Indio borrado bailará vallenato en Colombia. Entrevista a Luis Felipe Lomelí


Indio borrado bailará vallenato en Colombia. Entrevista a Luis Felipe Lomelí

Por Consuelo Sáenz

De formación Ingeniero Físico Industrial, Luis Felipe Lomelí tiene un doctorado en Ciencia y Cultura por la Universidad Autónoma de Madrid. Irrumpe en el ámbito literario en 2002 cuando obtiene el Premio Nacional de Literatura de Bellas Artes por su libro Todos santos de California. De esa época datan otros premios: el Internacional de Cuento, San Luis Potosí, y el Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadez”. Su nombre ya figura junto al de Augusto Monterroso por haber escrito uno de los microrelatos más breves, El emigrante.

Luis Felipe Lomelí
Foto: Irma Gallo
Hablar con Luis Felipe Lomelí (Jalisco, 1975) es un riesgo, porque permea en él la crítica aguda e incisiva de quien se ha formado en los terrenos de la investigación científica. Ordena el mundo por habilidades matemáticas, logística, control de los procesos y optimización de los sistemas complejos… goodbye al resto de los mortales. Pero yo me atrevo. Me interesa conocer su opinión de distintos temas de actualidad. Seleccioné algunos: literatura del norte, reseñas literarias y feminismo (éste último causó particular polémica debido a una publicación hecha por Lomelí en Facebook, cuando envió una “felicitación” por el Día Internacional de la Mujer que no fue bien recibida), entre otros. Dice que de reseñas literarias ha escrito mucho y de feminismo también. Que si me parecía mejor lo dejáramos para otra entrevista. Dispuesta estoy si su propuesta sigue en pie.  Continúa con la promoción de su más reciente novela Indio borrado (Tusquets, 2014).

Luis Felipe G. Lomelí ¿qué significa la G?

Gómez. Lo que he publicado en ciencia (dos libros, El ambientalismo y Naturaleza y sociedad, y capítulos en varios) los firmo como Luis Felipe Gómez, Luis Felipe Gómez L., L.F. Gómez-Lomelí, etcétera. Mi última novela, publicada en Miami, Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta, la publiqué como L. F. Lomelí. Me gusta jugar con diferentes firmas como si fuera varias personas. Aunque las básicas son sólo dos: Gómez, científico; Lomelí, escritor.

Naciste en Etzatlán, Jalisco, viviste en Monterrey, Colombia y otros lugares. Preparando la temática de las preguntas que deseo plantearte, no encontré revelaciones de tu vida personal. Lo que nos has compartido es sobre el movimiento de emigrante que has realizado a lo largo de tu vida, el agradecimiento a la vida por el nacimiento de tu hija, y una anécdota que compartiste con un grupo de estudiantes, en el que mencionas que sorprendiste a tu padre cuando llegabas de la escuela teniendo sexo con la empleada doméstica. ¿Es cierta esa anécdota, Luis Felipe?

No, era un ejemplo (dramatizado) para hablar sobre la diferencia entre el cuento y la novela, entre la epifanía y el proceso. Pero la conferencia está recortada en ese video.

Cuéntame de tu familia, cómo fue tu infancia.

Feliz. Aunque estoy seguro de que he aprendido menos de lo que debería de cada uno de los miembros de mi familia.

¿Fuiste un niño con privilegios? ¿Tuviste escasez en tu infancia? ¿De qué tipo?

Creo que difícilmente se puede hablar de alguien que no haya gozado ningún privilegio o de alguien que no haya sufrido carencia alguna. Cada quien sufre y goza según su circunstancia. No obstante, visto desde la sociología de la literatura y aunque desde hace un siglo ya hubiera casos (como Heriberto Frías), creo la mía es la primera generación de escritores donde, por un lado, ya no es excepcional haber crecido en un hogar uniparental, haber sabido desde la infancia lo que es comer un sólo platillo –acaso- por días y días, no tener la seguridad de un techo propio, entender la maravilla de un colchón o del agua caliente, entender el trabajo como una contribución al hogar desde antes de los diez años, etc., y, por otro, la primera en poder aprovechar en mayor número las becas de la SEP, el gobierno federal y del estado, de las instituciones y fundaciones privadas para poder estudiar más allá de la primaria, aprender algún idioma, incluso a tocar algún instrumento.

