tiene que estudiar qué son las Stories de Instagram, por qué los canales familiares como el de la familia Diore (apellido del padre de Kimmy y Sammy, Bruno), tienen tanto éxito, y sobre todo, por qué una madre expondría a sus hijos a semejante falta de privacidad, acoso y peligros para ganar un poco de fama efímera.
No voy a hacer spoilers, pero sí quiero compartirles un fragmento de la novela en el que de Vigan expone su argumento principal. Escuchen con atención este fragmento de la novela:
Tanto Hermana mía, mi amor, como Los reyes de la casa, son historias bien escritas, apasionantes, thrillers que te mantienen al borde de la página para saber qué sigue. Ambas nos plantean un tema escabroso, ¿hasta qué punto los padres —insisto, en ambos casos son principalmente las madres— son capaces de exponer a sus hijos a peligros cuya dimensión no imaginan a cambio del dinero y la fama que no pudieron conseguir por sí mismos?
En estos tiempos, en que vemos la proliferación de una serie de libros sobre maternidad y cuidados —unos excelentes, otros no tanto—, esta discusión se vuelve urgente. Va más allá del maniqueísmo de ser buenas o malas madres, sino de las implicaciones políticas, económicas, emocionales y mentales que tienen, en las próximas generaciones, estas actitudes.
Las dos novelas están diciendo, por medio del gran arte de la literatura, cuidado con el Gran Hermano que soñó Orwell en 1984. Hoy vigila constantemente a tus hijxs, a quienes tú mismx expones. Y puede hacer que desaparezcan en cualquier momento.
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