Por Irma Gallo
No quiero causar lástima ni que nadie se compadezca de mí, pero creo que estoy deprimida (en mayor o menor grado, con sus altas y sus bajas) desde 2019. Los motivos los conoce la gente que me quiere y así se quedará. Sólo lo escribo aquí porque el tema de la novela de la que me ocuparé es el fracaso, y por consiguiente, el sentido de inadecuación y la depresión que se suceden después de una experiencia que te confronta con tu ego.
Estoy hablando de Número dos (Alfaguara, 2022), de David Foenkinos (París, 1974), una novela en la que el autor toma como detonador la historia de Martin Hill, el niño, también londinense, que quedó en un desastroso segundo lugar en el casting para Harry Potter, el niño de 10 años al que Daniel Radcliffe le arrebató el sueño de su vida.

Debo confesar que he estado googleando «Martin Hill» para comprobar si tal chico existe o existió, pero todos los resultados me llevan a la novela de Foenkinos. Y no es de extrañarse, porque salió a la venta en castellano apenas el año pasado. Pero lo que importa no es si Hill es o fue una persona real, sino cómo el autor creó una estela de dolor y decepción que acompañó al personaje durante dos décadas.
Si para un adulto es difícil lidiar con el fracaso, para un niño lo es todavía más. En esa etapa en la que todavía no se forja por completo la personalidad, en la que se están construyendo los diques que nos impiden desbordarnos —en llanto, en cólera, en depresión, en cualquier emoción extrema— para poder «funcionar» en sociedad, es necesario hacer un esfuerzo monumental para entender que a veces el fracaso no depende de una (o uno, en este caso), si no de que simplemente el «otro» tuvo más suerte o ¿por qué no? fue mejor.
En la novela de Foenkinos, Martin Hill ni siquiera se ha planteado ser actor. Un productor, David Heyman, lo conoce por casualidad en el set de Notting Hill —sí, aquella película con Hugh Grant y Julia Roberts en los noventa—, en donde su papá está trabajando como utilero. Resulta que, en una concatenación fortuita de los acontecimientos, ese día John no tuvo con quien dejar a su hijo Martin porque Rose, la canguro, tuvo una emergencia, así que se lo llevó al trabajo. Cuando Heyman, que había ido a buscar un guionista para la primera entrega de la saga, Harry Potter y la piedra filosofal, lo encuentra por casualidad, casi se va para atrás porque el parecido del niño con el personaje que describe J.K. Rowling es impresionante: pelo rebelde, largo, gafas redondas, introspectivo pero smart, como dicen en inglés, ese adjetivo que equivale a nuestro «abusado».
No voy a narrar punto por punto la novela —mejor cómprenla o descárguenla o que alguien se las preste— sólo diré que después de descartar a miles de niños, los dos finalistas para conseguir el papel eran Martin Hill y Daniel Radcliffe, y que el pequeño Martin ya estaba casi seguro de que se lo darían. Por eso, el golpe de no haber sido elegido fue brutal.
Imagínense lo que es vivir año con año, con la aparición de libro tras libro y película tras película de la saga, viendo el rostro sonriente de Radcliffe por todos lados: en los espectaculares en la calle, en la publicidad del metro y los autobuses públicos, en los trailers de los cines, en las entrevistas en tele y cine, oírlo mentar en las conversaciones de los compañeros de escuela.
Aunque Martin se ve obligado a mudarse a Francia con su madre a raíz de la muerte de su padre, el fenómeno Harry Potter lo persigue allá también. Y hubiera ocurrido lo mismo si se hubiera ido a Nueva York, a la Ciudad de México o a Timbuctú: la fiebre por el mago se había apoderado del mundo entero. No por nada J.K. Rowling se convirtió en la mujer más rica del Reino Unido (no sé si lo siga siendo, pero ¿qué demonios importa ahora?).

El trabajo de Martin Hill será intentar, por todos los medios, reconstruirse, reinventarse, dejar de ser «el número dos». Y en esta dolorosa travesía, David Foenkinos utiliza el sentido del humor, una ironía negrísima que permite al lector respirar y disfrutar de cada momento de la lectura, así como ser capaz de experimentar una gran empatía por el niño y reconocerse en él. Porque, a ver, ¿cuántos Martin Hills no habrá en este mundo? No lo sé, de lo que si estoy segura es que muchos, millones, más que Daniel Radcliffes. El planeta está lleno de Martin Hills.
«Puede que la vida humana se resuma en eso, en una incesante experimentación de la desilusión, para desembocar con más o menos suerte en la gestión del dolor».
David Foenkinos. Número dos.
Ahora debo confesar que nunca había leído a David Foenkinos y que, como ya dije, lo disfruté mucho. Sin embargo, también debo decir que la última parte de la novela se le cae. No sé si es que el tema se agota en sí mismo o el hecho de que haya recurrido a un final más o menos «feliz» (sorry por el spoiler), o por ambas cosas, pero a mí en lo personal no me convenció.
Pero bueno, el resto del libro bien vale la pena. Aquí me he referido al dolor y la sensación de fracaso de Martin, pero Foenkinos también construye con gran acierto la relación del niño con John, su padre, un inventor fracasado devenido en utilero, y con Jeanne, su madre, una periodista siempre ocupada, a la que le importa mucho su carrera pero que no por ello no se preocupa por su único hijo.
La novela es entrañable, divertida, profunda, intensa. También es breve: son 222 páginas a largo de las cuales no sabemos cuándo el autor está tomando datos de la «realidad» —por ejemplo, cuando narra la historia de David Holmes, el doble de Daniel Radcliffe que quedó tetrapléjico después de un accidente filmando una escena en la que «debía zigzaguear entre bolas de fuego montado en su espada voladora»—, pero, una vez más, eso no es lo más importante, sino la manera en que el escritor construye la ficción. En momentos, Martin Hill parece incluso estar viviendo la vida del propio Harry Potter, como cuando su padrastro y el hijo de éste le hacen la vida imposible, tal y como los Dursley al joven mago.
Lo último que diré es que me leí Número dos en un sólo día. Así de entretenida es. Yo soy una lectora voraz y rápida, pero aún así hay libros que empiezo con mucha ilusión y luego me cuesta mucho terminar. Así que, para lo que valga mi opinión, les digo que no se la pierdan, que así sean del equipo de los Daniel Radcliffes (aunque sean la absoluta minoría en este mundo) o de los Martin Hills, la van a disfrutar de verdad.
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