El último momento en que tocas a tus muertos


Por Irma Gallo

Para Laura Urraca Gonsen

Hace dos años y medio, una amiga decidió que era momento de salir de escena. Ella, mujer sensible, artista plástica, lectora, bebedora de café y fumadora empedernida —todas ellas al mismo tiempo—, maquillista de Canal 22 durante muchos, muchos años, se fue cuando y como quiso.

Su muerte me pegó duro. Sentí que no había estado para ella lo suficiente, que desperdicié el tiempo que pude pasar platicando con ella, que era una gran conversadora, y que los últimos dos o tres años sólo la veía cuando me maquillaba en el canal.

Hacía tiempo que no lloraba, y cuando sucedió, se abrieron todas mis compuertas y me volví mar embravecido.

Retrato de Laura Urraca Gonsen en un rincón de mi casa

Entonces, encontré una forma de no extrañarla tanto: verla todos los días. Busqué una foto de su Facebook y mandé imprimir una ampliación a la que, por supuesto, le compré un marco. Desde entonces me mira desde el rincón en que la acompañan un par de plantas en botellas de vidrio y dos veladoras. Me pone de buen humor verla, saludarla cuando paso por ahí.

A veces todavía le platico cosas. Por ejemplo, cuando renuncié a Canal 22. Le dije: «Me fui, Lauris. No me quedé toda la vida como creímos». Me parece que sonrió.

Hace unas semanas leí en Maremoto Maristain una entrevista que Mónica Maristain le hizo a Melina Balcázar, ensayista, traductora y doctora en Literatura Francesa, por su libro Aquí no mueren los muertos (Argonáutica/UANL, 2020) https://bit.ly/2Mpn8dA. Me interesó tanto el tema de la relación entre la fotografía y la muerte, que de inmediato supe que quería hacer esa entrevista.

La historia de cómo contacté a Melina gracias a los buenos oficios de Lucirene Castellanos, que lleva la prensa de Argonáutica —y que además me envió el ejemplar, lo cual le agradezco mucho también porque es bellísimo—, no tiene nada de interesante, pero sí la charla que por fin pudimos tener, la autora y yo, sobre su brillante ensayo.

El origen

«El duelo, que finalmente da origen al ensayo, es la fotografía de mi abuela que siempre traigo conmigo», me dice. «Es una fotografía muy pequeña y siempre me ha parecido paradójica porque en el fondo no la representa. Está siempre esta cuestión de que la fotografía tiene una parte injusta, que no logra captar lo que nos parece esencial en la persona que queremos y ya no está. Es una pequeña fotografía de identidad de la que hago mención en el ensayo».

«El segundo punto es cuando descubrí la fotografía que se encuentra al centro del tercer ensayo, el que está dedicado a la fotografía post mortem, que es una fotografía en la que ves a un padre con su hijo muerto».

Imagen a la que se refiere Melina Balcázar, tomada directamente del libro

«Se puede calcular que el niño tiene entre un año y dos años», continuó, «y me impactó mucho, porque había varias cosas: el hecho de que sea una fotografía en la que aparezca un padre —generalmente son las madres las que aparecen con los niños muertos—, y

me impactó también por la pose en la que se colocó al niño: lo vemos como si estuviera en vida, como si estuviera abrazando al padre, y vemos, sobre todo, la mirada del padre que está llena de tristeza —creo que es decir poco—.

Esta mirada fue lo que me llamó a querer escribir sobre ella, a querer entender, a querer relacionarme con esta imagen. Y de alguna manera, también a entender mejor la imagen que yo misma llevo de mi abuela muerta conmigo», me dice Melina Balcázar, y pienso que aunque la foto que conservo de Laura no le fue tomada después de su muerte, de alguna manera también quiero entender porqué, cuando supe que no la vería más a ella, a la persona que fue, sentí esa necesidad de tener a la vista una imagen suya.

«Fue una manera de interrogar, de tratar de entender mi propio gesto, pero en los gestos de los otros», continúa la escritora. «Creo que es importante esta cuestión de la memoria, que en el momento en que nos sentimos perdidos, nos sentimos conmocionados por algo, de alguna manera hay cosas que se despiertan, que nos ayudan —o pueden ayudarnos, es lo que yo espero— a crear, a hacer algo diferente con nuestras experiencias, con nuestros propios sentimientos, con nuestras propias interrogaciones».

