El gabinete de Bibiana: Jakopo


Por Bibiana Camacho

Jacopo era el peor alumno de la escuela y mi preferido.

Iba a cumplir 19 años cuando conseguí mi segundo empleo, daba clases de inglés en una escuela patito cerca del metro Xola. El horario de 9 de la mañana a las 2 de la tarde me quedaba perfecto para ir a la Universidad. La escuela abarcaba, kinder, primaria y secundaria. Dos colegas y yo nos repartimos los grupos y a mí, por ser la nueva, me tocó el que nadie quería, el grupo donde estaba Jacopo, el 5ºB.

Carmelita, una maestra jubilada de la SEP que trabajaba porque en su casa nadie la aguantaba, me dijo: ten cuidado con ese niño, es un demonio, a mí se me hace que está poseído. ¿Qué hace o por qué? Pregunté a varios maestros, pero nadie me decía; a lo mucho zanjaban la conversación con un: ¡ya verás!

No voy a negar que el primer día de clases llegué nerviosa, por ser primeriza, por Jacopo, porque era mi segundo empleo y el primero como maestra. Las clases de 3ºA y 6ºB transcurrieron con normalidad. Después del recreo me tocaría el temido 5ºB, pero antes de que sonara la campana un niño larguirucho, con la camisa percudida mal abotonada y las agujetas de los zapatos sin amarrar me preguntó

–¿Apoco usted es la ticher?

–Claro, ¿y tú quién eres? –Yo ya sabía quién era, pero lo mejor era hacerme tonta.

–Me llamo Jacopo, trabajo en una funeraria y yo solito me pago la escuela. Tenga. –Dijo antes de que le pudiera decir algo y me ofreció una rebanada de manzana, negra de tanta mugre. No me pareció correcto tirarla en ese momento, así que la guardé en el Tupper vacío donde antes estuvo mi lunch.

La clase transcurrió con normalidad. Nos presentamos, hicimos algunos ejercicios, dejé un poco de tarea. Jacopo, sentado hasta atrás, ignoró la clase por completo, veía hacia la ventana, se sacaba los mocos para embarrarlos en su pupitre y bostezaba descaradamente. No pensaba echármelo de enemigo en la primer clase, ya habría tiempo para intentar ponerlo a estudiar, así que lo ignoré.

Al siguiente día se me volvió a acercar poco antes de que finalizara el recreo y nos tocara clase juntos.

–¿Qué hizo con la manzana que le di?

–La tiré, estaba puerca, ¿qué nunca te lavas las manos? –contesté sin pensar.

–No-o. –contestó cantarín mientras restregaba su dedo índice dentro de su oído para luego limpiarse la ceniza en el pantalón. De pronto se carcajeó:

–¡Ay ticher!, jajajajajaja, yo pensé que se iba a comer la manzana, ¿por qué la tiró?

–Pues porque seguro querías que me enfermara y faltara a clases, ¿verdad? Pero no va a ser tan fácil. –De pronto cesó la carcajada y me miró preocupado, como si yo hubiera adivinado sus intenciones. Y de nuevo la risa, pero más controlada.

–Jajajajajaja, no ticher, cómo cree, jajajajaja. –Y se alejó.

Quizá fue mi inexperiencia, pero trataba a Jacopo y al resto de los alumnos con normalidad, sin regaños excesivos ni lecciones continuas y sobre todo sin hacerme la sorprendida por sus travesuras.

Con el paso de los días Jacopo y yo establecimos una dinámica: me buscaba poco antes de finalizar el recreo y me regalaba algo de comer. Luego de la manzana sucia, un mango podrido y un sándwich de pan blanco sin relleno; los obsequios mejoraron: una manzana completa y en buen estado, un chocolate, una paleta de caramelo. También me platicaba de la funeraria donde supuestamente trabajaba, se llamaba Funeraria El Sagrado Corazón de Jesús:

–A mi mamá no le gusta que ayude a limpiar a los difuntitos, pero a mí me encanta, son como muñecos. Mire, le voy a dar los datos por si algún día nos necesita, nomás no le vaya a decir a mi mamá que usted es la ticher, porque se pone… –abrió los ojos exageradamente, arrugó la nariz y abrió la boca, tanto, que me mostró el bocado a medio masticar de una hamburguesa que estaba comiendo.

Sus comentarios solían ser así, pero no me parecía que fuera mal intencionado. Además me hacía reír, me divertía su compañía. Los demás maestros me veían con desaprobación, Carmelita me dijo un día: no le des alas a ese demonio, qué no ves cómo es. Pero yo sólo veía que nadie se ocupada de él en casa y que era un mitómano consumado, pero inofensivo. Los demás compañeros tampoco hacían amistad con él. Era un niño solitario, observador y con un humor negro que resultaba incómodo. Únicamente los lunes llegaba bañado y con la ropa limpia, el resto de la semana aparecía desaseado, olía mal, no se lavaba los dientes y la mochila era un desastre. Un día quise saber si al menos tenía un cuaderno exclusivo para la clase de inglés y descubrí que usaba los cuadernos del año anterior y que anotaba donde encontraba hojas limpias. En contraste, llevaba todos los libros de texto perfectamente forrados y descubrí que hacía tareas que aún no le habían dejado.

