Por Concha Moreno
Llegamos tarde. Casi diez minutos tarde. «No nos van a dejar pasar, no nos van a dejar pasar», pensaba y con miedo, con coraje, por el tráfico, por tardarme en la ducha, por determe esa vez frente al espejo escogiendo un sombrero bonito para el teatro. Íbamos a ver Un banjo y dos muertos (dramaturgia, Mariana Hartasánchez) y… nos dejaron pasar sin mayor obstáculo. El problema fue que me perdí el chiste con el que, según la directora Andrea Salmerón (México, 1973), el elenco le va midiendo la temperatura al público. Si se ríen ahí, significa que los espectadores está bien dispuesto para la comedia.
«Cuando se ríen en esa escena sabemos que están con nosotros, que se están dejando torcer el brazo. Bueno, no torcer el brazo, pero están dispuestos a divertirse con nosotros», dice Salmerón en entrevista telefónica (en estos días Andrea está ocupada todo el tiempo: produce, dirige, filma y encima actúa en Un banjo. «Le digo a mi mamá que se imagine que estoy de viaje durante tres meses y que me espere»).

La actitud de Salmerón respecto al público es sintomática, una reacción péndulo. «A mí me educaron en la escuela de teatro señores barbones que eran muy sentenciosos», dice. Los mismos señores barbados que, por ejemplo, nos habrían cerrado la puerta en la cara por llegar tarde. A Salmerón o le importa si el público saca el celular y toma fotos. «Queremos que vengan a vernos, que le digan a sus amigos que la obra está buena, que se van a reír. No podemos negarnos a los tiempos en los que vivimos, estamos con el celular en la mano, ¿no?».
Tampoco le importa que, como nosotros, llegue tarde a la función. ¿Aunque hayan pasado 15 minutos de obra? «Aunque hayan pasado 15 minutos, sí. Alguien que se tomó el tiempo de salir de su casa y enfrentarse al tráfico, al metro, que pagó su boleto también merece respeto. Viene a vernos, viene a reírse, no a que lo regañen».
Un banjo y dos muertos es una comedia en clave de caricatura. Algo está pasando todo el tiempo y eso es interesante: siempre me ha llamado la atención el ritmo de la comedia. Una mano autónoma que se enamora de una psiquiatra, un mago deprimido y fantasmas paternos muy hamletianos pero en muy mala onda. Si el papá de Hamlet empujó al príncipe al precipicio trágico y glorioso, el de Jaime Fitzgerald (Diego Santana) lo aventó al mundo equipado solo con traumas y un libro de magia a una aventura más bien ridícula.
¿Cómo superar las herencias malditas? Salmerón: «La figura paterna, la ausencia paterna, está muy bien lograda en el texto. Mi propia figura paterna estuvo ausente casi toda mi vida y cuando estaba presente era de una violencia.

A Jaime, que acaba de salir del hospital psiquiátrico, lo atienda la doctora Bonanza Munera (Minerva Valenzuela, extraordinaria), una mujer peripuesta que está a punto de protagonizar un romance inesperado. Entran en escena la abogadas Markby y Markby, Frata (Paola Izquierdo) y Ansia (la propia Salmerón), que van a auxiliar jurídicamente a Jaime en una querella contra su propia mano… Hay ahí otro fantasma con las hermanas Markby, otro padre hijo de la chingada, que quiere venganza. Hay una locura, pero con método, Horacio.
Uno se ríe mucho. La mano rebelde de Jaime (no quiero soplar la trama, pero esta es solo la premisa), se separa de su cuerpo y empieza a dar guerra erótica sin que el exdueño tenga ningún gobierno. Solo esa idea ya es delirante. Hay música y voces narrativas al estilo radionovela.
Es difícil hacer reír, no sé si más difícil que causar una lágrima sincera, pero, jo, la gente se pone a la defensiva frente a los comediantes. A ver, ¿me vas a hacer reír? A ver si es cierto, a ver. Pero la directora no está de acuerdo conmigo.
«Si la gente viene a una comedia se quiere divertir. Yo creo que ya están dispuestos de entrada a reírse. Si tenemos un público, digamos, duro, yo creo que hay que recordar que ellos están ya dispuestos a la manipulación, a dejarse seducir. Pero no digo ‘hay que hacer reír’, lo que yo pienso que hay que tomarse los temas en serio». ¿Aunque sea chistoso? «La comedia hay que tomársela en serio. Hay que respetar el texto y si se trata de comedia hay que hacerla en esa clave».
Este fin de semana es la última función de esta temporada de Un banjo y dos muertos, en el teatro Salvador Novo del Centro Nacional de las Artes (Churubusco y Tlalpan, metro General Anaya, $200).
Es posible que la obra regrese a una nueva temporada en agosto, pero, como dice, la directora, ya veremos. Es difícil conseguir teatro y el presupuesto siempre es un problema. Pero váyanla a ver no por apoyar al teatro mexicano y ni para hacerse los intelectuales que van al teatro literario: vayan porque es buena y conmovedora, y sobre todo porque se la van a pasar bien. Qué genial es pasarla bien en el teatro.
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