Por Celia Gómez Ramos
Inmóvil cuando estoy expectante. Inmóvil cuando no encuentro el camino. Inmóvil cuando permanezco atemorizada. Inmóvil cuando deseo desaparecer. Inmóvil…
Tanto, como resolver con tu propio pellejo y herramientas de la naturaleza, sofisticadas o no por la tecnología, tu propio instante. Momentos de definición en que no sabes si regresas o partes.
Llamé a emergencias. Estaba sola.
Nadie más veía aquella sombra que empezó siendo mancha. Lo supe luego. Estaba consciente que al volver a casa, se encontraría doblada como yo. Prefería tocar la punta de los dedos de mis pies, y no la de mis talones; de cualquier manera, era un adefesio. Olvido de mí y comienzo nuevo. Un ejercicio que no debí haber abandonado por tanto tiempo.
Inmóvil estoy en este momento, pero al correr mi vida comprendo que no es cuestión física aunque ahora lo sea. Inmóvil, inmóvil siempre, siguiendo patrones, respondiendo a las expectativas de los otros; nunca a las mías.
Regeneración de la apuesta. Tejidos que se deforman. No importa. Los médicos dicen que esto no es físico, y para mí hoy lo es. Afirman que es mental, pero justamente ahora, no lo concibo. No me muevo como antes ni camino como todos, y sin embargo, me reedifico. No estoy inmóvil. No desperté de ningún sueño. Puedo soportar esto y empezar de nueva cuenta.

Deja una respuesta