El día del maestro me regaló un conjunto de collar con artes y pulsera dignos de la Tesorito: grandes, dorados, estrafalarios. Aún así me los puse al siguiente día, los usaba al menos una vez a la semana en la escuela.

–Ticher, se me hace que usté nomás usa mis regalos cuando la veo.

–Pues claro, ¿cuándo más? –Se moría de risa, pero afirmaba con la cabeza, como si yo acabara de darle la respuesta correcta.

Con el tiempo descubrí que tenía una memoria excelente, se aprendía los diálogos en inglés y con buena pronunciación, se sabía las capitales del estado, las partes de un enunciado, el himno nacional completo. Pero tenía una escritura lamentable, era casi imposible entender lo que escribía, por eso tenía tan malas calificaciones. Implementé exámenes orales y Jacopo fue el mejor alumno.

Un lunes no asistió, el martes tampoco. Para el miércoles yo ya estaba preocupada, Jacopo nunca faltaba. Pregunté en la dirección y a su maestra de español si se había reportado enfermo o algo, pero me dijeron que no y agregaron ¡pero qué bueno que no ha venido! Nadie lo quería. Averigüé en la dirección de la escuela su domicilio y el viernes por la noche me dirigí al sitio.

Un gran letrero en neón anunciaba: Funeraria El Sagrado Corazón de Jesús. La recepción estaba vacía, sólo había un letrero escrito con prisa en una cartulina que decía: ¡Cerrado! Evento familiar. De todos modos entré. Al fondo de la única sala donde había luz, se veía un ataúd pequeño, como para un niño. Una mujer lloraba desconsolada, mientras otras la abrazaban. A un costado, un grupo de hombres bebían alcohol, silenciosos. Me acerqué con temor y vergüenza. No conocía a esas personas, pero al menos quería saber si Jacopo en efecto trabajaba ahí. Caminé lentamente por el pasillo, pero a los pocos pasos Jacopo me alcanzó, me jaló la mochila y me condujo afuera:

–¡Ticher! ¿Qué hace aquí? – Vestía un trajecito, como los que se usan en la primera comunión, estaba peinado con gel, de raya en medio y olía a loción, con los zapatos lustrados.

–¿Por qué no has ido a clase? Estaba preocupada. –Le dije mientras intentaba removerle sus pelos tiesos, sin lograrlo.

–Perdón ticher, es que estos días han estado muy pesados, hay mucha chamba.

Salimos y nos sentamos en una banca afuera de la funeraria. Me ofreció un cigarro. Mi primer impulso fue decirle que estaba muy pequeño para fumar, pero acepté el cigarro sin hacer comentarios. Mientras fumábamos me dijo que estaba muy contento con la clase y que sentía mucho no haber podido asistir ni avisar, pero que últimamente habían llegado muchos difuntitos.

Quise averiguar algo de sus padres, pero no insistí demasiado, parecía no querer hablar de ellos. Poco antes de despedirnos me dio su tarjeta, hecha por él mismo. En el centro había un féretro, arriba decía: Funeraria El Sagrado Corazón de Jesús y abajo del ataúd decía: Jakopo, seguido de un par de números telefónicos.

–Oye, pero Jacopo se escribe con “c”, ¿no? Aquí está con “k”.

–No ticher, así se escribe, con “k”, pero en la escuela dicen que con “c”, los burros. –Regresé tranquila a casa. El lunes siguiente me enteraría de que Jakopo, mi alumno favorito, había muerto el miércoles pasado y el viernes que fui a buscarlo había sido su funeral. Se cayó de la azotea de la funeraria, quería ver de cerca el nuevo anuncio de neón.

Bibiana
Bibiana Camacho
BIBIANA CAMACHO. EDITORA DE PRODUCCIONES EL SALARIO DEL MIEDO. CO GUIONISTA DE LA OTRA AVENTURA DIRIGIDO POR EL ESCRITOR RAFAEL PÉREZ GAY Y TRANSMITIDO POR CANAL 40. ALGUNOS DE SUS CUENTOS ESTÁN INCLUIDOS ANTOLOGÍAS COMO ANUNCIOS CLASIFICADOS (CAL Y ARENA, 2013) Y CIUDAD FANTASMA I (ALMADÍA, 2013), ENTRE OTROS. SUS LIBROS SON: TU ROPA EN MI ARMARIO (JUS, 2010), TRAS LAS HUELLAS DE MI OLVIDO (ALMADÍA, 2010) Y LA SONÁMBULA (ALMADÍA, 2014). PREFIERE TOMARSE FOTOS CON LOCOS Y MARGINADOS PORQUE LA GENTE DECENTE SUELE SER UNA MIERDA.

 

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