Raw, la bestia latente


Por Octavio Cervantes

Pocas películas hablan de manera literal desde las vísceras, y probablemente por eso mismo son poco apreciadas. Ahora me vienen a la cabeza Irreversible (2003) y Enter the Void (2009), ambas de director y guionista argentino Gaspar Noé; y por supuesto, Raw (2016), de la francesa Julia Ducournau. El común denominador en esas tres cintas es el argumento sencillo, pero un despliegue técnicamente asombroso, brutal.

Raw cuenta la historia (que más bien es un intento de supervivencia) de Justine (Garance Marillier), una joven universitaria inscrita en la carrera de veterinaria en un internado. Las cuestiones que complicarán su estadía ahí emergen, poco a poco, desde cloacas demoniacas.

Es destacable el ritmo de la película, casi como arcadas que punzan. Son pulsiones que no comunican otra cosa más que hay un fondo macabro que está a punto de desplegarse. Puede ser algo tan sencillo como la cicatriz del padre de Justine en el labio superior (¿será la marca de su primer beso con la madre?), o podría ser el comentario que una chica le hace a Justine cuando come el trozo de carne que la intoxicará poco después: “acabas de cometer tu primer error”.

Ella Rumpf y Garance Marillier en Raw.

Los personajes son complejos en tramas sencillas, ello potencia toda la historia. En este caso, tenemos una bifurcación de la personalidad de la protagonista, Justine, una chica apaciguada (efectivamente, casi como si estuviese amordazando algo dentro de ella), inteligente, observadora, sin brillo propio, pero con muy buenas intenciones. No obstante, inversamente proporcional a esa faceta, tenemos un monstruo que ama la sangre tibia que mana de los cuerpos, que no hace más que esperar a ser liberado para alimentarse de ella y su carne, sin ningún miramiento. Es la gula misma (y una suerte de posesión demoniaca). Podría sonar polémico, pero aquí veo cierto paralelismo con Patrick Bateman (Christian Bale) de American Psycho (2000), de la canadiense Mary Harron. Lo pondré en los siguientes términos: si omitimos la atmósfera de la sociedad de consumo en American Psycho, existe un punto donde ambos personajes convergen. Por un lado, Bateman proyecta la cara de un hombre amable, atento y exitoso, pero a espaldas de todos es un brutal asesino serial.

Justine es una chica que pasa desapercibida, pero que a espaldas de todos es una amante compulsiva de la carne humana, un fenómeno parecido al del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, donde en un mismo cuerpo habitan dos polos que son extremos y opuestos.

Justine y Bateman los encarnan bien. En ambos casos actúan de manera correcta durante su faceta pública, pero esa apariencia se resquebraja conforme avanzan las respectivas películas, hasta que al final dejan sus vulnerabilidades a flor de piel. Irónicamente, sus colapsos son opuestos. Justine, la chica amable, distante y buena, se convierte en un ser agresivo que ataca a su hermana, mientras que en Bateman se da la desintegración de toda la violencia que emanaba, es un volcán que se apaga.

Más allá de la comparación, hay que notar que existe un arquetipo que Justine ejemplifica en Raw: la bestia latente, el mal que a todos habita pero que algunas personas no pueden controlar. La representación de esto es muy artístico en la cinta: hay algo en el color rojo que despierta pasiones, pero también significa peligro. La sangre, por brutal que sea verla en vivo, es un elemento estético en ésta cinta, así como todos los los movimientos corporales. La película es movimiento, un espectáculo en el aspecto técnico, las imágenes se quedan vibrando dentro de la cabeza del espectador.

El final del viaje es la conclusión ideal para el planteamiento de la película. Ante el encarcelamiento de Alexia (Ella Rumpf) —hermana de Justine—, y ante la profanación del cuerpo de Adrien (Rabah Nait Oufella), el mundo de Justine está en crisis, pero, como diría el youtuber César Hernández de Esquizofrenia Natural: “la vida siempre es más, más jodida o más hermosa”. En ese caso, fue más jodida: la maldición es hereditaria, el padre (Laurent Lucas) tiene las marcas del terror en su cuerpo, “seguramente tu encontrarás una solución”, le dice a su hija tan tranquilamente. ¿Será por una razón?, ¿será quizá que ha encontrado el modo de apaciguar las ansias de comer carne y vísceras?, ¿será que mata a espaldas de todos? Nunca lo sabremos, pero ahora el peso sobre los hombros de Justine termina por hundirla: está enferma, pero ama su condición, y de eso precisamente trata la película, de la lucha interna que el ser humano tiene contra sus propios deseos malsanos, sobretodo si éstos atentan contra la integridad ajena. Raw expresa los límites de esa lucha.

Recomiendo ampliamente la cinta que se encuentra en Netflix, pero definitivamente no es para los estómagos sensibles.

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