Daniel Lezama se parte la crisma


Por Concha Moreno

Si algo se puede decir del pintor Daniel Lezama es que no se toma su arte al ai’ se va. Para Lezama pintar es una especie de acto chamánico, ser un medio para que el espectador entre a espacios ilimitados en impecabilidad. Cómo decirlo en derecho: para Lezama pintar es romperse en el lienzo, desdoblarse, explorar dimensiones cuasipsicotrópicas.

Lezama es un creyente de que la pintura no ha muerto y se rompe la crisma para demostrarlo. Pintor de una generación —la que llegó al mundillo del arte en los años noventa— en la que la figuración era una forma de subversión, Daniel Lezama es un artista accesible para quien de el paseo por Vértigos de mediodía, su exposición retrospectiva recién abierta en el Museo de Arte Moderno. Hay aventura en la obra del artista, hay vértigo, pero también hay un lenguaje que todos compartimos tras siglos de arte figurativo. Lo que quiero decir: cualquiera que haya entrado a una iglesia y hay entendido un cuadro sacro o un mural de grafiti, por dar ejemplos bobos, puede entender el código de la obra de Lezama.

Pero al mismo tiempo a Daniel Lezama le viene guango el público. Él no pinta para gustar a nadie, según ha contado en diversas ocasiones, sino para hacer una exploración profunda de quién carajos es él mismo. Lo que vemos en las paredes del Museo de Arte Moderno es una suerte de psicoanálisis autoinducido.

¿Qué se puede decir de un artista sin sonar a cliché? Decía Van Gogh a su hermano Theo en una célebre carta: «Ojalá hubiera un poco de aire, un poco de luz y felicidad… que se sienta en la forma de la creación, aunque todo lo demás sea sombra». El artista busca capturar un pedazo de vida, un algo indomable, el modo de decir que una experiencia humana existe en un pedazo de materia que es tangible, que se puede percibir. Ese tránsito es lo que llamo chamánico en las piezas de Lezama.

A Lezama le encantan los desnudos y le fascinan los genitales. También hay claves del folclor mexicano en sus piezas. Lo que nos da de resultado imágenes en las que cuerpos perfectos en su imperfección–senos caídos, hombres de cuerpos fofos, niños con barriga, falos chatos en plena erección– que conviven en los cuadros con símbolos de nuestra tradición como el ayate de Juan Diego, pulque, adoración por la piel morena, sexo en descampados donde hay nopales y magueyes.

¿Están pensando en el neomexicanismo? Hay algo de eso, aunque al pintor no le gustaría esa definición. Se siente atraído por México al mismo tiempo que lo repulsa y lo vomita en el cuadro. Dice, a la letra en un video que acompaña a la exposición, que su relación con lo mexicano es incestuosa, porque dentro de sí lleva lo mexicano y lo mexicano acaba siempre apareciendo en su obra lo quiera o no. Les digo que es peliagudo esto y verlo es muy impresionante. A lo mejor salen asqueados de la exposición (en muchas de las piezas hay una sordidez difícil de tragar), pero no los dejará indemnes.

No es que Vértigos de mediodía no tenga sus puntos flacos. Por una especie de fervor completista el curador seleccionó algunas obras tempranas de Lezama que deberían quedarse en un clóset para toda la vida y nunca recibir la luz del solo jamás, así de horrendas. Ahora, quizá están ahí puestas para que demos testimonio, oh mundo nuevo y bravo, de que cómo Lezama evolucionó en menos de una década de un artista mediocre a un creador difícil de sacudirse de la memoria.

O sea, pues, que mí me gusta mucho Lezama. Soy público entregado porque llevo años siguiendo a Lezama y hasta lo he entrevistado en un par de ocasiones (una vez me dijo que su artista contemporáneo favorito es el rapero Eminem por su honestidad incontestable. Señor Lezama: hágame un hijo). Puedo decirles que el amor por un artista rompe el corazón cuando uno ve que no se le hace justicia. Celebro esta retrospectiva como una forma de reconocimiento a uno de los grandes artistas mexicanos de este siglo. Ya dije. Váyanla a ver y si ni les viene ni les va, les devuelvo los 80 pesos que cuesta la entrada al Museo de Arte Moderno (Reforma con avenida Gandhi, Chapultepec, Ciudad de México). Lo digo sin miedo a que me quede sin fondos porque estoy segura que no saldrán indiferentes y una opinión en plata sacarán de la exposición.

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