Hay amor en las fotografías que me interesaron

«Para poder leer la muerte de otra manera, entenderla de otra manera, fue necesario salir de México», dice la escritora, que lleva varios años viviendo en Francia. «La fotografía post morten surge, como bien lo recuerdas, en Europa.

Dejó de fotografiarse a los muertos, una de las hipótesis es que después de la primera guerra mundial. La muerte fue tan masiva, fue tan sorprendente, que este vínculo más íntimo ya no pudo conservarse.

En México, desde luego, había otro terreno. Esta parte de la que hablo, esta cercanía con los muertos. —En mi familia así era, así es—. Y este potencial de irreverencia, de sentido del humor», explica.

«Ahora bien, en las fotografías que me ocuparon», me dice, «lo que me interesaba era ver que hay amor en ellas. Que no son macabras —como, por ejemplo, en la fotografía de la nota roja—, sino que conservan el último momento en el que tocas a tu muerto, esta última mirada que posas en él antes de que se convierta en un cadáver.»

Mortaja y cordón umbilical

Hay una fotografía que me inquieta, y a la que Melina Balcázar dedica otro ensayo. Es la siguiente:

Imagen tomada del libro

«Ver a esta mujer que sostiene con los dientes, con la boca, un pedazo de tela blanco, me hizo darme cuenta de la plasticidad que hay en el efecto de la muerte», responde Melina a la pregunta de porqué la eligió como tema de otro ensayo. «Para mí, ese pañuelo blanco muestra la relación que podemos tener con la muerte. Es decir, por una parte recuerda la mortaja, porque envuelve al niño, pero al mismo tiempo recuerda el cordón umbilical porque muestra el vínculo de la madre, que pasa por la boca, por lo interno, y que la une con este pequeño cadáver, que es como si de alguna manera estuviera vivo.

Es mortaja, es cordón umbilical y es una tela. La tela, en sí, es eso: es movimiento, se puede volver muchas otras cosas.

Esa fotografía me hizo darme cuenta de lo que el efecto que produce el duelo puede generar. Esta plasticidad. Esto que se puede volver otra cosa, que se puede volver movimiento.

Pero sobre todo era una objetivación del vínculo, que a pesar de la muerte, se mantiene. Y también era el rechazo, porque además es con los dientes, el rechazo de romper ese vínculo», explica.

Rulfo y una carta inconclusa

Cuando Melina estaba redactando el texto para la defensa de su tesis de doctorado, sobre Jean Genet y los muertos, se le vino a la mente Juan Rulfo.

«Fue hasta ese momento que me di cuenta de que en el fondo, si me había interesado, si había podido leer de manera tan obsesiva durante cuatro años la cuestión de los muertos más que de la muerte en general, la manera en que una obra se escribe, se dirige, se piensa para los muertos y no para los vivos, era porque Juan Rulfo estaba ahí», cuenta.

Rulfo también me hace volver a la lengua de mi familia: el hablar de mi familia, muchas de las fotografías que toma de los ferrocarriles en México, eran los barrios de una parte de mi familia. Y era como un volver a una lengua que me precedió,

que no es la mía ya —porque mi recorrido intelectual, mi recorrido de vida es otro, mi vida cotidiana es en Francia—, pero en ese momento fue como volver a esta cosa tan profunda, al sustrato de una memoria colectiva, anónima, que en el fondo me parece trabaja la lengua de Rulfo», explica.

Melina Balcázar. Foto: FB de la autora

«Cuando descubrí esta carta en los cuadernos, que alguien le dirige a su madre muerta —puede ser un personaje, puede ser Rulfo—, busqué la información. Contacté a la Fundación Rulfo pero no obtuve nada, «no pasé la prueba». Entonces, con lo que se dice en los cuadernos traté de entender para mí primero la obra de Rulfo. —Que es un poco lo que ocurre con Jean Genet—. ¿Qué implica dirigir tu escritura a los muertos?, ¿por qué alguien escribe una carta a su madre muerta para contar lo que ha ocurrido desde que no está, lo cercano? Y ahí se queda la carta, son como cuatro líneas, la tacha, pero no la tira: la conserva en sus archivos. Yo quería interrogar ese gesto: de qué le escribes a una muerta que quieres, a la muerta por excelencia. Roland Barthes lo decía: su madre era el principio y el final de su escritura», concluye.

¿Qué haces cuando escribes a un muerto? De eso se trata el ensayo, de interrogar ese gesto.

Melina Balcázar

Te invitamos ver la entrevista completa que le hicimos a Melina Balcázar; sólo da click aquí:

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