Indio borrado es tu más reciente novela. Creaste una historia de adversidad, miseria, violencia y narcotráfico que se desarrolla en Monterrey; vivida por un niño, casi adolescente, al que apodan El Güero. Sus conflictos existenciales que, traduzco, apenas y los puede definir él mismo porque ¿qué puede saber un púber de 13 años que apenas está despertando a la vida? Quiere apresurar sus experiencias vitales para convertirse en un hombre. Simone de Beauvoir dijo que “la mujer no nace, se hace”. El varón, en este caso, busca realizarse, convertirse, no se asume un hombre aún. Encuentro interesante esa dualidad entre el ser y estar, asumido esto último como una transición. Pienso en la explotación infantil en las primeras décadas de la revolución industrial, cuando se depositaba en los niños la responsabilidad de sacar el trabajo adelante tal como lo hacía el adulto. En Indio borrado, el protagonista comete parricidio. ¿Por qué se te ocurrió poner a un niño ante esta situación?

Porque es la historia de mucha gente a la que quiero mucho, de amistades que siguen siendo de mis más cercanas y de otras que nos hemos perdido la pista. La historia, ya sea de la necesidad de ser alguien a través del trabajo desde los nueve o los 13 años, o del entorno de violencia familiar y social. El parricidio en específico pudo haber sido detonado por la historia de una de mis amigas más queridas, exguerrillera, quien durante un entrenamiento se dio cuenta de que sólo quería matar a una persona. Tenía 13 años, más o menos. Yo no creo que alguien a los 13 sea un niño o una niña pues a esa edad yo no me sentía niño y, desde el punto de vista biológico, uno ya es adolescente.

En alguna de tus entrevistas mencionaste que la fuga de la realidad es un signo de nuestros tiempos. Te planteo lo siguiente, pensando desde los terrenos de la fe -conste que no menciono religión- ¿Considerarías que las creencias espirituales están en desuso, son obsoletas? O ¿podrían ser un freno contra la evasión y la delincuencia?

La fe, de algún modo, es (casi) inevitable: pues toda teleología –o explicación a distancia- puede servir de incentivo o motor a la acción. Cambia el objeto de la fe, de “la Verdad nos hará libres” a “la Historia me absolverá”, del paraíso ultraterreno al paraíso cientificista y terrenal, etc… Pero la forma del acto de fe y sus implicaciones permanecen constantes. La hegemonía de un sistema de creencias teológico ha caído en desuso, así como la idea de Dios como explicación última. Pero pensar que se han vuelto o se volverán obsoletas estas prácticas es, irónicamente, un acto de fe: creer que hay una verdad, otra verdad, que eventualmente se sobrepondrá urbi et orbi et per secula seculorum sobre el resto. Así, por supuesto que pueden ser un freno para algunas personas (ésa es una de sus intenciones, precisamente), pero me parece que las sociedades contemporáneas ameritan soluciones más creativas y menos reduccionistas. Más aún, y pensando en la atrocidad que vive el país, en lo que sí siguen teniendo ventaja las religiones contra cualquier otra aproximación es en el tratamiento del duelo.

Luis Felipe, ¿el hombre es bueno por naturaleza?      

No. Pero tampoco es general la versión que se toma desde Plauto: homo homini lupus. Los conceptos morales, la bondad y la maldad, cambian con el tiempo y las sociedades. Por ejemplo, la maldad en México se entiende de forma muy diferente al mundo anglosajón, tal vez por eso es que acá casi no hay literatura de horror pues ni siquiera tenemos una traducción directa de “evil”.

¿La violencia es un problema de clase social?

Claro que es de tipo social, si fuera un problema tecnológico podríamos inventar algún artefacto para disminuir o hacer desaparecer la violencia. Pero todo lo que hemos inventado, aunque ése pudiera ser su objetivo, ha servido incluso para lograr lo contrario: armas, policía, ejércitos, videocámaras, códigos legales, etcétera. Si fuera un problema de índole divina, estamos en el hoyo porque la divinidad y sus vicisitudes han ido perdiendo fuerza como programa de investigación -en términos de (Imre) Lakatos- pues su poder heurístico se concibe cada vez como más limitado. Por último, es imposible reducirlo a un problema biológico, de la “naturaleza humana”, pues los estudios de biología comportamental, incluso en especies no sociales, han mostrado cómo el entorno y las interacciones (sociales) influyen en el comportamiento de los individuos. Por lo mismo, tampoco puede reducirse a un problema psicológico ni psiquiátrico.

Ahora bien, si la pregunta quería implicar “clase social” como “estrato socioeconómico”, no: la violencia no sólo se da en todos los estratos socioeconómicos sino que los motores de la violencia van más allá de las cuestiones de patrimonio y escasez. Por supuesto, tener a una minoría pudiente presumiendo de forma constante su riqueza delante de una mayoría pobre, no es el mejor antídoto para la paz social. Peor todavía cuando hay otra minoría pudiente que se la pasa diciendo que es pobre delante de gente que gana cinco o diez o veinte veces menos que ellos.

En otras ocasiones te has referido a las bondades de la tecnología y que no crees que el libro impreso desaparezca. ¿Estás de acuerdo con los que piensan que el libro impreso ha caído en el descrédito como forma de prestigio social? Es decir, que es más cool descargar un libro en tu celular inteligente que tenerlo impreso.

Si puede parecer más cool no sé. Pero tecnológicamente un libro en papel sigue siendo superior y ya lo descubrirán –aquellos que piensan en lo cool– dentro de algunos años, gracias a la obsolescencia programada.

Literatura del norte

Formas parte del libro Norte, Una antología (Era / Fondo Editorial de Nuevo León / Universidad Autónoma de Sinaloa / CONARTE/ CONACULTA, 2015), compilado por Eduardo Antonio Parra. Como norteña, la etiqueta de “literatura del norte” ha llegado a fastidiarme. Incluso, en algunas convocatorias la aclaración es específica: para el premio a cuento o novela se premiarán aquellas que tengan relevancia y/o problemática regional. Lo he visto, soy testigo. Para el escritor Jesús Gardea el mote de “literatura del desierto” era una invención de los centralistas (claro, dicho con el argot del populacho). Insistió en mantener prudente distancia en la llamada literatura del desierto. Cuando le preguntaron «¿le debe usted algo al desierto?», respondió: “No creo en la novela del desierto. Eso es un invento de los críticos del Distrito Federal. Pienso que la influencia de la provincia o del lugar donde vivo (Ciudad Juárez) es un medio urbano como puede ser una colonia de la Ciudad de México. No creo que exista una gran diferencia entre vivir entre una y otra. Por ejemplo, hay gentes del Distrito Federal que no conocen más que su colonia, no saben quién es quién y tampoco saben de calles y lugares comunes de la urbe. En cierto sentido son provincianos. Quizá la fuente que en verdad me ha inspirado ese afán por narrar sería la luz de Ciudad Juárez y de Chihuahua. Una luz especial, un punto luminoso demasiado fuerte. Para mí este tiempo de luz tiene información. Pienso que las situaciones y los seres contenidos en mis relatos responden o se mueven por esta calidad de luz. Por ejemplo, la luz en Ciudad Juárez durante agosto es deslumbrante, dura y brillante. No puedo admitir el concepto de novela o escritor del desierto, pues yo vivo en un medio urbano.” (Este fragmento corresponde a una entrevista al autor publicada en Proceso, número 933, México D.F., 17 de octubre de 1994, páginas 70 y 71. La entrevista la realizó José Alberto Castro).

Es decir, se trazan afinidades y también distancias. Luis Felipe ¿la literatura del norte es una etiqueta comercial que, devino por intereses mediáticos y de mercado, en otra categoría: la narcoliteratura, o surge como contraposición a una hegemonía centralista?

Creo que todas esas explicaciones son más o menos correctas. No sé a quién se le ocurrió primero ni porqué pero no fue en el norte. A mí me parece que fue una cuestión más de los periodistas culturales y de la academia en Estados Unidos (porque a ambos les da por poner etiquetas), pues mediática y comercialmente no creo que haya servido de mucho. En todo caso, tal vez se hizo para restarles lectores, para menospreciar, a un grupo de escritores que tenían textos más contundentes pero estaban fuera de los cotos de poder (y por eso, precisamente, es que Gardea renegaba de la etiqueta… pues su explicación de la luz en la canícula no tiene parangón en otro tipo de bioma).

Después, creo, ha sido resignificada por aquellos que habían sido etiquetados.

En una entrevista, Hernán Lara Zavala sentencia, incomodando a críticos y escritores: “Creo que la buena literatura subsistirá siempre. No hay temas buenos ni malos, sino buenos y malos tratamientos. Está de moda la literatura del norte, con temas sobre el narcotráfico, y existe porque la realidad es así. Pero se acabará muy rápido. ¿Qué más se puede decir sobre El Chapo, tras las atrocidades de Pablo Escobar? ¿Qué más tras conocer las atrocidades que que producen los mismos seres humanos? Una buena literatura no puede sustentarse en solo en eso. A nosotros nos tocó el 68, el culto a la juventud, los ensayos con la droga que después se convertirían en el inicio del tráfico en el mundo.”

Mi interés en lo que menciona Lara Zavala se enfoca en “No hay temas buenos ni malos, sino buenos y malos tratamientos”. Acaso en la literatura del norte encontramos los mismos tratamientos, sin novedades, el mismo recalentado (recordando a un talentoso crítico). Lo que pugnaba Rafael Lemus http://www.letraslibres.com/revista/convivio/balas-de-salva era una forma de narrar, una narrativa complaciente y orgullosa de sí misma y de su región, que en lugar de ficcionalizar la reproducía sin imaginación. Creo, intuyo, que algo similar quiso decir Lara Zavala. Tú mencionaste que buena parte de la literatura tiene que ver con la violencia, en cualquier lugar del mundo. ¿Qué podemos decir de la literatura escrita en el norte? ¿El tratamiento que se le brinda obedece a una falta de imaginación o está hecha para incentivar intereses mediáticos?

Ninguna de las anteriores. Empiezo con la pauta que me diste: ¿alguien puede decir que a Gardea le faltaba imaginación o escribía para incentivar intereses mediáticos? Si es así, creo que quien lo dice no lo ha leído, estuvo a punto de reprobar en su clase de comprensión de lectura en la secundaria o sólo le parece “literatura” su muy propio y reducido concepto de literatura. Y lo mismo con el resto de escritores norteños que se me vienen a la cabeza cuando pienso en “literatura del norte”. Yo no sé en qué autores piensen ellos cuando repiten el mantra de Lemus. Lo que sí me queda claro es que Lemus, quien es uno de los pocos que se ha animado a nombrar autores (a otros les he preguntado directamente y omiten la respuesta), o cae en alguna de esas posibilidades o no supo redactar: ¿a Sada le faltaba imaginación o escribía para incentivar intereses mediáticos?, ¿a Toscana?, ¿a Crosthwaite?, ¿a Cristina Rivera Garza?, ¿a Parra?… ¿Comparados con quiénes de la literatura actual mexicana, por favor?

Dicho de otro modo, en el mejor de los casos ese juicio se podría haber hecho también sobre cualquier otro grupo aleatorio de escritores y haber “acertado” de la misma forma. Por lo tanto, es un juicio vacío.

Ahora bien, históricamente y de un lado a otro del mundo, a una comunidad en conflicto siempre le parece que sus artistas no están a la altura (ahí están las críticas en Nigeria a Achebe o a Chimananda Ngozi Adichie; en Sudáfrica a Coetzee y a Gordimer; en Colombia a García Márquez y Vallejo; en Israel a Amos Oz et al.; en España a todos los que hayan escrito sobre la Guerra Civil, etc.) pues el dolor es mucho y uno quisiera, como lector/espectador, poder hacer catarsis de su propio dolor por medio del arte… pero esto es casi siempre imposible. Desde esta perspectiva me quedan muy claras las críticas que ha hecho Héctor Abad Faciolince sobre sus colegas colombianos, o las que pueda tener cualquier norteño sobre sus escritores. La mejor respuesta, para escritores norteños, creo que sería la que dio Héctor Abad: escribir la novela que no existía, El olvido que seremos.

El asunto con Lemus y anexas es que no viven en la zona de conflicto sino en la zona de confort y esa querella, entre los escritores que escriben sobre un conflicto -irrevocable, avasallante, aterrador- y los que escriben sobre cualquier otra cosa, también tiene su larga historia. Curiosamente, siempre son los que escriben sobre cualquier otra cosa los que critican primero a los otros. Tal vez porque los otros están más embebidos en su realidad que en buscar rencillas cortesanas.

Por último, me parece un tanto apresurado involucrar a Hernán. Leyendo la entrevista se nota que es la respuesta menos meditada.

Lomelí asistirá este año a Bogotá a presentar su novela. Al respecto, comentó:

Quien va de viaje a Colombia es mi novela Indio borrado, lo cual me parece maravilloso por muchos motivos: los puentes culturales entre Monterrey y Colombia son anchos y fuertes, el Güero y los Rats -personajes de Indio borrado– escuchan y tocan vallenato y, por supuesto, Colombia también es mi casa o, como me dijo un camarada cuando vivía por allá: «los paisas somos tan berracos que nos da por nacer en cualquier lado: a usted, por ejemplo, le dio por nacer en México… pero es paisa».

Consuelo SáenzConsuelo Sáenz (Ciudad Juárez, 1973) es licenciada en sociología. Obtuvo la maestría en Educación, Investigación y Docencia, por la Normal Superior de Ciudad Madero, Tamaulipas. Becaria del taller de creación literaria ICHICULT, 2010. Ha incursionado en distintos géneros: entrevista, crónica, cuento, ensayo, poesía y relato. Colaborado en prensa escrita, revistas electrónicas y radio. Participó en dos libros colectivos: Manufactura de Sueños (Rocinante Editores, 2012) y 43 Poetas por Ayotzinapa (Los Cuadernos del Canguro Bolsón Editorial, 2015). Colaboradora para la revista electrónica de arte y cultura Rancho las voces, en Chihuahua.

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